Ť El Zócalo devino camposanto-ofrenda de muertos-centro de espectáculos
Rendir culto a la huesuda, catarsis con risa y reflexión
Arturo Jiménez Ť Casi a la una de la madrugada de ayer concluyó la música con instrumentos prehispánicos de Antonio Zepeda, pero varias decenas de defeños, muchos disfrazados y maquillados para la ocasión, todavía recorrieron el gran camposanto-ofrenda de muertos-centro de espectáculos en que se convirtió el Zócalo capitalino durante los dos días en que los difuntos regresan a esta realidad aparte.
Y en el lado opuesto, en la esquina suroriente, el mundo fantástico de la cartonería y el culto a la huesuda: más de 40 calaveras de 1.20 m de altura promedio, que siguieron despertando sentimientos encontrados entre los espectadores más allá de las 2 de la mañana.
En dos carpas-salas de exposición ųdivididas por un pozo macabro que podría ser el bordo de Xochiaca o el río Tula, ambos escenarios reales de conocidas matanzasų, el Grupo de Teatro y Multidisciplinario Los Olvidados, de Tepito, mostraba parte de los logros ''éticos y estéticos" de ocho años de domeñar el papel, el engrudo y la pintura.
Violencia, drama social, alegorías, mitologías y demás demonios del inconsciente colectivo reflejaban esos 43 seres zoo y antropomórficos, unidos por una propuesta visual, crítica y juguetona, ''cual grabado en tercera dimensión de Posada".
Todo es calaquizable
Esta Ofrenda-Exposición de Fin de Milenio se dividió en cinco cuadros escénicos distribuidos en 400 metros cuadrados. Todo es calaquizable, desde un extraterrestre o un enorme dragón, hasta ratas comiendo basura y madres con un feto-calaquita en el vientre que mordía el cordón umbilical, quizá por hambre. Un ejemplo de la plasticidad y movimiento de estas obras es el de un perro que ya había devorado hasta las rodillas a una calaca que, desesperada, se arrastraba para escapar de su verdugo. Un yuppie con celular, bíper y lap top, lentes oscuros y walkman ponía uno de los pocos tintes de humor-humor.
En la carpa contigua la violencia, el drama y el humor negro se enseñoreaban aún más. Una calaca, en el mejor estilo tarantinesco, dispara y despedaza el cráneo de otra, arrodillada. Cerca de ahí, una huesuda sangrante cuelga de cabeza de un gancho mientras otras dos se comen sus vísceras.
Una calaca-reportera de televisión goza al videograbar a otra que tiene clavado un puñal en la espalda, en tanto una más, libreta en mano, apunta los detalles. No faltan los temas ''clásicos": un capitalista de estructura ósea blanquísima lleva encadenada a una calaca-obrera de huesos café oscuro.
O el de un sacerdote-esqueleto que abre con un crucifijo (cuyo huésped tampoco se salva de la osificación) el cráneo de un indígena-calaca, mientras otro religioso, por la fuerza, le intenta meter una Biblia en la cabeza destrozada.
''Los visitantes de la exposición nos han preguntado por qué tanto amarillismo y contestamos que así es la realidad", dice Primo Mendoza, de Los Olvidados, y agrega que las piezas son elementos catárticos que mueven a la risa y la reflexión.