Ugo Pipitone
Izquierda, otra vez
Acabo de asistir al encuentro de intelectuales de izquierda organizado en Puebla por la Universidad Autónoma y la mano sabia y ecuánime de Enrique Semo. Dejaré de un lado el tema del significado que pueden tener hoy dos palabras que en gran parte de este siglo fueron relativamente obvias y que han dejado de serlo: intelectual e izquierda. Y tampoco me ocuparé de los aspectos propiamente mexicanos de las discusiones desarrolladas en el encuentro La izquierda hoy. Sin embargo, algo sobre ese encuentro puede decirse. Aun en medio de variadas formas de devoción hacia patrimonios culturales dramáticamente envejecidos, una cosa me parece clara: eppur si muove. Escuché en Puebla discursos frescos construidos sobre el reconocimiento de un tiempo histórico original que obliga a una profunda renovación de ideas y prácticas políticas.
Pero dejemos a un lado Puebla, que tendrá otros y mejores cronistas, y reflexionemos, a partir de varias sugestiones que ahí germinaron, sobre cinco temas que me parecen hoy cruciales en relación con la izquierda latinoamericana.
1. El primer tema es la incomunicación entre pensamiento y política. Se tiene a veces la impresión de que para los movimientos de izquierda (los partidos en primerísimo lugar) la política sea un estricto problema de denuncia de las injusticias y de movilización de masas. O, dicho de otra manera, un problema de relaciones de fuerza y poco más. Las ideas o provienen de pasados míticos, restaurados en medio de embellecimientos póstumos, o se reducen a un estricto adorno instrumental. Generar ideas nuevas, abrir cauces a reflexiones amplias y plurales, parecerían engorrosas pérdidas de tiempo para políticos de izquierda que marchan por su camino casi por inercia.
2. En un contexto de esta naturaleza, a los intelectuales progresistas sólo les quedan tres opciones. La primera es convertirse en jilgueros disciplinados y orgánicos, con un efecto de humillación tanto del pensamiento como de la política. La segunda es recluirse en la canónica torre de marfil para cultivar inocuos desvaríos técnicos o iluminaciones extasiadas sobre pasados olvidados de democracia (?) aymará, mapuche o maya. La tercera es la cooptación, con lo cual reflectores y dinero serán adecuados consuelos por la renuncia a reflexionar sobre la deficiencia de democracia y la abundancia de miseria social en estas partes del mundo.
3. Y a uno le viene la tentación de pensar: que los intelectuales se vayan a freír espárragos y que dejen de jorobar con sus mezclas de mesianismos, tecnicismos redentores y retórica ramplona. Pero hay que vencer la tentación: los intelectuales progresistas cumplen, aunque lo hagan hoy poco y mal, un papel insustituible. Reduzcamos ese papel a los términos esenciales: pensar en el reto monstruoso de construir, al mismo tiempo, democracia y desarrollo económico incluyente. Si algo está claro en la historia latinoamericana es que las dictaduras y los regímenes autoritarios no han producido ni cimientos institucionales firmes ni condiciones de bienestar de largo plazo. Así que, para decirlo con Octavio Paz, estamos condenados a la democracia. Y es igualmente evidente que sin un desarrollo económico que elimine áreas históricas de miseria, la democracia seguirá siendo una estricta utopía y una fuente inagotable de ira sin perspectivas históricas viables.
4. Pensar en puntos altos de síntesis entre pensamiento y acción progresistas requiere hoy el reconocimiento que el ''sujeto'' ya no es el proletariado sino un cuerpo social amplio dotado de necesidades y culturas cuya síntesis no se dará naturalmente, sino sólo a través de la política como instrumento de construcción de consensos y entendimientos plurales.
5. Si nada de eso ocurriera, y nada indica que esté a punto de ocurrir, el futuro no será necesariamente un mejor lugar que el presente. La modernización seguirá en medio de exclusiones y de recurrentes tentaciones autoritarias. Y en un contexto de esta naturaleza a la izquierda sólo le quedarán dos posibilidades: convertirse en un muro de lamentaciones y de buenos deseos en la infinita variedad que pueden tomar los lloriqueos impotentes frente a la marcha de la historia, o asistir, entre azorada y embelesada, a cíclicas explosiones de violencia irracional con su inevitable condimento de mesianismos, populismos, ''líderes naturales'' y todo lo demás que hace nuestra vergüenza cotidiana.