Los datos son reveladores y muestran hasta qué punto regiones del mundo con importantes adelantos en materia ambiental enfrentan serios problemas. Por ejemplo, según un estudio próximo a publicarse, 85 por ciento de las costas de Europa, donde vive un tercio de su población, están en alto riesgo debido a diferentes tipos de presiones e impactos, entre los que destaca el aumento del nivel del mar debido al cambio climático.
Otros problemas clave son la mala calidad del agua, la erosión y la falta de manejo integral de los ecosistemas costeros. La erosión afecta a casi la mitad de la franja litoral y se debe más a las actividades humanas que a factores naturales. Pese a los apoyos concedidos a través de diversos programas para aminorar los daños existentes en las áreas más críticas, unas 25, no se alcanzaron los objetivos propuestos y los desajustes continúan en 19 de ellas. La falta de un crecimiento económico en esas zonas merma las posibilidades de lograr un auténtico desarrollo.
Aunque en documentos oficiales de la Unión Europea se reconoce que las áreas costeras y el agua podrían ser el mejor ejemplo de integración ambiental, no existe el concepto globalizador a nivel de cada uno de los países que las poseen. Hay planes maestros para aplicar políticas de manejo integral de los recursos costeros, mas siguen predominando visiones sectoriales que dificultan la toma de decisiones y la solución de los problemas. Por ejemplo, se carece de lineamientos claros sobre la forma de medir el impacto ambiental, planificar el uso de la tierra, controlar los desechos industriales, los asentamientos humanos y, en general, las demás fuentes contaminantes cuyos aportes indeseables finalmente terminan en los mares.
Un caso específico de mal manejo de las áreas costeras y de sus recursos básicos (el agua y la fauna marina, destacadamente) es el Mediterráneo, la zona de mayor destino turístico del mundo. Por ella se desplazaron este año 140 millones de turistas y se espera que sumen más de 280 millones dentro de un cuarto de siglo. Si bien el turismo también está presente en ciertas áreas costeras de los mares Báltico, Norte y Atlántico noreste, es en el Mediterráneo donde los problemas están a la orden del día, en especial por las graves concentraciones de hidrocarburos que contaminan el agua y las playas, por los metales pesados y los PCB; por la eutroficación del agua y la falta de tratamiento de los desechos urbanos. En Europa, la tasa de crecimiento turístico es casi de 4 por ciento anual, pero sostenerla dependerá del nivel de competitividad respecto a otros destinos. La calidad de los recursos será clave al respecto.
Precisamente, uno de los retos que impone el turismo es acabar con la enorme contaminación de los mares y en las costas europeas, fruto de las actividades industriales, el petróleo, los agroquímicos y otras fuentes igualmente peligrosas, como son sus principales ríos: el Támesis, el Rhin, el Elba y el Sena, entre otros. Y aunque existen planes para limpiarlos, marchan con lentitud; de igual manera, hay que regular el crecimiento urbano. En cuanto a la agricultura, ofrece cada vez menos empleo, pero sigue siendo una actividad económica muy importante. Se espera que decline en intensidad debido a las políticas agrícolas globales para la región y a medidas más estrictas en el campo ambiental.
Luego de esta breve relación de problemas y desafíos que distinguen a los países más prósperos del viejo mundo, vale la pena reflexionar sobre lo que pasa en nuestras costas, donde el crecimiento urbano, industrial, agrícola y turístico es mucho mayor que en Europa, pero sin planeación alguna. No obstante que tenemos menos años de ocupación humana masiva e intensas actividades económicas, los daños a los ecosistemas son enormes. A lo anterior se suman los aportes de contaminantes de los grandes ríos que desembocan en el Atlántico y el Pacífico. Ninguna de nuestras cuencas hidrográficas dispone de salud ambiental, mientras la inmensa mayoría de los asentamientos humanos costeros carece de plantas de tratamiento de aguas negras y, si existen, funcionan mal o no tienen la capacidad requerida y el destino final de sus desechos es el mar.
A nosotros también nos afectará, y nos afecta ya, el cambio climático, el aumento del nivel del agua del mar, pero, a diferencia de Europa, donde están en marcha programas y compromisos firmes para resolver los problemas, ni siquiera contamos con un plan estratégico que nos evite lo peor en unos cuantos años. Por el contrario, las actividades económicas y los asentamientos humanos siguen creciendo en la franja litoral como si México fuera parte de otro planeta. Mientras, los planes oficiales siguen en promesas, que se van con cada sexenio.