Elba Esther Gordillo
Día de Muertos

Una de las fiestas más arraigadas en nuestro pueblo es la celebración del Día de Muertos, ocasión para burlarse de la muerte, caricaturizarla y desafiarla como si se tratara de otra muerte que nada tiene que ver con la realidad cotidiana.

Se festeja como si en un par de días la muerte, como hecho trágico, no existiera, porque se convierte en calavera de azúcar. Los festejos en algunas regiones de México van más allá de la celebración de uno o dos días; son fiestas que se preparan con esmero durante todo un año. Todos participan, nadie se excluye. Los arreglos van desde la elaboración de artesanía especial, pasando por la preparación de alimentos, bebidas y dulces típicos, hasta la confección de arreglos florales, negocio de muchos dentro y fuera de los panteones.

En El laberinto de la soledad, Octavio Paz dice que en pocos países se puede vivir un espectáculo como el Día de Muertos, por su colorido, su parte ceremonial y ritual, porque se convierte en un hecho social y porque las diferencias parecen diluirse en torno a un elemento común: la muerte como la invitada principal al festejo. A pesar de carencias, diferencias sociales o del tiempo, lo importante es festejar y presentar la ofrenda como un dictado que la comunidad debe cumplir para darle sentido a la vida.

Algunos artistas --como José Guadalupe Posada en sus célebres grabados-- han rendido culto a la muerte y la han utilizado para criticar al poder público. Parte de una especie de contracultura, durante el porfiriato el dictador y algunos políticos de la época eran representados y ridiculizados en forma de calavera. Diego Rivera más tarde haría, en uno de sus más célebres murales, un homenaje a la calavera de Posadas. Poetas como Javier Villaurrutia o José Gorostiza dedicaron grandes espacios a la muerte, buscando desentrañar su mito y ser parte de la creación del mismo. La música, el cine y la literatura se encuentran también envueltas en esta corriente (atemporal) que elogia a la muerte.

Pero, además de su representación artística, también se expresa en actitudes solidarias como la que manifestó la sociedad durante el sismo del 85, o la ayuda generosa a la población afectada por las lluvias de este año, con protagonistas como los topos, que entrenan perros para buscar muertos entre los escombros sin importar fronteras.

Todas estas acciones hablan de una actitud singular de los mexicanos en torno a la muerte, una especie de solidaridad llena de vida que desafía a la muerte. Por eso es que en el festejo del Día de Muertos existe al mismo tiempo un desprecio y un respeto por la muerte, que tal vez poco o nada tiene que ver con las estadísticas y con las principales causas de la muerte en México y en el mundo. Es otro el espacio en el que la verdadera muerte se cuestiona, ya sea en su dimensión metafísica, política, social o económica.

La fiesta de muertos es en México una caricatura misma de la muerte que sirve de pretexto para celebrar la vida de la comunidad porque ésta es, ante todo, una fiesta comunitaria, una fiesta del pueblo, que es el protagonista principal. Ahí encuentra esta festividad uno de sus valores centrales: reforzar la pertenencia al grupo, el sentido de unidad social ante un hecho o un evento irremediable, la muerte. Así, se deja para otro momento la atención a los datos, a la prevención (mejores servicios, mejor distribución del ingreso, mejores niveles de vida, más salud, educación y trabajo) y, en general, a la elevación del bienestar social de toda la población.

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