Rafael Alberti ``moreno girasol, farol entre los faroles'', encuentra en la fiesta brava ``ese algo'' que le permite desplegar bellamente su sentido del juego y del azar. Las corridas de toros y el mar le dan la luz, el movimiento, la gracia y un torear por ``alegrías'', en fantasmagorías lumínicas, lleno de espíritu de vibra y mirada de registro agudo, debido a la luz gatidana y el sol radiante que llevaba en su interior.
La poesía de Rafael Alberti es movediza, luminosa, madrugada salinera en la Isla de San Fernando. No es la verónica honda y callada que baja al ruedo y se sepulta en su entrada con sede de muerte y desgarra. Es la verónica de Rafael, alegre y llena de angel, ``brisa quebrada contra el junco de una flor''. Esta verónica no puede concentrarse, no es trágica; es despreocupada y su sabor se encuentra en lo que se nos escapa.
Su poesía esta llena de mar, de ingenuidad gozosa, superficial, que no busca ahondar y tiene infinitas ganas de vivir. No es una poesía desgarradora, es simplemente el deleite táctil, pero con seguridad de trazo y primor de estilo, que le permiten dibujarse a sí mismo y jugar a la muerte con alegría.
Rafael Alberti no fue poeta de largas faenas, lo fue de chispasos de luz, revolera de arreboles o la media verónica, impregnada de sal mediterránea. Por lo mismo, su poesía es sorpresiva inesperada, protéica y está cargada de remates en que cambia el giro de las palabras, en sinuosidades que hablan de su geografía salinera y estilo divertido, juguetón que rompe en su poesía política.
Alberti canta a la corrida de toros, a Joselito y al Niño de Palma, y saca a flote un flamenquismo a su estilo. Y es su verónica un sueño deslizándose sobre la arena calcinada de la tacita de plata gaditana, en vuelo hacia la mujer, el amor. Un milagro de palabras que brotaban de su mar interior.
Para Rafael fue la poesía algo abierto como el mar, que estaba en su temperamento; el espíritu juguetón, las formas abiertas, la revolera y el farol, en que el capote es serpentina de colores rojos, azules y amarillos, curveándose en el aire salado que templaba en angelical éxtasis...