La Jornada domingo 31 de octubre de 1999

Rolando Cordera Campos
ƑDesarrollo sin banca?

NACIONAL FINANCIERA CELEBRA sus 65 años de existencia con reuniones y conferencias sobre los temas cruciales del (des)orden financiero internacional, o el futuro de los bancos de desarrollo en el continente. Surgida en medio de la crisis de los años treinta, la banca mexicana de fomento mira hoy hacia adelante sin que pueda decirse que encuentra un panorama promisorio, como el que recorrió por décadas después de terminada la Segunda Guerra Mundial.

Esta semana, se reunieron en los auditorios de la institución financiera personajes importantes de ese difícil y veleidoso mecanismo que sólo por economía de lenguaje llamamos sistema financiero global. Estuvo presente y habló fuerte y directo el presidente del Banco Mundial y lo propio hicieron el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y el del Banco Japonés de Cooperación Internacional, el nuevo gigante asiático dedicado al fomento y la ayuda externa, así como a la promoción de las exportaciones japonesas.

En todos los casos, la prudencia que se dice es propia de la banca internacional no impidió el paso a las reflexiones preocupadas sobre la adversidad que acompaña esta fase de la globalización, entre las cuales mantiene lugar principal una extendida y arraigada pobreza de masas que cruza continentes y no perdona latitudes.

James Wolfensohn fue derecho a algunos de los puntos neurálgicos del futuro que ya se volvió ominoso presente: los pobres crecen y se dispersan y han empezado a generar versiones del mundo y de su entono que no ofrecen sino desaliento y desconfianza en las instituciones, además de advertir sobre la posibilidad de dislocaciones no sólo sociales, sino políticas y mentales aún mayores que las de hoy. Y en esa misma dirección exploraron sus discursos los otros asistentes al cumpleaños de la sesentona financiera nacional.

Sin empleo no hay horizonte, podría reiterarse, pero sin fomento claro y con visión, a más de una innovación institucional expresa, no habrá saltos al desarrollo como los que la situación social reclama. Y en el centro, como ocurrió en los años de la gran depresión que empujo al mundo a la guerra y los totalitarismos, vuelve a estar la cuestión del Estado y su papel como articulador de los empeños y los acuerdos nacionales en que descansan siempre las olas de expansión que rompen los equilibrios del estancamiento y empujan a los países y sus economías a nuevas fases de progreso material.

Es ahí donde nuestros pasos mantienen la apariencia de ser, por desgracia, tristes y cansinos pasos circulares. Tan obsesivos como los días y los años que sumieron al mundo en el estancamiento terrible de aquellas décadas que siguieron a la Primera Guerra.

Una paradoja que puede ser más bien la coagulación de una política errática y, tal vez, errónea, por haberse vuelto permanente y no sólo de emergencia: los bancos no prestan, pero los fondos de Nafin (y en alguna medida los otros recursos en manos de otras agencias estatales de fomento) que están a disposición de la banca no se usan y la mayor parte de las empresas languidecen en el autofinanciamiento o de plano en la actividad mortecina de su reproducción simple. Sólo se salvan del círculo nefasto las grandes firmas exportadoras que se endeudan en el exterior y algunos proveedores privilegiados.

Se trata, en efecto, de un círculo vicioso que no parece que vaya a ser roto o superado por la magia de un mercado que no se amplía ni se profundiza al ritmo requerido, entre otras cosas debido a la ausencia de crédito. Salir del cerco implica, otra vez, decisiones públicas que se inspiren en el largo plazo y no se arredren ante las dictaduras de lo inmediato y de los equilibrios virtuales que sólo son posibles en una economía estática.

Nafin fue emblemática de este tipo de decisiones, acciones y agencias. Volver a "los fierros", arriesgarse a ser de nuevo el banco de la industria sin caer en una reedición imposible de antiguas prácticas, desvíos y mañas, debería ser la divisa mayor para celebrar el aniversario de nuestro banco de desarrollo por excelencia. Podría ser también la oportunidad para plantearle al país todo una iniciativa centrada en la aventura del desarrollo.

El ejemplo que no se crea, junto con los cientos de miles de empresas pequeñas y medianas que se niegan a morir pero apenas sobreviven, deberían ser argumentos de primera mano para tomar este riesgo, la mejor muestra de que algo queda del espíritu bancario que tanto lustre le dio a nuestra banca pública *