La Jornada sábado 30 de octubre de 1999

Jordi Soler
Viaje al país del tarot

París. Alexandre Jodorowsky es experto en tarot. En una pesquisa del tamaño de su Montaña Sagrada se entregó, junto con su colega Philippe Camoin, a la búsqueda del tarot original, el de Marsella. Luego de buscar por medio mundo y toda Francia, Alexandre encontró las 78 piezas de aquella baraja primigenia en una bazar de la colonia Roma, en la ciudad de México. Camoin, su colega de pesquisa, es el heredero por línea directa, vía la Santa Sangre, del último impresor del tarot de Marsella.

Jodorowsky y el heredero restauraron las figuras y los colores y publicaron en 1998 su propio tarot, que es una copia fiel del Marsella original. Todo esto me lo cuenta Alexandre en su estudio, en París, que es la mitad de un piso donde cabe su cama, sus gatos, sus libros y los comics que hace ahora y que tienen un éxito en Francia, digamos calibre Topo. Las ventanas de su estudio dan a un boulevard cerca de la Gare du Lyon. Todo lo que conversamos lo graba la cámara de televisión que cargó por París. La hemos colocado sobre una silla y metemos un cast nuevo cada vez que la cámara avisa que se terminó el anterior. Procedimiento básico, normal, si descontamos que la mitad del equipo que he traído a Francia, la parte que corresponde al sonido digital, se niega a funcionar desde que entré a casa de Jodorowsky.

''Hay que joderse contigo", le hago notar y él, casi feliz, contesta: ''Cuando revises lo que estás grabando con la cámara no vas a encontrarme; pasan cosas extrañas conmigo. Me levantó y checo y me aseguro de que salimos los dos a cuadro y de que se oye lo que decimos. Todo en orden. Conversamos más de dos horas en las que Alexandre dicta una cátedra de tarot y de sus demás oficios, y de vez en cuando se pone a entrevistarme. Para ilustrar alguna de mis respuestas dibujo una vaca, como puedo, el dibujo nunca ha sido mi fuerte ni mi debilidad. Jodorowsky la analiza mientras reviso el monitor de la cámara de tele y compruebo nuevamente que los dos estamos a cuadro.

''Es curioso ųempieza a dictaminarų las manchas son interesantes pero tiene más ano que ojos; se trata de una vaca ciega o de una vaca que no necesita ojos para ver, de una vaca iluminada''. Cuando termina la conversación Alexandre me invita a una de sus sesiones de tarot en el cabaret Mystique. Ya sin cámara de televisión que registre los acontecimientos, nos subimos a un automóvil que maneja su novia. Ahora vamos conversando sobre el oficio de escribir y sobre nuestras participaciones en diciembre en la FIL de Guadalajara.

Guadalajara se oye lejos, París también, vamos montados en el país del tarot. Llegamos al cabaret; una legión de entusiastas espera al maestro, quien hace un alto en la barra y pide un té de menta. Luego pasamos a la mesa donde empiezan a caer la torre, el loco, la templanza, el diablo. Cuando el tarot lo sugiere, Alexandre receta un acto psicomágico. A una señora que vive un infierno por la cleptomanía de su hijo, le dice que compre una mascota, un perro, que invite a su hijo a robar carne en el supermercado para alimentar al can; ''sea su cómplice, no su enemiga". Veo cómo desfilan, azorados, un inmigrante africano, un marinero griego, un matrimonio que está por irse a Bangkok, una argentina, una española. A una mujer que no sabe cómo manejar a su marido le receta: ''Métase a una escuela de circo y aprenda a domar a una fiera".

Casualmente al rato, aunque desde ayer creo menos en las casualidades, cae una trapecista que se lleva la receta de organizar un menage a trois para recuperar la sexualidad que ha perdido con su esposo. El mago, la sacerdotisa, la luna, el mundo, la rueda de la fortuna. A una mujer que nunca ha tenido un orgasmo le receta cargar una piedrita en la mano, de seis de la mañana a 12 de la noche, hasta que recupere la joie de vivre.

Uno de los asistentes saca una piedra de no sé donde y se la regala. De vez en cuando Alexandre pide la opinión de L'université des sorciers, una banda de aprendices que lo acompaña y que se bebe cada palabra de su maestro. Aquí me viene a la memoria una línea de La Scala Degli Angeli, un libro de poesía suyo que acaban de editar en Italia y que me ha regalado hace unas horas. ''Lo llamado visible es siempre lo invisible violado". Dieciséis lecturas más tarde, Alejandre Jodorowsky da por terminado el cabaret Mystique. Está exhausto, se va a descansar. Quedamos de vernos dentro de un mes en Guadalajara. Mientras camino hacia el Metro llego a la conclusión de que no sé si estuve una hora, un año o un siglo adentro de ese cabaret místico. Entrando a mi habitación conecto mi equipó de tele con la idea de trabajar un poco en la edición de la entrevista. En el monitor aparezco conversando en un sillón, solo, Alexandre Jodorowsky no aparece por ninguna parte.

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