La Jornada sábado 30 de octubre de 1999

Bernardo Barranco
Los obispos se preparan para el 2000

LA RELIGION Y LA POLITICA se parecen: las dos ofrecen paraísos. El pensamiento moderno ha pretendido oponer lo sagrado contra lo político; sin embargo, para los católicos ambos aspectos de la realidad social se hallan tan indisolublemente unidos como el cuerpo y el alma.

La religión no sólo es religión. Tanto el liberalismo como el socialismo han fracasado en construir los paraísos laicos, abarcadores de todas las dimensiones humanas, tanto que la fe resultaría una ridícula reminiscencia del hombre antiguo supersticioso. Por el contrario, hoy lo religioso no sólo es vigoroso, sino que transita sin empacho alguno en lo político.

En nuestro país, los obispos mexicanos se preparan acuciosamente para la contienda electoral del 2000. Tienen experiencia y saben bien de la gran debilidad de un viejo sistema político cuyas reglas agonizan paulatinamente.

Jacinto Guerrero Torres, obispo coadjutor de Tlaxcala, y presidente de la comisión episcopal de la pastoral social, declaró durante la Semana Social de los Católicos, que en otros tiempos a los sacerdotes comprometidos se les acusaba de cristeros, posteriormente de comunistas, y que actualmente se les dice que se "están metiendo en política". En el fondo existe un reproche católico ante los constantes exabruptos. Sectores priístas como del gobierno externan ante cualquier expresión política de lo religioso o religiosa de los políticos (Fox) que pretenden llevar la fe a una dimensión individual y privada. Mientras que los católicos desde su tradición afirman precisamente lo contrario: la fe es pública y colectiva. Esta tensión en la relación religión y política, aparentemente superada en otros países, en México es latente debido a una larga tradición liberal y jacobina.

La Iglesia, y los obispos en particular, como toda organización son heterogéneos, aunque en lo personal tomo distancia de las caracterizaciones rígidas de catalogar a los obispos en "corrientes" y "grupos" porque éstos cambian permanentemente, incluso en coyunturas muy cortas; no obstante, es interesante intentar una caracterización de sensibilidades que, finalmente, deben ser registradas, más que por declaraciones, a través de sus prácticas pastorales.

Los obispólogos hablan de una mayoría silenciosa, es decir, obispos que mantienen un bajo perfil ante los medios de comunicación, pero que en la mayoría de ellos, prevalece una conciencia de que los valores y la ética cristianas son las únicas alternativas sociales que tiene el país. En general, se oponen al modelo económico neoliberal y a la corrupción imperante, pero bien pueden condescender las elites con los poderes políticos económicos locales. Un segundo grupo importante estaría compuesto por sectores neointegrales o por los nuevos conservadores; el problema de fondo no es político ni ideológico, sino ético y la misión de la Iglesia debe ser educadora desde la espiritualidad y la doctrina ortodoxa. Las cruzadas contra el aborto, control natal, condón, etcétera, son parte de sus principales acciones. El problema mayor no es el sistema político, sino "el corazón de los hombres que dirigen el país". El cardenal Rivera encarnaría esta postura representativa de un sector que recibe todo el apoyo del Vaticano. El tercer acento que bien puede ser complementario con las posturas arriba descritas, lo ponen aquellos obispos que tienen una actitud beligerante ante el Estado; su postura es más intransigente y su acento es político, su tradición social se remonta a las luchas cristeras ("muera el supremos gobierno") , exigen limpieza electoral y pugnan por que la Iglesia tenga una participación cívica mayor, así como privilegios. Muchos obispos del centro y del norte del país se ven reflejados en las continuas declaraciones de monseñor Genaro Alamilla.

Por último, estarían grupos minoritarios cuyos obispos se reconocen más en la tradición de la Teología de la Liberación, marcada por pastorales populares y compromisos sociales de base. Todos sabemos que éstos han sido marginados y cuestionados desde hace más de 20 años por el Vaticano, pero su incidencia, sobre todo local, es importante. Samuel Ruiz y Arturo Lona son altamente representativos de esta percepción.

En coyunturas electorales pasadas, la jerarquía ha obtenido sus mayores logros reivindicatorios desde Chihuahua, en 1985, hasta las negociaciones con Salinas en 1988 para el reconocimiento jurídico, y hasta las intermedias de 1991, en las que los obispos lanzaron su eslogan "es pecado no votar". También es importante destacar que los obispos permiten con disimulo el activismo político del bajo clero y de agrupaciones afines. En esta coyuntura habrá que valorar la convivencia católica con gobiernos panistas como Jalisco, Querétaro, Aguascalientes, Chihuahua, etcétera, y las tentaciones que el sistema ofrece permanentemente a los obispos, que van desde el apoyo en arreglos de templos, fondos para actividades sociales, hasta favores personales que ofrecen gobernadores, presidentes municipales, líderes y caciques locales. Da la impresión que buena parte de los obispos apostaría a mantener una imagen de neutralidad. Dado el alto nivel competitivo y permanentemente conflictivo del proceso electoral, los obispos podrían jugar un papel mediador que robustecería su presencia, ganando autoridad moral y, por lo tanto, política. *