La Jornada miércoles 27 de octubre de 1999

Luis Linares Zapata
El periodo decisivo

EL RITUAL FUE ESCENIFICADO con todo su peso y desde la cúspide de la pirámide del poder priísta. Millones vieron y oyeron decir al Presidente que no intervendrá, pero muchos mantendrán en la trastienda un considerable margen de duda en cuanto al acatamiento y la efectividad de la renuncia. El Presidente volvió a reconfirmar que no tiene preferido en la contienda interna del PRI. Pero, al mismo tiempo, y por razones que se han venido a entender a esta altura de la disputa, la cabal aceptación de la incertidumbre electoral les resultó a muchos priístas un menjurje impasable para sus propias biografías.

No sólo a los militantes de cepa, sino también a los simpatizantes declarados y en particular al enclave de poder imperante, la posibilidad de perder les parece una realidad ajena, por completo intransitable. Surge entonces un fenómeno al que Bartlett califica de "línea metafísica". Un fenómeno derivado de los años de sometimiento. Es decir, el compactado y temeroso alineamiento de una gran parte de la militancia detrás de lo que consideran como señales y consignas venidas de lo alto. Forzado por la misma duda, por la masiva sensación de ruptura de la red protectora o la inminencia del gélido desamparo ante la equivocación fatal. Una sustitución alarmante y prejuiciada de la orden inapelable o de la indicación disfrazada pero translúcida que provenía desde la punta del mando y que era operada por el resto institucional o informal del liderazgo.

El método de las urnas individuales, libres y secretas es el mejor y más aceptado recurso hasta ahora usado para dirimir la lucha por el poder. Pero no es ajeno al manipuleo, aún en condiciones sumamente vigiladas y con reglas precisas. Hay numerosas condicionantes que lo desbalancean hasta hacerlo injusto y desviado. Ello quiere decir, a veces, inducir con malas artes el voto o desviar programas y recursos del gobierno con propósitos partidistas. Otras, comprar voluntades, condicionar favores y promesas o lanzar amenazas. Pero no se olvide nunca, ni se soslayen las trampas. Siempre son posibles de hacer, aún las más burdas y rampantes.

En la lógica expuesta por el Presidente, el punto débil radica en la inmunidad que le supone al método de votación abierta y secreta. Sí así fuera, éste también sería invulnerable a su propia intervención en favor de cualquiera de los postulantes. Lo cual no es, ni de lejos, un argumento sostenible. Su imparcialidad es vital, como lo es, también, la del resto del gobierno y de los mandos medios del aparato operativo priísta. Sin olvidar de paso el uso equitativo de los recursos de campaña, la vigilancia y administración del proceso, la claridad de las reglas y los mecanismos de castigo. Los reclamos y las denuncias, tanto de los coordinadores de las campañas, como de los mismos contendientes, así lo atestiguan. Y las afirmaciones presidenciales no borrarán lo que se ha hecho, dicho y asentado en las actas respectivas. Similar afectación gravitará sobre la conciencia colectiva que atiende las vicisitudes de la competencia y a la que se ha despertado con las seguridades de un cambio sustantivo para la vida democrática del país.

La legitimidad del proceso de selección del PRI flota en la atmósfera y las seguridades adelantadas por Zedillo no borrarán las premoniciones de una intervención dañina del aparato directivo de ese partido que, en mucho, se combina con el gobierno mismo. Las inercias son temibles pero los miedos al descampado y a la necia modernidad democratizante son todavía peores auxiliares de la normalidad electoral.

Se han iniciado los días finales de la contienda que desembocará el próximo "domingo siete". Es posible que el discurso presidencial corrija en algo la brutal cargada contra Labastida y los priístas decidan enfrentar el reto de la pluralidad, los mandos concertados, la coexistencia de corrientes definidas, liderazgos múltiples y con fuerza propia que saldrán a flote tras la elección. El verdadero enemigo del PRI no es tanto la ruptura, que puede darse, sino el desencanto de aquellos que acudan a votar en la primaria, pero, sobre todo, de los millones que, no haciéndolo, pudieran abrigar simpatías por alguno de los contendientes que salieran derrotados en mala lid. Lo cerrado de la competencia en la constitucional no dejará lugar para errores políticos de tal magnitud. *

 

[email protected]