La Jornada miércoles 27 de octubre de 1999

Arnoldo Kraus
Patología societaria

EL LINCHAMIENTO DE UN ASALTANTE en un microbús que se dirigía a la ciudad de México puede ser todo menos un simple asesinato. Tomemos ese transporte, a sus pasajeros y a los tres asaltantes, como un pequeño laboratorio del momento por el que pasa buena parte del país, pero quizá más, el Distrito Federal y las regiones vecinas. Esos transportes que acuden cada día a la ciudad, seguramente por millares, representan muchos avatares de lo que acontece en el ambiente del México contemporáneo. Y son, sin duda, una muestra más real, más crítica, de lo que sucede con el grueso de la población.

Golpear hasta la muerte en un microbús no es ni gratuito, ni sencillo. Abandonar el transporte con un casi cadáver ųel asaltante murió poco después en la ambulanciaų no debe ser tampoco fácil. La muda complicidad de quienes no golpearon los convierten en copartícipes, ya sea por justificar el acto, por sentirse aliviados al haber dejado de ser las víctimas o, simplemente, por no haberse opuesto a la ejecución. Las masas enardecidas pueden hacer todo, pero, también pueden perdonar todo.

Las escenas del linchamiento semejan terror. Antes de que hubiese amanecido, tres asaltantes amenazaron con extrema violencia a los usuarios. Contaban con armas punzocortantes y seguramente con la certeza de que el posible botín valía la pena, pues el riesgo de no salir airosos era plausible por ser minoría. El pánico del conductor, al frenar, hizo que los tres hampones cayesen al piso. El escenario cambió y los delincuentes se convirtieron en víctimas. Dos huyeron y el ahora muerto fue regresado al camión. Ahí, fue asesinado con manos y pies, "con el peso de lo humano". Dijo el chofer que le pisotearon la cabeza. El resto, para quien murió, ya es historia. ƑSerá, realmente, este episodio final muy diferente a la vida que le aguardaba? La golpiza fue tal, que los esfuerzos de los ambulantes fueron yermos.

Los dos que huyeron seguramente se enteraron del destino de su compañero. Es imposible saber si modificarán su conducta o si su condición de ser hampón se incrementará. ƑCuántos son ladrones por naturaleza y cuantos lo son porque han sido despojados de todo? Quizá en el gobierno haya datos y estadísticas que respondan esa cuestión.

La vivencia de los usuarios ųal parecer el chofer y una pasajera fueron golpeadosų debe haber sido terrible. Si el percance lo hubiesen padecido personas con solvencia económica, es probable que algunos considerarían recibir apoyo psiquiátrico. No creo que uno pueda ser el mismo después de viajar en un microbús mientras se golpea hasta la muerte a otra persona.

El problema fundamental se plantea con facilidad. Su solución me parece imposible. La sociedad del microbús, muy similar a la media mexicana, decidió que tenía el derecho de hacer justicia. Ese derecho, para muchos de ellos, puede ser incluso obligación. La falta de justicia en México es inmemorial y el ascenso de lo opuesto es cotidianidad. Entonces, Ƒes válido para quien se sabe inerme y desprotegido llevar a cabo su propia versión de justicia? Para la masa enardecida la respuesta no requirió muchas cavilaciones ni demasiada filosofía. Es muy probable que asaltos previos, vejaciones anteriores y otra serie de violaciones sean, para ellos, suficiente historia y suficiente desesperanza para saber que la "otra justicia" nunca llegará.

Para quien sabe que en México la justicia es entelequia, el no viejo adagio bíblico, ojo por ojo y diente por diente es válido. A su vez, para quienes creen impartir justicia sólo existe su verdad, a pesar de que la inmensa mayoría de los asaltos, asesinatos y violaciones nunca se resuelvan. En nuestro país, esperar justicia requiere más paciencia e ignorancia que la precisada para aguardar a Godot. Entre los microbuseros y los sistemas judiciales mexicanos están las Organizaciones No Gubernamentales que indudablemente tienen logros, pero, lamentablemente, aislados (como el de los policías de Tláhuac que habían violado a jovencitas). Modificar nuestro sistema judicial, ancestralmente corrupto e impune, es imposible.

Lo que sucedió en el microbús es alarmante. Es obvio que no es un hecho aislado y es muy probable que la mayoría de los habitantes del DF ųmis encuestas son tan válidas como las del gobiernoų hayan sido víctimas, directa o indirectamente, de algún acto violento. Aguardar al gobierno no parece inútil, es inútil. Linchar tampoco sirve, aunque algunos políticos contemporáneos consideren lo contrario. De lo que en cambio no hay duda, es que cuando la sociedad decide hacer suya la impartición de justicia, la descomposición social es extrema. Por muchos motivos: es arbitraria, ciega, inequitativa e irreproducible. Es también una forma de desconocer el poder, de calificar al gobierno y de demostrarle que no se le cree. Lo peor, es que, paradójicamente, es abono para que la injusticia y la barbarie se reproduzcan a mansalva. *