La Jornada martes 26 de octubre de 1999

José Blanco
La trabazón

ENCIMA DEL ACTUAL CONFLICTO universitario se ha formado una gruesa capa de nata revuelta, hecha de imposturas, de delitos y provocaciones, de acciones "políticas", de incumplimiento de la ley por los gobiernos federal y del Distrito Federal, de incomprensiones mil.

Deberá llegar el momento en que cada caso y cada cosa sean procesados conforme a su carácter: la discordia política, con las armas del diálogo y del acuerdo; las faltas y los delitos, con los instrumentos de la ley. Mientras persistamos en tratar faltas y delitos con los medios de la política, como el "diálogo", con quienes bloquean la calle y el derecho de cientos de miles, proseguiremos en la impostura, engrosando la capa de nata asfixiante.

Debajo de esa capa, no obstante, se halla el mundo de los intereses reales, extraordinariamente distintos, y casi todos legítimos. Nadie debería poner en duda la legitimidad de los intereses de los grupos universitarios que quieren y defienden, a toda costa, una universidad con las más altas prendas académicas. Pero, en el otro extremo, tampoco nada debería poner en duda la legitimidad de los intereses que se expresan con inocencia e ignorancia rústica y grosera, como aquel lamentable "ustedes hacen libros para ricos".

Es absolutamente imposible dar una solución duradera y firme al conflicto que vive la UNAM, atendiendo al interés de la nación, sin procesar un proyecto que de veras dé satisfacción a los intereses legítimos de todos.

A partir de mediados de los años 70, el gobierno atendió la presión social y la demanda no satisfecha de educación superior, obligando a las universidades públicas a abrirse mediante el bárbaro método de abatir los requisitos de ingreso y de promoción de los alumnos. Entre esas universidades estaba, destacadamente, la UNAM. Muchos más alumnos tuvieron acceso, en cuantiosos casos, a una educación superior devaluada por la masificación, en obvio detrimento de la sociedad y del país.

Hoy es inadmisible ese crimen de lesa patria, cuyos estragos apenas hace una década habían comenzado a ser corregidos. El cerril desdén gubernamental por los asuntos académicos fue un vector determinante de la gravedad de los problemas que vivió la UNAM en los años 70 y parte de los 80. Bien haría el Presidente en enterarse de esto y también de cuáles son "las propuestas", por él referidas, que escinden a los universitarios, y que él supone, equivocadamente, son conciliables en un marco de aumento continuo de la calidad educativa.

El conflicto universitario también es resultante de un proceso originado en las decisiones y en las omisiones de los gobiernos, que mantuvieron la educación superior en la estrechez (la angosta cobertura), y en la aguda desigualdad de la calidad educativa, en todos los niveles, especialmente en la propia educación superior.

Los gobiernos de ayer dañaron gravemente a la UNAM, y a otras universidades públicas; el gobierno de hoy la ha dañado por una vía distinta (su ausencia como garante de la ley), pero puede dañarla además con modos semejantes a los gobiernos de ayer: por el menosprecio de las normas de la academia.

Dar satisfacción efectiva a todos los intereses legítimos, y hacerlo atendiendo al interés de la nación, requiere de un amplio proyecto: un sistema metropolitano de educación superior, adecuada y suficientemente diferenciado, racionalmente ubicado, con objetivos permanentemente renovados de elevación de la calidad educativa, que permita dar acceso e incluir inteligentemente a todos los intereses académicos, a todas las aspiraciones justas.

Una solución así rebasa a la UNAM. El gobierno, por disposición constitucional, tiene la imperiosa e ineludible obligación, dice el artículo tercero, de "promover y atender" la educación superior. Tiene ahora una ocasión urgente para probar que es capaz de cumplir con su obligación. Un deber, obviamente, compartido con los partidos políticos.

La trabazón insufrible que vive la universidad no está sólo en las manos de los universitarios poder resolverla: no puede ser más evidente. La solución existe; está a la mano, si todos nos ubicamos a la altura de las ingentes necesidades educativas de la sociedad mexicana; en primer lugar el Presidente. *