EL FIN DE MENEM
La arrasadora victoria que, de acuerdo con las cifras preliminares, se perfilaba hasta el cierre de esta edición para el candidato presidencial opositor argentino Fernando de la Rúa, constituye un epitafio inequívoco para la década trágica del menemismo.
Ciertamente, no habría sido menos rotunda la derrota del todavía presidente argentino si el ganador de la jornada de ayer hubiese sido el justicialista Eduardo Duhalde, copartidario y enemigo doméstico de Carlos Saúl Menem. De hecho, la apreciación generalizada era que el mandatario saliente apostó siempre al triunfo de De la Rúa, no sólo para arruinarle el futuro a Duhalde, sino en la perspectiva de postularse para un tercer periodo una vez transcurrido el del ahora presidente electo. Pero el severo castigo electoral al Partido Justicialista en su conjunto implica un viraje obligado ųy, cabe esperar, de efectos perdurablesų en el manejo de la economía, la política económica y las relaciones exteriores argentinas.
En esos tres ámbitos, por lo menos, la herencia de Menem constituye un escenario de desastre. En el primero, el presidente saliente pertenece a la estirpe de los modernizadores que, desde puntos de partida muy dispares y en momentos distintos, implantaron en América Latina el modelo económico preconizado por la revolución conservadora: Pinochet, en Chile; Salinas, en México; Fujimori, en Perú; el propio Menem en Argentina. El resultado fue, invariablemente, un grave incremento de las desigualdades sociales, un ahondamiento de la marginación y la miseria, la concentración de la riqueza en un grupo selecto de individuos, familias y empresas, y la rapiña de los bienes nacionales.
En lo social, tales políticas se tradujeron en profundos desgarramientos del tejido social, y en el desmantelamiento de las organizaciones que obstaculizaran el proyecto modernizador.
En Argentina, la era de Menem dejó, además, un saldo negro en el ámbito de la política exterior. El presidente justicialista alineó a su país, en forma un tanto servil, en las iniciativas estratégicas estadunidenses, empezando por el arrasamiento de Irak, en 1991; lo más grave, Menem unció su país a las propuestas de Washington para crear unidades militares continentales, ya fuera con el pretexto de combatir al narcotráfico, o con la coartada de proteger las democracias de factores de desestabilización. De esta forma, el gobierno argentino representó una fractura latinoamericana en diversos foros internacionales.
Por último, el menemismo introdujo en la vida pública argentina deplorables factores de corrupción, frivolidad y vulgaridad que se traducen en otros tantos elementos de desgaste político y descrédito institucional.
En resumen, el sucesor de Menem tiene ante sí una vasta tarea de reconstrucción social y económica, y de reinserción del país en las líneas diplomáticas fundamentales de la comunidad latinoamericana. Cabe desearle suerte en su tarea.
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