La Jornada domingo 24 de octubre de 1999

Angeles González Gamio
Boda de gran postín

Es la que se celebró hace un par de días en una de las joyas barrocas más bellas de América: el claustro del antiguo convento de la Merced. Este fue el sitio escogido por Emilio Azcárraga Jean y su novia, Alejandra de Cima, para contraer matrimonio civil. Es significativo que una pareja que podría haber seleccionado cualquier lugar del mundo, para una actividad de tanta trascendencia, haya elegido precisamente este claustro, enclavado en una de las zonas más hermosas y deterioradas de la ciudad, no obstante contar con la mayor parte de los edificios catalogados por su valor artístico e histórico.

Ello habla de una fina sensibilidad que confiamos resulte inspiradora, tanto para las personalidades del mundo de la política, la gran empresa, la cultura y la farándula que asistieron al ágape, como para las autoridades encargadas de su custodia, a fin de que se rehabilite adecuadamente y se dedique a un buen uso, que permita la visita pública que impone su magnífica belleza y relevante historia.

De hecho, este convento le dio nombre al barrio; su origen se remonta al año de 1574, en que llegó a México la orden militar de los mercedarios. En 1602 comenzaron a edificar la iglesia e inmediatamente después un pequeño convento que fue extendiéndose con los años, hasta llegar a tener, a fines del siglo XVII, dos templos, un amplio refectorio, un noviciado, un oratorio y el primer piso del claustro. En sus ampliaciones, los mercedarios se atrevieron a cerrar una calle, lo que motivó la furia de los vecinos; la historia recuerda un enfrentamiento a golpes entre los arrojados frailes militares y los habitantes, también famosos por su bravura; prevaleció la razón y la calle se devolvió.

En los primeros años del siglo XVIII el convento se enriqueció con espléndidos retablos, pinturas de los mejores artistas de la época y su joya principal: el segundo cuerpo del claustro. La mayor parte de estas maravillas se perdieron tras la aplicación de las Leyes de Exclaustración. En el sitio del templo y el atrio se edificó el antiguo mercado de la Merced y, el resto de edificaciones, o se destruyeron o se adaptaron para casas y comercios, pero el majestuoso claustro šse salvó!

Autentica alhaja del barroco metropolitano, es posiblemente el único con ese marcado aire oriental. El vasto patrio se encuentra rodeado de arcadas, profusamente ornamentadas en el primer piso, particularmente en el peralte de los arcos, en cuyo estrado aparecen cuadrángulos que se alternan con rosetones. Las claves las forman abultados roleos que dan origen a dobles conchas que contienen esculturas de santos mercedarios, apóstoles, evangelistas, amorcillos y en el centro la Virgen de la Merced. Todo ello rodeado de una profusa ornamentación vegetal, enmarcando símbolos religiosos, que en su mayoría se refieren a temas marianos.

Esta magnificencia alcanza su apoteósis en el segundo cuerpo, que muestra aún más riqueza ornamental. Los fustes de las columnas están cubiertos con exquisitos labrados en la piedra plateada, que representan follaje en el primer tercio, mientras que el resto se cubre con frutas y símbolos de la Iglesia. Los arcos son ligeramente peraltados y se adornan con tres grecas escalonadas, que le imprimen un aire morisco. Como estupendo remate, el entablamento está decorado con una cenefa de roleos, formados con vegetales, y las gárgolas de la cornisa se cubren igualmente con un jardín delicadamente labrado.

Esta descripción difícilmente puede expresar la emoción que se siente al ver el conjunto; de allí el imperativo de que se rehabilite y en tanto eso sucede, que se permita el acceso a visitantes. Sería maravilloso que los domingos estuviese abierto al público, con visitas guiadas, que permitan apreciar plenamente el inmerso valor estético, artístico e histórico que tiene el antiguo claustro de la Merced.

Esto lo vio muy bien el doctor Atl, quien en los años veinte allí vivió, iniciando su restauración y dejando como recuerdo unas hermosas puertas que aún existen. Eran de fama las comidas que hacían él y su pareja, la inmensamente bella y loca Nahuí Ollín, en las que ésta arrojaba al pintor el tambo de espaguetis, que se cocinaba en el centro del patio. Don Andrés Henestrosa, asistente a algunos de estos convivios, piensa que estaba planeado, pues siempre aparecía otro tambo de pasta y todos comían felizmente.

Y hablando de ese delicioso tema, nada mejor para seguir con el ambiente morisco que comer en uno de los excelentes restaurantes libaneses de los alrededores. A unos pasos está el Edhen (Venustiano Carranza 148), y a un par de cuadras el Emir (República de El Salvador 146, altos), o el hermoso Al Andaluz (Mesones 171).