La Jornada domingo 24 de octubre de 1999

Guillermo Almeyra
La democracia antidemocrática

Estados Unidos es el modelo, con sus expertos en conducir campañas políticas como si fueran campañas publicitarias y sus sondeos y encuestas. Es el modelo también en cuanto a la reducción constante del porcentaje de los votantes (13 %, desde el 62% en las elecciones presidenciales de 1960 hasta el 49% en las de 1996, o sea, menos de la mitad). En las elecciones del llamado midterm, a dos años de las presidenciales, en los últimos años no ha participado más de 30 a 38% y en las elecciones municipales para alcaldes y consejeros dicha participación está más cerca del cero que del diez por ciento.

Hay varias razones para este fenómeno: la principal es que la caída de los salarios reales y de los ingresos desalienta la participación electoral. En efecto, 80% de las familias estadunidenses gana ahora 15% menos que en 1973. Además, menos de uno por ciento de la población concentraba en 1992 37.2% de la riqueza y 45.6% de la riqueza financiera y el 20% más rico poseía 83.8% de la riqueza y 92.3% de la riqueza financiera. Simultáneamente, en 1972 votaba en las elecciones presidenciales 55.2% y en 1996, 49%. Entre ese 51% que no se molestaba en ir a las urnas para elegir el hombre de turno de los multimillonarios se contaban, por supuesto, los más pobres (negros, latinos, asiáticos y, en particular, los desocupados, sobre todo varones, o los semiocupados con salarios infames y sin garantía alguna de nada). En las elecciones parlamentarias, además, sólo se ha renovado el ocho por ciento de las curules, lo cual dice al electorado que no sólo está gobernado por una oligarquía restringida sino también por lo que los italianos llaman "clase política" inamovible, corporativa que no tiene interés en aumentar la proporción de votantes porque podría poner en riesgo su monopolio.

Hay que agregar a esta motivación social los efectos del desastre político-cultural, pues según los datos de la National Adult Literacy Survey de 1992, entre 40 y 44 millones de adultos son analfabetos funcionales y otros 50 millones no tienen ni siquiera las aptitudes necesarias para entender documentos o los diarios y para una mínima comunicación y participación social, lo que dejaría entre los que están en condiciones de juzgar a conciencia y de elegir a cerca de un cuarto de los adultos. Las campañas, cada vez más caras, venden así "productos" iguales del mismo establishment como cualquier jabón o champú, o sea, sobre la base de su presentación o colorido, con spots televisivos, jingles y slogans para débiles mentales, que carecen prácticamente de contenido político y buscan solamente provocar sensaciones elementales. El criterio es el de Televisa: si la educación media equivale a cuarto año de primaria, hay que tratar a todos como niños retardados y mantenerlos retrasados para sacar de ellos beneficio...

Las encuestas y sondeos, por otra parte, sustituyen las elecciones y orientan las campañas electorales. Independientemente de que el encuestador pregunta lo que a él le parece y obtiene sólo algunos datos sobre la realidad de algunas personas (y no un análisis global), los sondeos buscan confirmar lo que ya piensan los encuestadores y, sobre todo, quienes les pagan y, si desprenden alguna "tendencia", intentan provocar que realmente se cree una tendencia efectiva a partir de aquella supuesta. Los encuestadores son árbitros que juzgan según sus propias reglas en un juego que ellos mismos crearon. En los sondeos no hay ninguna participación democrática. Son instrumentos elitistas y el sondeo desciende desde el que lo paga hacia abajo, hasta quien responde a preguntas ajenas que no ha contribuido a formular y que no puede modificar y que tienen una formulación capciosa. Estos técnicos no miden sino que fabrican la opinión que presentan como general, pero que excluye aún más a los pobres, a los cuales ni siquiera interrogan, y que son la mayoría. Por eso, afortunadamente, encuestas, sondeos y encuestadores son regularmente desmentidos por los llamados "imprevisibiles". Como, para colmo, las maquinarias partidarias y de los instrumentos de mediación social (y de organización del voto clientelar, como las burocracias sindicales) están desprestigiadas, han perdido peso y poder y se han convertido en aparatos aislados y no pueden entender a la gente, se agrava el "descolamiento" del "mueble viejo" que alguna vez fue una democracia elitista y oligárquica y hoy dejó de ser democracia. Ese es el modelo que se nos propone ...

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