La Jornada sábado 23 de octubre de 1999

Jordi Soler
El brazo de Clint

En 1984 Clint Hallam, ciudadano neozelandés, purgaba una condena en una prisión de Australia. Clint estaba sentenciado por estafa. Para que su ocio de prisionero fuera menos ocio y aprovechando su talento con las artes manuales, se inscribió, en el tiempo libre que le dejaba su tiempo libre, en el taller de fabricación de muebles carcelarios.

Cualquier estafa tiene dos momentos: el de la concepción y el de la ejecución; primero se piensa y luego se realiza. No hay que olvidar que el instrumento del cerebro es la mano. En el terreno de los sueños, por ejemplo, logramos vernos las manos exclusivamente cuando estamos controlando el sueño y esto es tanto como decir que Morfeo ha sido estafado por las manos del que sueña.

En fin, Clint Hallam era un estafador y consecuentemente un talento con las manualidades. No debemos olvidar que a este género de personas se les conoce como ''uñas largas" o ''manotas", ni que en los asaltos se dice ''manos arriba" para evitar que el que asalta sea estafado por la víctima. Aquel que dice ''por fulanito meto las manos al fuego", está seguro que fulanito no va a estafarlo.

Pero estafar, por bueno que se sea para las manualidades, no es lo mismo que fabricar muebles y Clint, en un momento de distracción, se amputó un brazo mientras pasaba un polín por la sierra eléctrica.

Catorce años después de este episodio sangriento, Clint se convirtió en el primer hombre que recibió un trasplante de brazo. Thierry de Cottignies, un francés que preside cierta asociación de personas con trasplantes, arregló la intervención de Clint, lo hospedó en su casa durante el año que necesitó el brazo para acoplarse a su nuevo cuerpo y posteriormente fundó con éste (con Clint, no con su brazo) la European Limp Transplant Association, una agrupación como la anterior pero con más recursos.

Los especialistas en estadística, que no respetan ni cuando se trata de asuntos delicados, calculan que juntando los órganos y las partes que ha logrado tramitar esta asociación podrían formarse un hombre gordo, uno más delgado y medio hermafrodita.

Un año más tarde, 15 después de aquel rebanón fatídico en la carpintería de la prisión, el periódico español El País, en su edición del 12 de octubre, consignó una noticia referente a esta historia. Clint Hallam estafó a Thierry de Cottignies, su amigo, patrocinador y socio; simplemente huyó con los varios millones de francos que tenía de fondo la European Limp Transplant Association y con la tarjeta de crédito de la empresa que, cuando Thierry reparó en la estafa, ya llevaba acumulados 23 mil euros.

Ahora Clint es juzgado en un tribunal de Lyon, Francia; los jueces no logran ponerse de acuerdo, el caso es complicado. Clint alega que el dinero fue sustraído con la mano trasplantada; también dice que la operatividad (abrir puertas, manejar el coche, cargar el portafolios) fue realizada con el esfuerzo del brazo trasplantado. Lo mismo sucede con los vouchers que fueron firmados por esa parte de su cuerpo que, siendo rigurosos, es del cuerpo de otro. El caso, como ya se dijo, es complejo. Mientras Clint explica los argumentos de su inocencia, se rasca la cabeza con la mano que no es suya, golpea la mesa con los dedos o hace un ademán o un aspaviento con todo el brazo.

Los jueces y los abogados ya no saben bien quién es el que señala cuando Clint apunta el dedo en cierta dirección. Han pensado exhumar el cuerpo del donador del brazo, de buscar estafas en su historial porque, y esto sí queda claro, las estafas en el pasado de Clint son de Clint, no de su brazo. La corte intenta ponerse de acuerdo. Cada vez que estrecha la mano de su cliente, el abogado defensor siente escalofríos.

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