n El ejército ruso ingresó a la ciudad a "destruir arsenales ocultos"
Probable choque entre chechenos, la explosión en Grozny: Putin
n Rechaza el primer ministro que la aviación rusa haya bombardeado el centro de la capital rebelde
n La cifra de muertos llegó a 137, y hay 260 heridos; el ataque, para capturar la ruta del petróleo, dicen
Juan Pablo Duch, corresponsal, Moscú, 22 de octubre n El primer ministro de Rusia, Vladimir Putin, negó de manera categórica que la aviación rusa haya bombardeado el pasado jueves el centro de Groz- ny, la capital chechena, y atribuyó la explosión, que causó 137 muertos y 260 heridos, a "un probable enfrentamiento entre grupos chechenos rivales".
El ejército ruso, por su lado, anunció haber ingresado en las últimas horas de hoy a Grozny con el fin de concluir una "operación especial" comenzada la víspera, dirigida a "destruir arsenales ocultos".
Putin afirmó hoy en Helsinki lo anterior, donde participa en la reunión de Rusia y la Unión Europea, y aseguró también que en la zona del supuesto bombardeo se encuentran "varios depósitos de explosivos" y un mercado de armas. La explosión pudo haber sido "accidental" o una "provocación", aventuró el jefe del gobierno ruso.
Mientras los representantes oficiales rusos y chechenos siguen haciendo declaraciones contradictorias sobre los sangrientos hechos de ayer, en Moscú las opiniones están divididas.
Se argumenta, en favor de la versión de Putin, que el bombardeo complica su misión en Helsinki, dado que el primer ministro no llegó con las manos vacías a la capital finlandesa, consciente de que la Unión Europea exigiría a Rusia una solución política a la guerra en Chechenia.
Putin acudió a la cita con un doble propósito: por un lado, insistir en que la comunidad internacional acepte la definición rusa del gobierno de Aslan Masjadov como un "régimen criminal y terrorista" y, por el otro, defender las seis condiciones del Kremlin para un arreglo negociado en Chechenia, es decir, respeto a la Constitución de la Federación Rusa, su soberanía y la unidad territorial de Rusia.
Moscú además exige que el régimen checheno condene el terrorismo en todas sus formas, garantice el desarme de las bandas ilegales y entregue a las autoridades federales los culpables de actos terroristas, secuestro de rehenes o bandidaje.
Otra condición es la liberación de todos los rehenes que se encuentran en territorio checheno, así como dar garantías de respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales y el regreso seguro de los miles de refugiados que tuvieron que abandonar sus hogares.
Sin embargo, no favorece la negociación de Putin con la Unión Europea el hecho de que el jueves pasado haya sido detenido, en esta capital, Mirbek Vachagaiev, representante personal de Masjadov en Moscú, bajo el cargo oficial de "portación ilegal de arma de fuego".
Demasiadas coincidencias para un solo día. Con estricto apego a la lógica, esto sugiere una conclusión inevitable: o Putin dice la verdad o hay en Rusia fuerzas interesadas en cancelar, al menos por ahora, una solución negociada. Más allá de la lógica, las dudas persisten porque no pocos analistas locales consideran a Putin parte de esas fuerzas que están apostando a la guerra.
Es claro que motivaciones de orden político, ligadas a la supervivencia del entorno del presidente ruso, Boris Yeltsin, llevaron al Kremlin a lanzar su ofensiva militar contra Chechenia, incluso sopesando la carga política y diplomática que conllevaba.
Hasta ahora la escalada bélica ha resultado muy redituable en términos de imagen para Putin, quien ya superó en los sondeos de intención de voto al ex primer ministro Evgueni Primakov, desplazándolo de su ca- lidad de favorito para las elecciones presidenciales del año próximo.
Para Aleksandr Zhilin, un reconocido experto en temas militares, resulta difícil imaginar que los generales del estado mayor del ejército ruso desconozcan lo que puede leerse en cualquier manual de arte militar, materia obligatoria en primer año de la mayoría de las academias castrenses de este país: bajo ningún concepto debe iniciarse una guerra en vísperas del invierno.
Si ello se hizo, explica en su más reciente artículo en Novaya Gazeta, fue porque en esta ocasión, a diferencia de la fallida experiencia de 1994-1996, en que se puso énfasis en defender la integridad territorial de Rusia, resultó determinante la confluencia de los intereses mercantiles del Kremlin con los intereses siempre latentes de la jerarquía militar.
El Kremlin obtuvo un contexto propicio para levantar la popularidad de Putin --y un pretexto, aún no cancelado del todo, que se mantiene como última carta, para decretar el estado de excepción y suspender las elecciones legislativas de diciembre próximo--, mientras los generales anhelan una revancha por la humillante derrota de hace tres años y obtienen la oportunidad de probar nuevos armamentos y sacar asignaciones presupuestarias no previstas.
Desde esa perspectiva, el entorno de Yeltsin y la cúpula militar tendrían motivos más que suficientes para querer prolongar la actual campaña militar en Chechenia.
ƑHasta cuándo? Es una pregunta que no tiene fácil respuesta. El previsible éxito de la primera fase de la operación terrestre no ha podido disipar el escepticismo sobre un pronto final de las hostilidades, lo que arriesgaría el futuro político de Putin.
Sin embargo, convertir el Cáucaso del Norte en escenario de un prolongado conflicto armado, aparte de incrementar el número de bajas por ambas partes y continuar la devastación de un territorio que habrá que reconstruir y propiciar una insoportable sangría financiera, tendría una consecuencia negativa más: afectaría seriamente los intereses de Rusia en la zona.
El trasfondo económico de la guerra de Chechenia guarda una estrecha relación con la necesidad de Rusia de reposicionarse en la disputa por las rutas de transportación del petróleo del mar Caspio, elemento medular de una situación geopolítica que involucra intereses de no pocos países.
Intereses, por lo demás, muy disímiles: dos ex repúblicas soviéticas, Azerbaiján y Kazajstán, que aspiran a acaparar las ganancias de los nuevos yacimientos descubiertos; otra más, Georgia, que pretende beneficiarse como país de tránsito obligado; Arabia Saudita y otros países petroleros de la zona, que no quieren que el crudo del Caspio repercuta en una baja de los precios internacionales; Turquía, que trata de romper su dependencia respecto de los hidrocarburos rusos, principalmente gas, y tiene los ojos puestos en varios proyectos en Asia Central; Estados Unidos, que hace hasta lo imposible porque el crudo del Caspio llegue al Mediterráneo sin pasar por Rusia.
Tampoco faltan importantes transnacionales que ofrecen inversiones a cambio de jugosas tajadas del negocio petrolero.
En condiciones normales, el oleoducto de la capital azerbaijana, Bakú, al puerto ruso de Novorrosisk sería la opción más barata, pero un tramo considerable de esa vía atraviesa Chechenia.
En la práctica, e incluso antes de la actual conflagración en el Cáucaso, el petróleo era robado con alarmante frecuencia a su paso por territorio checheno, lo cual llegó a encarecer el costo del transporte hasta 16 dólares por tonelada.
Por la ruta alternativa, que va de Bakú al puerto georgiano de Poti, el precio no supera los tres dólares por tonelada.
Para no quedar al margen del transporte del crudo del mar Caspio, el gobierno ruso anunció el tendido de un tramo adicional de 312 kilómetros que eludirá Chechenia por Daguestán y Stávropol, que debe entrar en operación dentro de ocho meses y tendrá un costo de 332 millones de dólares.
Empantanarse en una guerra en Chechenia, huelga decirlo, hace inviable ese proyecto estratégico.