Ť Sus restos fueron inhumados en el panteón Jardín


Esther Fernández, actriz que iba de la sensualidad a la fragilidad

Ť La artista jalisciense participó en más de 60 largometrajes

Raquel Peguero Ť A mediados de los años treinta, Esther Fernández era la mujer más envidiada del país, pues había logrado conquistar el corazón del primer charro-cantor del cine, Tito Guízar. A nadie parecía importarle que ese amor fuera sólo en la pantalla, porque Crucita, en la vida real, tenía apenas 16 años, una belleza singular y candorosa, y ningún novio a la vista. A Crucita en Allá en el rancho grande, le daba el soponcio cada vez que algo la atormentaba. A Esther Fernández, la edad le legó esa extraña enfermedad en la circulación de la sangre, que fue la causa de que se alejara de la escena y, finalmente, de la vida.

TITO GUIZAR Actriz en más de 60 películas, Esther Fernández nació en Mascota, Jalisco, el 20 de agosto de 1920. La hija menor de una familia de trece hermanos, que soñaba con ser abogada, ingresó al cine como extra, a los 13 años, de la mano de su tía Aurora Bermúdez, quien tuvo pequeños papeles en varias cintas. Su primer bit lo hizo en Corazones en derrota (Rubén C. Navarro, 1933) y no quería interpretarlo porque le daba ''vergüenza". Ahí un bigotón revolucionario la jalaba al son de ''quiero mi media naranja que me complete" y ella debía responder ''šque lo complete su madre!" y darle una bofetada. Lo hizo y después de ello su carita rechoncha y bella fue tomada ese mismo año, por Arcady Boytler, en una escena de La mujer del puerto en la que aparece como cabaretera.

Crucita, legendario personaje

En 1936 el descubridor de estrellas, Miguel Zacarías, le dio una primera parte en El baúl macabro, que protagonizó René Cardona, quien fue su patrón ese mismo año en Allá en el rancho grande, de Fernando de Fuentes. Crucita no sabía actuar, pero contaba que fue aprendiendo con la ayuda de artistas como Emma Roldán y Chaflán, ''porque Tito era entonces un principante como yo". Por su trabajo en esa película, fue contratada por la Paramount y se fue a Hollywood tres años: ''Allá estudié de todo, desde disciplinas artísticas hasta deportes y reglas de sociedad".

En el ínter, formó una cooperativa con Gabriel Figueroa y Chano Urueta para filmar Los de abajo, basada en la novela de Mariano Azuela, que no tuvo el éxito esperado, por lo que se la vendieron a Jesús Grovas, que la explotó con el título de Con la División del Norte. En 1945, Paramount la llamó para filmar La nave siniestra, con Alan Ladd, su única incursión en esa industria, de donde se regresó porque ''no me gustó la forma de vida de los estadunidenses y extrañaba mi tierra".

Aquí, ese mismo año, se lanzó a interpretar la tercera versión de Santa, en la que deseaba ser dirigida por Jean Renoir, a quien conoció en EU: ''A él nada más le daba risa, porque era risible lo que podíamos pagarle ųcontó Fernández en una entrevistaų, se veía entusiasmado y quizá si le hubiéramos hecho un poquito más la lucha, acepta". Así trajeron a Norman Foster, ''que nos gustaba mucho e hicimos esa película netamente nacional que lo único importado que tenía, era el director". Con esa cinta ''me sentí realizada" y ganó además un premio: el Trofeo Nacional de Actuación, equivalente al Ariel, que aún no existía.

Inefable figura

A partir de entonces ''trabajo no me faltó durante 25 años". Alternó con figuras como Pedro Armendáriz, Sara García, Roberto Cañedo, Víctor Manuel Mendoza, Delia Magaña y los realizadores más importantes de ese tiempo, Alejandro Galindo, Roberto Gavaldón, Gilberto Martínez Solares. Su inefable figura solía hechizar a veces por su sensualidad y, en ocasiones, por su dulce fragilidad.

''Sólo una vez actué de villana, en Flor de sangre (Zacarías Gómez Urquiza, 1950), en la que por cierto hay un desnudo supuestamente mío, y es de espaldas corriendo al mar, pero lo hizo una doble porque yo nunca me hubiera atrevido a desnudarme delante de todos, pues mi educación fue muy rígida".

Su último protagónico fue en 1957, en Cada hijo una cruz, en la que Juan Bustillo Oro hizo sin éxito un remake de Cuando los hijos se van. ''Cuando terminé esa película me dio hepatitis y estuve más de tres años en reposo absoluto, y luego un año más para estar bien". Así dejaron de llegar los llamados al cine y se refugió en la televisión, pues en teatro había actuado poco y sólo se le recuerda en El calvario, donde interpretó a la Virgen María. También grabó radionovelas e incursionó en el canto ranchero.

Retornó a la pantalla grande en 1991, en una aparición especial en Los años de Greta, de Alberto Bojórquez. Siete años más tarde hizo un papel en la telenovela Simplemente María. Casada durante un año y medio con el desaparecido Antonio Badú ųde quien fue novia por un lustroų, no tuvo hijos. Para no sentirse alejada del medio artístico, decía, dedicó su tiempo a la pintura, en la que siempre incluía la ''figura humana, porque el hombre es lo que más me interesa".

(La inolvidable Santa Crucita fue inhumada ayer en el panteón Jardín.)