Lo que sucede en la UNAM, no deja de inquietarnos y sorprendernos ante tanto absurdo. Los sucesos nos invaden vertiginosamente trayendo a cada minuto una perturbación y un nuevo conflicto. La única constante que flota en el enrarecido ambiente es la zozobra. A principios de semana nos encontramos con la perturbadora noticia del cierre de institutos de investigación por el CGH, hecho que causa consternación entre la mayoría de los universitarios y en un amplio sector de la población. Las consecuencias de una decisión tan arbitraria tendrá graves repercusiones que, creo, no han sido sopesadas ni menos meditadas en profundidad. Según cifras reportadas, tal decisión conlleva un gravísimo deterioro en el panorama de la investigación nacional, con perjuicios difíciles de cuantificar. Cincuenta por ciento de la investigación nacional se realiza en la UNAM y la interrupción de estos desarrollos representa pérdidas de alcance insospechado. Un retroceso brutal en todos los ámbitos académicos en detrimeno del desarrollo nacional.
El arduo trabajo de años que consiguió consolidar a la máxima casa de estudios parece desmoronarse como castillo de naipes en un devenir sorpresivo y atropellado, signado por la confusión y la zozobra. Todas la teorías fracasan, las previsiones son baldías. Pareciera que a la mayoría universitaria, silenciosa y presa del azoro, no nos queda más que resignarnos a ser arrastrados por la vorágine. Experimentamos con angustia una sensación de sobresalto. Todo es inestable en la UNAM. Cada día nos trae una nueva sorpresa y una imposición de adaptación a una situación diferente, lo cual nos sobrecoge y abruma dejándonos atravesados por una sensación de impotencia.
Quisiéramos saber de una vez, los de mayoría silenciosa, a qué atenernos para organizar nuestra vida y acomodarnos a la nueva UNAM, sin experimentar cotidianamente los ultrajes del medio en que nos agitamos. Las preguntas entre universitarios flotan en medio de la asfixiante atmósfera, ¿qué pasa?, ¿qué va a pasar?
La velocidad del cambio en este fin de siglo es una carrera, como dijera Octavio Paz, para ver quién llega primero al infierno. Prevalece la actuación de los impulsos sobre la reflexión consensada. Oscuras razones (¿o sinrazones?) que no alcanzamos a comprender y sin embargo parecen llevar al despeñadero a la universidad.
Dos proyectos de UNAM -más allá de las grillas- están en el tablero de ajedrez. Dos proyectos incompatibles. Uno, el de una UNAM gratuita, para el pueblo y, otro, de excelencia académica para las élites. Visto en profundidad no sólo se habla de dos proyectos antagónicos sino de dos lenguajes, incompatibles e intraducibles entre sí. Proyectos que encarnan, entre otras cosas, la asimetría de escrituras internas, sin traducción posible. Simbología no compartida, que conlleva a la exclusión de unos y la inclusión de otros. Asunto cuya complejidad pareciera rayar en la aporía. En palabras del filósofo francés Jacques Derrida, ``la ausencia de un modelo estable de identificaciones lingüísticas y culturales lleva al borde de una locura de hipermnesia, a un sumplemento de fidelidad: prenderse en el límite de la escritura, de la lengua, de la experiencia que lleva a la anamnesis más allá de la simple reconstitución de una herencia dada, más allá de un pasado disponible, de una cartografía, de un saber desdeñable. Si hay nostalgia y exilio no hay hábitat posible''.
La UNAM no es la misma. Los cada vez más acentuados desplazamientos de familias campesinas del campo a la ciudad empezaron a modificar de manera silenciosa, pero vertiginosa, el perfil de nuestra ciudad y por ende el de la universidad. Metamorfosis que ahora nos muestra una faz cuyos contornos nos resulta difícil reconocer y menos entender. La crisis de la UNAM no es de ahora, de manera casi imperceptible ha ido horadando la estructura hasta minarla, discurriendo veladamente, a veces silenciosa, otras vociferante, pero siempre presente; pareciera transcurrir por la ``negra espalda del tiempo''. Tiempo que ahora se nos agota día con día, minuto a minuto. Mientras en la perplejidad nos preguntamos, ¿dónde se hallará nuestra creencia?, ¿en dónde la clave misteriosa de nuestro destino?, ¿cuál es el punto de mira al cual encaminarnos?, ¿cuál será el desenlace? No lo sabemos, pero tenemos la impresión de que está en juego un insospechado y trascendental proyecto educativo en México. Mientras tanto, una mayoría universitaria silenciosa se agita en la inquietud, intentando sondear el misterio del conocimiento y del ser.