La Jornada jueves 21 de octubre de 1999

Adolfo Sánchez Rebolledo
Destruir la universidad

La crisis universitaria expresa el malestar de fondo que agobia a la sociedad mexicana: la fragilidad institucional, la quiebra de los códigos de entendimiento que mantienen la cohesión social, la pobreza intelectual, en fin, el rencor como estrategia política. Medio año de huelga universitaria no ha sido suficiente para hallar un compromiso salvador. Algo muy serio no funciona. Quienes tenían la principal responsabilidad de influir en el curso de los acontecimientos se han declarado impotentes ante las disyuntivas que plantea el conflicto. Si el diálogo no es posible y la represión no puede resolver esta crisis, qué le queda a la universidad sino la autodestrucción.

Se repite que el de la universidad es un problema nacional, pero los meses pasan sin que ninguna de las partes interesadas ponga sobre la mesa una propuesta capaz de ubicar la negociación en una perspectiva de reforma que permita, cuando menos, pensar en ella los problemas que esta crisis ha descubierto sin reducirlos a un asunto policiaco. Las autoridades universitarias desdeñaron desde el principio bajar al terreno llano para enfrentar una situación que pudo, en su oportunidad, seguir otro camino, pero no lo hicieron. Atrapadas en el principio de autoridad quedaron, simplemente, paralizadas o desbordadas por los acontecimientos. Jamás entendieron la dimensión sociológica y cultural del conflicto y dieron por buenas sus propias apreciaciones sobre la realidad nacional. Por su parte, el Presidente de la República ha dicho que su gobierno no pasará a la historia como un gobierno represor, posición que le ha valido una catarata de críticas, pero tampoco parece dispuesto a dar otros pasos para construir una salida política que no sea, simplemente, restaurar el orden. Mientras, todos esperan que alguien se mueva primero. De los estudiantes paristas, en particular del núcleo duro, es inútil esperar un cambio de actitud mientras alguien los siga en el CGH. Rechazaron con ligereza la opción de los eméritos y siguen escalando la paciencia de la ciudadanía mediante graves provocaciones. Sus razones, si las tienen, están lejos del cálculo negociador y solamente esperan sacar ventajas para su propia causa. Antiautoritarios, son absolutamente intolerantes en su propio patio. La paradoja es que por la vía de la defensa de la universidad pública están consiguiendo lo que jamás lograron sus adversarios: desacreditarla como el primer paso hacia su desmantelamiento. Bajo el pretexto de proteger los derechos de los alumnos más pobres están consiguiendo lo que en otras épocas los ultraizquierdistas no pudieron: ``destruir a la universidad'' para crear en ella una ínsula de pureza radical. Dadas las circunstancias, ya se ha visto, la existencia de un ``ala moderada'', que no rompe con tal orientación, es cuando menos una peligrosa fantasía que no se sostiene en los hechos.

A estas alturas, el fin de huelga sería apenas el primer paso para comenzar la que será muy complicada reconstrucción de la UNAM. Es una ilusión o un absurdo interesado creer que las cosas volverán a ser como antes. La crisis ha probado que la idea de comunidad es ajena por completo a la universidad masificada del último cuarto de siglo. El fenómeno, que ya comenzaba a ser visible a fines de los años setenta, deja sin piso a una visión de la universidad que ya no existe ni siquiera en el papel. La universidad de excelencia de nuestros investigadores coexiste con un universo desvalorizado de estudiantes sin futuro y profesores sin representación verdadera. La salida no puede ser dividir a la UNAM. Hace falta una nueva universidad que acepte esos desafíos sin arrodillarse ante la mercantilización de la vida pública o el populismo demagógico de cierta izquierda. Si hay proyectos en marcha para descentralizar la institución, o cualquiera otros, éstos deberían discutirse de cara a los mismos universitarios. Poner en perspectiva una solución de fondo pasa, es obvio, por la reforma del sistema educativo en su conjunto y de la UNAM en particular. Reformar a la universidad es, en efecto, una tarea nacional que reclama cambios dentro y fuera de la institución. Pero ¿es posible?

He aquí, abreviado, el diálogo entre una investigadora y una parista a la hora de tomar los institutos:

--¿Por qué hacen esto? ¿No saben que aquí se realizan importantes investigaciones sobre política nacional...?

--Pero ustedes hacen libros para los ricos --le respondió una estudiante. (La Jornada, 19/10/99)

Esa es, también, la UNAM.