La Jornada jueves 21 de octubre de 1999

Octavio Rodríguez Araujo
La ultra y sus excesos

Decía Merleau-Ponty que ``las intenciones de los hombres importan poco en la historia, sólo cuenta lo que ellos hacen, la lógica interna de su acción''. Con esto hago alusión a los estudiantes que ya aceptan llamarse a sí mismos ultras (¡ultra, ultra, cachún, cachún, ra-rá, ultra, ultra, universidad!). Aceptemos, sin conceder, que las intenciones de los ultras son de verdad por la universidad pública y gratuita y por un gobierno democrático en la misma, pero lo que están haciendo, la lógica interna de su acción es, además de irresponsable, peligrosamente intolerante.

Sé que después de este artículo no sólo me querrán descalificar, como ya lo han intentado algunos académicos delirantes y poseedores de ``la verdad revelada'', sino que quizá querrían defenestrarme a pesar de mi larga, pública y sistemática defensa de la universidad pública y gratuita (sólo en este año, desde febrero en el ahora denostado --por ellos-- diario La Jornada). Ni modo. No se puede ser imparcial ni apoyar las posibles intenciones de estudiantes cuando en la lógica interna de su acción proponen lo mismo que en su momento hicieron los dictadores latinoamericanos o los jóvenes de la ya casi olvidada revolución cultural china. Me refiero a su propuesta de tomar los institutos de investigación y de aprobar o desaprobar las investigaciones que se realizan en éstos.

No es el hecho de que quieran tomar los institutos lo que me alarma (anteriores huelgas los han cerrado), aunque sea preocupante, sino los criterios explícitos de su estrategia: ``El plan de acción de los huelguistas abarcará, primero, el cierre de las áreas de humanidades, económicas, administrativas y sociales. Pero `los demás institutos en donde existen laboratorios, investigaciones que pueden ser interrumpidas, animales que alimentar, etcétera, no se cierran, sólo se montarán guardias para impedir el acceso de investigadores, además se permitirá el mantenimiento necesario, y se formará una comisión que indague el tipo de investigaciones que se están desarrollando con el fin de detener las que no son prioritarias para la población y están al servicio de las empresas privadas.'' (La Jornada, 18/10/99. Las cursivas son mías.)

Lo primero que hicieron las dictaduras latinoamericanas de los años setenta fue cerrar las escuelas de ciencias sociales, economía y humanidades, pues en ellas la investigación que se hacía no era relevante (a juicio de los militares) y si se interrumpía, a diferencia de las investigaciones experimentales en biología, ingeniería, química, etcétera, no pasaba nada, era bla-bla-bla, por añadidura peligroso. La intención de los militares en el poder era acabar con los centros donde se investigaba y se enseñaba la realidad social, política y económica y donde se pensaba en términos filosóficos y humanistas la condición del ser humano, su contexto y sus ideas. Algo muy semejante, por cierto, piensan muchos tecnócratas en las esferas de Rectoría en la UNAM y en diversos círculos de ``excelencia'' que se han formado desde Soberón hasta nuestros días.

Por lo que se refiere a la indagación, y en su caso detención de las investigaciones, que a juicio de algunos estudiantes no estén al servicio de la población (``ustedes hacen libros para los ricos''), es imposible dejar de pensar en la vieja revolución cultural y en El violín rojo (1998, Canadá/Italia) del director canadiense Franois Girard. ¿Los estudiantes que se han dicho defensores de la autonomía (que significa, entre otras cosas, libertad de cátedra y de investigación) nos dirán ahora qué es lo que se puede investigar o no en la UNAM? ¿Es ésta la universidad por la que están luchando? Si es así, no podría estar de acuerdo con ellos, por mucho que coincida en la gratuidad de la enseñanza media-superior y superior, en la desvinculación de la UNAM del Ceneval y contra el fraude de los cursos y evaluaciones extramuros. Si en el congreso democrático y resolutivo que propone el CGH, y con el que estoy de acuerdo que debe realizarse, se nos va a tratar de imponer la orientación de la docencia y de la investigación con criterios polpotianos, tendré que estar en contra muy a mi pesar, pues no acepto la imposición del pensamiento único, así venga de Rectoría, del gobierno federal o de los estudiantes. Ni el pensamiento único del neoliberalismo ni el pensamiento único de quienes se creen revolucionarios sin ser otra cosa que epígonos tardíos de las asociaciones de guardias rojos en la China de 1966-1976.