Los desastres naturales duelen y provocan desazón y una serie de conflictos tanto en las víctimas de estas devastaciones como en las instituciones sociales que atienden a los damnificados. Evidentemente, las tragedias reflejan muchas veces nuestras contradicciones y rezagos; son exponentes de las carencias de los grupos humanos y las limitaciones de las comunidades en que se inscriben.
El pueblo mexicano tiene una raíz pluriétnica, producto de su propio mestizaje, con una expresión pluricultural. Nuestro país, vale la pena reconocer, se inserta en una geografía múltiple, en la que tiene lugar una serie de manifestaciones topográficas y en la que conviven diferentes modos de vida. Pero no es el país del caos.
También es válido resaltar que la población afectada no es solamente un número, una cifra que incremente los datos estadísticos, sino seres humanos que han padecido en carne propia los embates de la naturaleza y ahora desean remontar las difíciles condiciones en que se encuentran. El rezago social y la marginación, pese al trabajo institucional, configuran una geografía de la pobreza, que deriva hacia una cultura del desastre cuando se presentan contingencias.
Lo anterior no es privativo de nuestro país. Las acometidas de la naturaleza no respetan condición ni rango; tampoco países ni ideologías. A nivel mundial la naturaleza ha presentado disturbios con profundas y lamentables consecuencias; temblores en China y Turquía, inundaciones en la India y Paquistán, etcétera. México, por supuesto, no ha sido la excepción. Los recientes acontecimientos han devastado diversas regiones del sureste, mientras en la zona norte se quejan de la sequía.
Las fuerzas de la naturaleza no se pueden detener, y muchas veces es difícil preverlas. La interrogante sería, ¿cómo caminar más rápido hacia la creación de una cultura frente a contingencias naturales, que no sólo prevenga sino ofrezca respuestas rápidas, eficientes y desarrolle estrategias a fin de que la población y nuestras instituciones estén capacitadas para enfrentar estos acontecimientos?
Es evidente que el Estado tiene una política poblacional y que ha buscado acentuar las responsabilidades públicas y sociales para forjar entre nuestros conciudadanos una cultura preventiva y desarrollar diversas líneas de acción, que permitan superar estos conflictos y devastaciones. De cara al nuevo milenio, México requiere no de un juicio político, que tampoco corresponde a las reclamaciones en que algunos se han empeñado con el objeto de conseguir espacios de poder, sino de mejores arrestos para actuar en consecuencia con la responsabilidad y oportunidad que le corresponde.
Frente a los embates naturales, no hay fuerza humana que se oponga. Las desgracias que ahora abaten a nuestro país requieren del apoyo y la solidaridad de los mexicanos. Restañar las heridas es lo conducente, no rasgarse las vestiduras o buscar culpables. Tampoco es oportuno politizar la situación, pero sí enfrentar con dignidad y energía lo que hay que restaurar. México es más grande que las circunstancias fortuitas. Y el mexicano sabe luchar a brazo partido por su familia, por su semejante. Esta característica es, precisamente, lo que identifica a la población. México tiene en sus habitantes un enorme acervo al que se debe valorar y preservar.
* Senador de la República