Ť La leyenda de Jack Kerouac, a 30 años de su muerte Ť
Ť Jorge García-Robles Ť
Jack Kerouac era un escritor que no podía dejar de serlo, su centro vital era escribir, vivía para escribir. Más que fabricarlos, Kerouac segregaba sus textos, los expulsaba de su interior como efectuando una función orgánica. Su escritura le salía a chorros, torrencialmente. Kerouac sabía que fue enviado a este mundo para asir la pluma. Asumir su vocación literaria era su mayor certeza. En todo lo demás ųrelaciones personales, vicios, creencias y escapatoriasų trastabillaba. Sólo escribiendo se explayaba y danzaba a sus anchas. La escritura era su verdadera patria, la única tierra donde pisaba con seguridad.
Kerouac aceptaba el riesgo de bogar y sumergirse en los océanos sin fondo de la literatura, pero de una interesada en la exploración y expresión de su espiritualidad. Jamás buscó la perfección formal per se. Con todo, el estilo kerouaquiano es íntegro y revela una unidad donde no es posible separar la estructura formal de lo que el autor nos quiere decir. En Kerouac la forma es contenido y el contenido forma. Su apuesta literaria es exactamente la misma que su apuesta vital, aunque, evidentemente, se manejaba mejor frente a la máquina de escribir que frente a la vida. Y es que Kerouac era del tipo de escritores extraviados que nacieron en el planeta equivocado, que viven dominados por el estigma de la inestabilidad emocional y la tragedia personal, desdoblados entre lo que dicen y hacen, piensan y sienten, y entre cuyos asideros ųlas más de las veces precarioų está la escritura, que los salva tanto como los condena.
Un Dostoievsky con jeans
Pero además de ser escritor, Kerouac fue, quizá a pesar suyo, un profeta. De hecho, su leyenda se debe en gran parte al aura profética que irradian su vida y obra, que pretendían girar en torno de la conquista de una iniciación mística de nuevo cuño, con raíces católicas y budistas, pero hecha a la medida de su personalidad, es decir, aceptando las limitaciones de su condición humana. Kerouac salmodiaba sutras budistas, bebía whiskey, escribía y se acostaba con una chica... todo el mismo día. Su devoción religiosa no era excluyente, pretendía conciliar sagradamente los distintos niveles del ser humano en una suerte de galaxia plural donde los opuestos no se excluyeran.
Esta actitud mística sui generis es la base de su vocación profética beat. A partir de ella tejió otra profecía (y una estética que gulaba su quehacer literario): la del culto al movimiento, al jazz de la vida, al devenir que fluye inciertamente y al que hay que abandonarse para estar en contacto con lo sagrado. Kerouac es un Dostoievsky con jeans. Estas profecías están presentes de una u otra forma en todos sus libros y representan una auténtica y original codificación de una forma de ser alternativa al sentido común y a las convenciones modernas.
La paradoja de Jack Kerouac consiste en que entendía las pulsaciones de la vida espiritual profunda, las sentía y vibraba, pero era incapaz de armonizarse con ellas. Como escritor las recreaba, como persona no las vivía y se alejaba de ellas dejándose subyugar, con ayuda del alcohol, por energías centrípetas que lo arrojaron a un precipicio autodestructivo y tanático. Más aún, al ver que sus profecías comenzaban a ejercer una influencia insospechada, y al sentirse apabullado y ultrajado por el trato infame que los medios de comunicación le dieron, se asustó, arrinconó, e hipotecó definitivamente su alma a las tres adicciones que rigieron su vida: el alcohol, la escritura y su madre, sin que ello significara que al hacerlo la calidad de sus escritos mejoraran. Durante los últimos años de su vida Kerouac renunció a seguir en el camino y se soterró en un espacio donde lo único que quedaba por hacer era esperar la caída definitiva. Como un personaje de Dostoievsky, Jack nunca pudo vivir en puntos medios, su alma sólo entendía de actitudes extremas: todo o nada era su lema.
A diferencia de Artaud, D.H. Lawrence, Lowry y Burroughs, la relación Kerouac-México no estuvo signada por una ecuación dual de amor-odio. Como consta en sus obras y correspondencia, Kerouac no ignoraba la parte tórrida del México de los años cincuenta, incluso la buscaba y se tomaba el riesgo de ser devorado por ella. No obstante, el autor de Mexico City Blues nunca despotricó con agresividad contra el salvaje incivilizado que todos los mexicanos llevamos dentro, ni expresó resentimiento o animadversión contra el país de la serpiente emplumada. Después de ocho estancias, Kerouac se quedó con una imagen compasiva y hasta liberadora de la cultura y la sociedad mexicanas.
México, una estación
México ųcon todo y su híbrida composición donde convivían en mal maridaje lo ancestral y lo modernoų representaba para Kerouac una suerte de otredad. El México que Kerouac ponderaba, el que le atraía, el que siempre respetó aun cuando padeciera su sordidez, fue ese México híbrido que no era ni moderno ni indio puro: ese mestizaje que podría manifestarse tan inocente, amable y cálido, como agresivo, informal y peligroso.
A Kerouac le gustaba esta mixtura del comportamiento de los mexicanos ųque él llamó fellaheen, sirviéndose de un término usado por Spenglerų que no era ni una cultura antigua ni una civilización moderna, sino un injerto histórico propio de los países que llegaron tarde a la modernidad, y que le procuraba puntos de referencia y símbolos llenos de empatía que se oponían a las condiciones de vida de su país natal, lo que afirmaba sus tendencias outsiders.
Kerouac le otorgó un lugar a México al interior de la constelación de su leyenda. Aquí escribió algunos de sus mejores libros, vivió aventuras riesgosas con gente aviesa, conoció la solidaridad de otras personas, le robaron un cuaderno con sus poemas que nunca conoceremos, se enamoró de una drogadicta, sintió el temblor de 1957, tuvo éxtasis religiosos al interior de iglesias, probó sustancias psicoactivas, se emborrachó, se peleó con W.S. Burroughs, fortaleció amistades beats, compuso varios blues... México fue una estación en el camino de su leyenda. Quetzalcóatl nunca lo olvidará.
Selección de textos y traducción:
Jorge García-Robles
Coro 52 y Coro 61 pertenecen a la serie de poemas Orizaba 210 blues (donde vivieron William S. Burroughs y Jack Kerouac, en la colonia Roma, escritos en 1956, en la ciudad de México). No había traducción en español.
Coro 52*
En Navojoa, perros hocicones
se arrojan al lodo
y en pleno sol matutino sinaloense
devoran las entrañas
de un conejo muerto
Entonces pasa un camión,
sobre el lodo, donde está
el conejo, y los terribles
canes se apartan un momento,
luego regresan y continúan
el banquete
Bien, brillantes feligreses
coman dulces
cómprenlos
en todas las tiendas
Malditos perros de Navojoa
sus dulces son los dulces más dulces
que he visto en mi vida
cuando ladran
aúllan como locos
šUy, perros de presa!
dejen de comerse al conejo
delante de mi cara cruda
por lo menos cocínenlo un poco
Coro 61
El blues del tejado de Orizaba 210
Escuchando cosas que vienen de la calle
Esta noche de sábado
šPiiiip! suena la corneta de una bicicleta
cuando un gato la apachurra con su pata
aventando la bicicleta hacia
un increíble camión que va pasando
Atolondrado, el gato va y viene
Como el saxofón tenor de Stan Getz
Hasta que gira con precisión
Y se detiene en la reja
El tejado de Orizaba 210
triste, triste, triste
la tristeza que brilla por doquier
Los cláxones que vienen de Orizaba
motores de camiones
veloces con sus clutches
cansados
rostros verdes en las bancas
imágenes religiosas en las esquinas
colas de pequeñas aves
serpientes colgando de la reja
Hoy, motocicletas sin policías
Hotrods & Deans de México
Hoy, hey, hey, México
BORRACHO GUAPO BANJO*
* En español en el original.
Coro sexto
Solo con mi ángel de la guarda
Solo en mi espacio de libertad
Solo en la ciudad
de México
Solo en mi Benedict
El hotel es gratis
estar solo es estar solo
tú y nadie más
solo, solo
La canción de quien reza
Escoge las palabras con cuidado
cágate en el mundo
Thomas Merton se va a morir
cuando sepa
que yo escribí esto
Coro noveno
Dejé de creer
que al ángel
que está junto a la pared
con sus 2.10 de altura
no le importa
desear eliminarme
incluso aniquilarme
Pero tengo quienes me defiendan
El Padre Shoyer
El Padre Giosca
Mejor me callo
ųAy, Lucien
Ay, Jalisco
Estoy borracho
muy borracho*
* En español en el original.
(Los cuatro poemas fueron tomados del libro Book of blues, NY, Viking, 1997)
Coro sexto y Coro noveno se incluyen en Cerrada de Medellín blues (William S. Burroughs y Kerouac vivieron en cerrada de Medellín 27, colonia Roma). La última vez que Kerouac estuvo en México, en 1961, vivió ahí y escribió esta serie de poemas, inéditos en español).