Angel Guerra Cabrera
Democracia yanqui y bloqueo a Cuba
El bloqueo a Cuba permanecerá inalterable quién sabe por cuánto tiempo. Una insólita maniobra de los líderes republicanos del Congreso de Estados Unidos abortó, cuando era casi un hecho consumado, la aprobación de la enmienda que hubiera autorizado la venta de alimentos y medicinas a terceros países, actualmente objeto de sanciones.
El senador John D. Ashcroft, de Mi-ssouri, autor de la fórmula legislativa, calificó el hecho de "injuria y farsa deshonesta que hace perder la confianza en el sistema". El proceso democrático se ha cancelado y se ha iniciado el autocrático, añadió.
La aprobación contaba con mayoría en el Comité de Conferencia de las dos cámaras. Podía haber significado el comienzo del fin del bloqueo, como escribimos en esta columna. Pero la propuesta de Ashcroft fue retirada sorpresiva y arbitrariamente por los líderes republicanos, y la convocatoria del comité se canceló definitivamente en cuanto se evidenció su inminente aprobación.
La enmienda había sido votada por unanimidad a principios de septiembre por el pleno del Senado, después de que su autor aceptara algunas modificaciones que le restaban parte de su trascendencia, bajo presión de Jesse Helms y otros legisladores notoriamente anticubanos. Fue todo lo que pudieron conseguir éstos y sus socios de la ultraderechista Fundación Nacional Cubanoamericana.
A Ashcroft y sus colegas procedentes de estados agrícolas, se sumaron Christopher Dodd y otros senadores, que hace tiempo vienen impulsando el fin de las sanciones contra Cuba. Sólo restaba para llevar la enmienda al pleno del Congreso, la votación de los delegados de las dos cámaras, pasos normalmente considerados más bien de trámite.
El movimiento contrario a las sanciones unilaterales ha venido creciendo entre los empresarios estadunidenses y ganando terreno en el Legislativo. En particular se ha hecho fuerte entre los agricultores, muy afectados por la baja de los precios internacionales y una inclemente sequía. Legisladores de estados agrícolas y dirigentes de los agricultores han estado visitando Cuba y asumido una firme postura en defensa del derecho a vender sus productos a la isla que compra anualmente unos 800 millones de dólares en cereales y carne de ave a Canadá, Europa y Asia. Un mercado en previsible crecimiento que los agricultores estadunidenses desean reconquistar. Para la isla significaría un sustancial ahorro en fletes marítimos.
Sin embargo, el abrir un pequeño boquete al bloqueo habría disminuido mucho a la ultraderecha cubana y minado irreversiblemente los intereses económicos y políticos del lobby de presión que ésta encabeza. Su razón de ser y su supervivencia depende exclusivamente de que se mantenga el clima de hostigamiento contra la mayor de las Antillas, sobre todo en los últimos tiempos, cuando su discurso y su ejecutoria --agresivos y revanchistas-- son cada vez menos aceptados por los emigrados.
La composición sociopolítica del exilio cubano ha cambiado. Lo demuestra la cifra en ascenso de los que viajan y el monto de las remesas a la isla, el interés por mantener los vínculos familiares y culturales, el clamor por la reconciliación y el diálogo que revelan las encuestas de la Universidad de Florida.
El lobby se movilizó para torpedear el acuerdo del Senado. Recurrió a sus armas políticas predilectas: el chantaje, la intimidación, eventualmente el soborno. Se acerca un año electoral y deben haberse puesto sobre la mesa las generosas contribuciones que suelen recibir los candidatos que le sirven y el mito del voto cubano de Florida. Pero no sobrestimemos su indudable influencia. El lobby es, de principio a fin, hechura del sistema. De haber existido voluntad política para comenzar una verdadera distensión con Cuba, en la élite del poder estadunidense nada o muy poco hubieran valido sus febriles y diligentes trajines.
El ambiente para producir un cambio de política estaba dado: la explícita actitud de La Habana de adoptar una activa colaboración bilateral contra el narcotráfico y una mayor regulación del flujo migratorio; el ascendente intercambio cultural y académico, aunque restringido; la tolerancia con que sigue moviéndose gran parte de la oposición en la isla; el auge de la campaña contra el bloqueo en Estados Unidos, y el propio acuerdo tomado en septiembre por el Senado.
Hay que concluir que Washington se resiste tenazmente a coexistir --al menos en América Latina-- con toda opción distinta al neoliberalismo y el pensamiento único, aunque tenga que poner en solfa en casa las presuntamente sagradas normas de su democracia.
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