Este es un buen ejemplo de cómo cambiar las reglas de la industria. El proyecto de la bruja de Blair es ya la producción más exitosa en la historia del cine, pues a un costo mínimo (las cifras oscilan entre 30 mil y 100 mil dólares) la película ha reportado ya ganancias cercanas a 140 millones. Ustedes hagan las cuentas de cuántos Mercedes se podrán comprar ahora los cineastas responsables, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, quienes de un solo golpe han demostrado el potencial expresivo y comercial del video casero.
El concepto lo es todo. El proyectoÉ parte de algo que podría considerarse la mejor broma de Halloween: un texto inicial informa que en 1994 tres jóvenes estudiantes de cine se internaron en los bosques de Maryland para investigar la leyenda de una bruja local, responsable de hechos sangrientos. Nunca volvieron a aparecer. Pero un año después se encontró el pietaje grabado o filmado por ellos; ése es el material que veremos. Bajo esa premisa de falso documental (que muchas almas ingenuas han tomado por verdadero), la película genera una genuina atmósfera de paranoia y angustia, en tanto los tres personajes: la directora Heather Donahue, el camarógrafo Joshua Leonard y el sonidista Michael Williams (así se llaman también los actores, para contribuir a la confusión), empiezan a perderse en el bosque y a toparse con signos amenazadores de alguna fuerza sobrenatural.
Para asegurar la sensación de autenticidad, los realizadores controlaron la filmación a distancia, aislando a los actores en un bosque durante una semana, sin las comodidades de la civilización. Así, ellos mismos operaron las cámaras e improvisaron sus diálogos sobre ciertos puntos establecidos de acción, pero sin saber cuál iba a ser el resultado.
El mérito central de la ocurrencia de Myrick y Sanchez es recuperar la noción del horror psicológico, el horror que ocurre fuera de la pantalla. El proyecto de la bruja de Blair utiliza con acierto los temores primarios -el miedo a la oscuridad, al aislamiento, a lo desconocido- a través de una mirada subjetiva que sitúa al público en una experiencia a medio camino, entre el video casero y la radionovela. En la historia reciente del género, la obviedad generada por el auge del gore y los efectos especiales habían hecho olvidar la capacidad de la sugerencia. Como lo demostró Val Lewton en sus innovadoras producciones para la RKO de los años 40, nada se compara al horror imaginado por el espectador. Ese acercamiento del rostro aterrado de Heather, mientras confiesa a la cámara, ``Me da miedo cerrar los ojos, me da miedo abrirlos'', provoca los escalofríos que todo el despliegue inútil -y costoso- de efectos digitales de La maldición, de Jan de Bont, nunca llega ni siquiera a insinuar.
De hecho, El proyectoÉ funciona como la versión Discovery Channel de El despertar del diablo (Sam Raimi, 1983), esa orgía de Gran Guiñol en el que unos jóvenes eran poseídos con extrema violencia por los espíritus malignos de un bosque. Es en esencia la misma línea argumental, con un tratamiento radicalmente opuesto. Sin proponerse sumergir en los baños de pureza del Dogma danés, El proyecto de la bruja de Blair marca la transición hacia otro tipo de cine, minimalista, de bajo presupuesto, apoyado en nuevas tecnologías y promovido por la cibernética (el principal gancho publicitario de la cinta fue un website visitado por miles de usuarios). Pero también es muy probable que, como fenómeno, sea irrepetible.
El proyecto de la bruja de Blair
(The Blair witch project)
D, G y Ed: Daniel Myrick, Eduardo Sánchez/ F. en C, ByN: Neal Fredericks/ M: Tony Cora/ I: Heather Donahue, Michael Williams, Joshua Leonard, Bob Griffith/ P: Haxan Films. EU, 1999.