Más allá de las negociaciones en la UNAM, ¿se conoce un estado sicológico más repugnante que el aburrimiento de los universitarios, máscara de la depresión? De las mil formas, apariencias y perfiles que puede adoptar la depresión, ¿existe alguna más espantosa que el tedio? Joderse poco a poco, gota a gota, minuto a minuto, sin convulsiones, sin espasmos, sin teatralidades. Ir acabándose de manera gradual, sigilosamente, en silencio, presa de la tela de esa araña monstruosa llamada aburrimiento. Sonreír con cara de quién sabe qué, ser víctima de un par de grupos, no poder alegar nada en concreto y vivir sumergido en la diabólica incomprensión. Tener el espíritu ya sin raza, maltrecho, desaparecer en el caos en que se encuentra la Universidad que para muchos es parte importantísima de nuestras vidas.
A la mayoría silenciosa no nos queda otra cosa que la espera y como en novela del Nobel Günter Grass -recién premiado- dialogar con nuestra sombra, que se difunde por el campus universitario, como un tapete sutil para que nos aplasten, sin estridencias ni indicios de haber nacido. Y he aquí una de las cualidades del paro de la UNAM; la de educarnos moralmente, infiltrándose una gran dosis de resignación parecida a la del santo Job. En este sentido, la pedagogía de la huelga es todo un curso de filosofía sobre nada en las sombras de sus destartaladas instalaciones.
El paro de la UNAM es un curso teórico-práctico sobre el aprendizaje de la espera que, aunque no se crea, es el secreto de la vida. Con paciencia y una huelga universitaria, se logrará enriquecer el espíritu. ¡Ah la exquisita voluptuosidad de recluirse en casa, preparar los romances del día, roquear, ir al cine y carambolear con maestría!
Es preciso ser un fanático de la huelga para comprender lo que supone la selección diaria de temas que impidan la comprensión, por parte de los sectores en pugna. Hay que ser un ``gran otro'' sombreado para ``sospechar'' el encanto de la huelga y no burlarse idiotamente de los paristas y rectoristas, tan humildes y calladitos que al crear la cátedra de ``esperalogía'', logran la suma de las virtudes del espíritu, donde los demás no ven más que holgazanería y vagancia.
La mayoría silenciosa, inmóvil, atenta, sin fisiología, sin reloj, vive en el ser y no le importan, ni le interesan, ni le seducen grillas por la grande. Abstraída vigila; ensimismada piensa y no toma partido ni por los ultras ni por la rectoría. Estática aguarda el fausto acontecimiento, no de que se levante la huelga, sino de esperar y esperar que la huelga se levante, tocando un violín y leyendo la poesía de la espera... espera con los matices de Tomás Segovia (Ceremonial del moroso); importándoles todo madres, pues ya saben esperar.
A partir de la pregunta por la técnica, Heidegger trata de explicar por qué la razón se muestra tan impotente para controlar y dominar lo que ella misma ha puesto en marcha y en obra y, así, enuncia: ``La técnica es, en su esencia, el destino histórico y ontológico del pensamiento del Ser en tanto éste permanece en el olvido''. Se pregunta, no sin desazón, si el hombre podrá volver a ``habitar'' su mundo, encontrar un suelo, una patria donde sentirse ``en casa''.
Denuncia abierta a la desustanciación, a la alienación, a los afanes cientificistas aferrados, sin reserva, al rigor del entendimiento operativo donde no hay ya ni necesidad ni deseo, ni siquiera la posibilidad de ``pensar''.
Denuncia a semejante ``lógica'' que ha conllevado efectos devastadores con ``pérdida del sentido para lo que es cercano y familiar, diabólica exaltación de la producción y el consumo y odiosa sospecha hacia cuanto es creador y libre''. Si soslayamos al ser y claudicamos ante el pensamiento creador sólo nos quedará decir: estamos errados, diferidos y excedidos por el exceso de la ``errancia''. En esta espera toman sentido, más que nunca, lo que dijo Artaud: ``La conciencia humana tiene derecho a hacerse preguntas, hasta esa interrogación extrema en la que ya no hay conciencia ni pregunta, sino una llama inenarrable, única, que brota del espíritu''.