Ť Pésima acústica en el Palacio de los Deportes
Chili Peppers, la noche de un recital que los hizo revivir
Ť Veinte mil alucinados corearon la magia del sonido del grupo
Pablo Espinosa Ť La escena es imborrable: flatulea Flea la furia de su bajo en borbotones, electriza Frusciante en la guitarra la fiebre que ataca súbita, vital de necesidad, la epifanía que nace; despierta entonces a la bestia que anida entre tambores Chad, para que Kiedis invoque el canto y desaquiete la última molécula que faltaba por prenderse en frenesí.
Devastador: surcan tormentas eléctricas, cuerpos volátiles, alucinamientos rapidísimos, marismas sobre el escenario mientras que proscenio hacia atrás unos 20 mil jóvenes caen en trance, tocados por una divinidad pagana. Los colores eléctricos de lo que suena, el sonido mayestático de lo que se ve, el efecto sensorial de lo que aquí sucede es como reflejo espejeante de la escena de Apocalypse Now, cuando montados en helicópteros grandes bafles repercuten en el cielo la Cabalgata de las Valquirias mientras cuatro jinetes aéreos riegan napalm sobre el verdor del campo.
El peso de la fama
Así, napalm en forma de maná, cataclismos en forma de caricias, esplendores de sonidos funky, velocidades despiadadas, tunden la noche en que los Red Hot Chili Peppers revivieron.
Porque luego de ocho años de su campanazo definitivo, con el disco Blood Sugar Sex Magik (Warner, 1991), el síndrome del rock star, el peso de la fama, el agobio del star dome les cayó en forma de escándalos, desbandadas y discos medianones que no lograban el nivel de aquella impronta noventera, hasta que hace un par de meses dieron a conocer Californication (Warner, 1999) y he aquí la gloria rediviva de Chili Peppers en un recital gloriosísimo, que culminó la medianoche de este lunes, con pésima acústica del Palacio de los Deportes.
Desde el alumbramiento de relámpagos que marcó el inicio, con la rola Around the world (inicial de Californication), el concierto fue un prodigio de rock duro, rap rasposo, guiños grundge, círculos concéntricos, pero nada como el delicioso tono funky que permeó concierto, nuevo disco y la sensación paradisiaca que ostentó la masa de 20 mil alucinados coreando por senderos de conjuros y plebeyos sortilegios, la magia del sonido de los Chili Peppers.
Michael Balzary, alias Flea, en falda, negra, entreabierta en un costado para mostrar la pierna, blanca y peluda, poseído por fuerzas telurísimas en una demostración de calidad estupefaciente; Chad Smith tundiendo tambores y tarolas cual Marqués de Sade nalgueando, solemne y divertido, blanquísimos traseros femeninos; John Frusciante en el papel de la Bella Bestia, pues es feo como Timoteo pero toca divino; y finalmente Anthony Kiedis, inquietante voz cantante, dedicando las canciones a los damnificados de Puebla, gritando šViva Orozco! šViva Frida Kahlo! šViva México! en el momento en que se pone de delantal un lábaro patrio, pero habrá de aclarar después que él ''tener mucho respetou" por ese símbolo nacional y en medio de lo que para muchos parecía un sueño: estar coreando, con los mismísimos autores en vivo, la rolísima Under the Bridge, recoge del piso un brasier negro, talla digamos 32-B que en uno de esos gestos sublimes una chava se quitó y lo aventó a los pies de Kiedis, quien recibiría otra prenda portamaravillas, ahora uno blanco digamos 34-C y se lo puso en el trasero.
Pandemónium bendecido, el recital de Chili Peppers. Alumbramiento de relámpagos, lujuria funky, cuasi fantasía de rock.