La Jornada miércoles 13 de octubre de 1999

Bernardo Bátiz Vázquez
Endurecimiento gubernamental

Es preocupante que el Presidente de la República haya regañado y ordenado callar a un profesor que angustiado exigía --sin duda sin mucha cortesía-- respuestas a las urgentes preguntas de él y de sus vecinos asolados por los desastres naturales. Más grave es que ese mismo maestro haya sido retirado del lugar por militares, acompañantes permanentes del primer mandatario.

Pero si ese exabrupto presidencial nos hace sentir un desasosiego y nos deja un mal sabor de boca, lo que está sucediendo en Acapulco (y en otros lugares del país) nos da escalofrío y nos previene de lo que pueda venir.

En el puerto, persecuciones por policías armados a los triunfadores en las elecciones municipales, amenazas telefónicas y, lo más grave, un atentado al regidor electo Marco Antonio López García, con el asesinato proditorio e irracional de su hijo, el joven Marco Antonio López Hernández, quien se suma así, con su sacrificio, a la lista de los héroes por la democracia, pues murió, sin duda alguna, a manos de quienes no pueden soportar que en México vaya siendo cada vez más frecuente que sea el pueblo mismo el que tome sus decisiones políticas.

Es preocupante el incremento de la violencia y la frecuencia con la que todos, no sólo los gobernantes, estamos prestos al estallido y al reclamo impaciente; sin duda, la situación general del país, la tensión que se vive, la herencia de sangre del sexenio anterior, nos han condicionado a responder con nerviosismo e irritación a situaciones que antes no nos parecían tan graves.

La autoridad, sin embargo, es la primera que debe dar ejemplo de serenidad y autodominio; si las más altas autoridades se permiten amedrentar y reñir a un ciudadano angustiado, los funcionarios de menos jerarquía se sienten autorizados a lo mismo y a más, con lo cual se puede generalizar esta práctica.

En Guerrero, la muerte del joven Marco Antonio nos muestra cómo la intransigencia y el autoritarismo, cuando no son frenados oportunamente, nos llevan a escaladas cada vez más grandes de abusos y crímenes.

Si se hubiera sancionado oportunamente ataques anteriores a la oposición por parte del gobierno caciquil en el mismo estado, no se sentirían hoy los antidemócratas tan envalentonados, sabiendo que sus actos delictuosos no quedarían impunes.

Si el presidente de México toma otra actitud, los gobernadores priístas y otras autoridades, dado el mimetismo político que es característico en el mundo oficial, también actuarán de otro modo. Si el gobierno no recurre a la fuerza y a la represión, como se dice que lo pretende hacer en la UNAM y como lo está haciendo a la sordina en Chiapas, si busca salidas políticas y justas a los problemas que se presentan, seguramente a otros niveles se seguirá la misma actitud.

Violencia verbal, violencia física, son expresiones de la misma actitud intolerante; es impostergable que se detenga esa carrera, que veamos otra actitud pronto, puesto que quien inicia la violencia no sabe nunca cómo terminará.

De todos, pero en especial de las autoridades, debe esperar la ciudadanía actitudes tranquilas, pacíficas, enérgicas si es necesario, rápidas cuando así se requiera, pero dentro de las reglas del buen trato social y del derecho. *