Las aguas han venido como un recordatorio de la precariedad de la economía, de la sociedad y del orden político en México. Las incontenibles lluvias, los desbordamientos de los ríos, los desgajamientos de los cerros y de los caminos, las poblaciones arrasadas y los campos inundados y los muertos, sobre todo tantos muertos, son la imagen de un país muy desigual, pobre, frágil y mal organizado.
Esta es la época del ciclo hidráulico en que las lluvias saturan los terrenos, en que los cauces de los ríos están crecidos y en que los riesgos son mayores. La inminencia de más precipitaciones exigía una especial tarea de prevención de posibles desastres, y ya Paulina debió haber dejado alguna experiencia y un mayor apuro para reducir el impacto de un fenómeno, que no es totalmente impredecible. No se puede controlar la fuerza de la naturaleza, eso ya se sabe, pero hay organismos en el país que tienen la responsabilidad de advertir y preparar las acciones de defensa, sobre todo de la población más vulnerable, de su escaso patrimonio y de sus fuentes de sustento. En este sentido, el gobierno federal mostró lo rápidamente que es rebasado en estas situaciones. Y lo mismo pasó con los gobiernos estatales y locales. Algunos presidentes municipales incluso habían advertido sobre las desgracias que podían ocurrir, pero mostraron, igualmente, su falta de capacidad para actuar y la carencia de recursos para enfrentar situaciones graves.
Todo esto no ocurrió de repente, se estuvo gestando durante varios días y hasta semanas, y aun cuando se agravó la situación pasaron los días mientras se documentaba la tragedia. Y eso que lo que vemos en la prensa y en los noticiarios es aquello adonde se tiene acceso, donde llegan las cámaras, pero los más pobres y aislados están en comunidades que quedaron totalmente incomunicadas. ¿Qué se sabe de ellos? ¿Qué testimonios habrá de esas personas? Algunos en el gobierno se irritan cuando se pide que se expliquen las responsabilidades, y es que parece que todavía no se acostumbran a que esta sociedad tiene demasiados agravios y todo el derecho de exigir responsabilidad de los actos públicos o de las omisiones. Esa responsabilidad va desde los permisos para los asentamientos en zonas de riesgo, a la construcción de un hospital público que se cae a los tres días de su inauguración con el temblor de Oaxaca, y hasta la falta de prevención y de dispositivos efectivos de protección de los habitantes. Esa es también la ley que ha ido debilitando su cumplimiento en México ante la perplejidad de todos. Esa es la base de cualquier proyecto democrático.
Las aguas mostraron las condiciones reales de vida de millones de mexicanos en zonas donde prolifera la pobreza y han vivido durante muchos años permanentemente degradadas. Esa es una clara señal de la vulnerabilidad de México y, en ese sentido, las aguas son también una advertencia. ¡Aguas! Es lo que debemos decirnos ante la evidencia. Los desastres naturales tienen una dimensión acorde a las condiciones de las sociedades en las que ocurren; los miles y miles de mexicanos que han perdido prácticamente todo lo que tenían, y no sólo los bienes materiales, sino parte de sus familias, no cuentan con ninguna red de protección y eso hace toda la diferencia entre estar en la cuenca del Mississippi o en la del Carrizal, entre estar en Florida o en la Sierra Norte de Puebla.
A muchos en México se les llena la boca cuando hablan de la modernización del país, cuando hablan de la globalización como si fuera el mecanismo que va a transformar el modo en que se hacen las cosas y que abrirá las oportunidades del desarrollo para todos. A muchos se les llena la boca cuando hablan de la confianza de los inversionistas que colocan su dinero en este mercado, y cuando hablan de la mejor calificación que se otorga a los títulos de la deuda. A muchos se les llena la boca al reseñar los beneficios de una gestión económica basada en la represión de la actividad y la iniciativa de los individuos, las familias y los pequeños productores y empresas, como si ésa fuera la base para crecer y aumentar el bienestar. A muchos se les llena la boca diciendo que se ha alcanzado una forma de vida democrática. En algunos de estos aspectos nos aproximamos apenas y lentamente a algo que debe ser mejor; en otros, las ilusiones no pueden sustituir los enormes atrasos y las grandes carencias.
En México tenemos que recuperar la conciencia de nuestra dimensión como sociedad. Es sólo desde esa base y a partir de un conocimiento fundamentado de lo que somos y de lo que necesitamos, que puede construirse un verdadero proyecto para esta nación. Eso no es tener una visión apocada de nosotros mismos y de lo que podemos alcanzar, sino evitar las versiones ideales que no tienen asidero. Se trata de virar este enorme barco.