La Jornada sábado 9 de octubre de 1999

Luis González Souza
Poder y mandato civil

DESDE UN ANGULO AUTOCRITICO, el problema central de México es la debilidad de su sociedad civil. El mundo de la política tradicional, el de los poderes públicos, de las elecciones y los partidos ųla sociedad política, puesų ha (mal) dirigido el rumbo de México, gracias a que la sociedad civil no ha logrado desarrollar, a veces ni siquiera apreciar, su propio poder.

Por eso nuestro país está donde está. Por eso, como a principios de siglo, México vuelve a debatirse entre el apuntalamiento del autoritarismo, ya con visos fascistoides, y el desbocamiento de una guerra silenciosa pero devastadora como la de Chiapas. Por eso no logran cuajar esfuerzos electorales de cambio ni grandes alianzas entre partidos, como la recién frustrada. Inclusive por eso hoy aparece más grande el abismo entre el Estado y la sociedad, entre políticos y ciudadanos, con los estragos correspondientes.

México estaría mucho más cerca de su capacidad real de desarrollo, tan sólo si la sociedad hubiese descubierto su propio poder junto a su bagaje cultural favorable a una democracia profunda, como la del mandar-obedeciendo de nuestros pueblos indios. Sin embargo, apenas comenzamos a valorar la democracia, y ya muchos se identifican más con la subcultura estadounidense del ganar-sonriendo, del mandar-engañando y, en suma, de la política como circo y mercado electoral. En el mejor de los casos prevalecen dogmas europeos, como el de Montesquieu, sobre la división y el equilibrio de los poderes públicos: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Pero en ese dogma quedan fuera los poderes de la sociedad. Y lo cierto es que en cualquier democracia creíble habría que valorar, igual o más, la distribución y el equilibrio entre el poder público y el poder civil.

Podría aspirarse a mucho más, pero ya olería a fumadas de opio. Por ejemplo, podría propugnarse un monopolio del poder civil. O simplemente podría pedirse el cumplimiento del artículo 39 de nuestra Constitución: "La soberanía reside esencial y originariamente en el pueblo". Así, la sociedad no tendría tal monopolio, pero sí el poder supremo de la nación, dejando a otros (Estados, gobierno, partidos) los poderes derivados. Pero todo lo que aquí se pide es dejar que la sociedad desarrolle su propio poder. Y sólo el poder necesario para construir, imponer y vigilar su mandato de gobierno. Es decir, sus instrucciones sobre qué país y qué gobierno deseamos la mayoría. A los moradores de la sociedad política les quedaría lo que más les gusta: gobernar, pero ahora sí y solamente, si se gobierna en correspondencia con el mandato de la sociedad.

Por fortuna, la sociedad civil mexicana ya ha comenzado a caminar hacia el desarrollo de su propio poder y mandato. Aparte de la zancada zapatista, un paso muy importante se está dando precisamente ahora que usted lee estas reflexiones. Inaugurado ayer, hoy se clausura en el Museo de la Ciudad de México el encuentro nacional donde buscarán sintetizarse las propuestas surgidas de once foros regionales de la iniciativa "Acción ciudadana por la democracia y la vida", desplegada por seis prestigiadas agrupaciones: Causa Ciudadana, Fundación Rosenblueth, Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio, Movimiento Ciudadano por la Democracia, Alianza Cívica y Convergencia de Organismos Civiles por la Democracia.

Su meta todavía no es la forja de un mandato, pero sí de una "agenda de la sociedad civil para el 2000". Sus "ejes temáticos" son de la mayor jerarquía, aunque dejan fuera temas como la ética y la paz (ƑPuede haber vida y democracia en medio de una guerra como la de Chiapas? ƑEs ético ignorarlo?). Concurren agrupaciones muy diversas, aunque más bien clasemedieras todavía. Lejos de idealizar a la sociedad civil, pues, es preciso reconocer que en su propio seno todavía se reproducen vicios de la vieja cultura política: desde finanzas de corte clientelar y no del todo transparentes, hasta el protagonismo y los cacicazgos de dirigentes que se sienten históricos, insustituibles.

Y de lo que se trata es de que el poder civil se desarrolle, predicando con el ejemplo, como un nuevo poder íntimamente ligado a una ética democrática. No más poder por el poder mismo, ni sólo para poder figurar.

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