EL FRACASO DEFINITIVO de la llamada Alianza por México ha revitalizado la idea de una cuarta candidatura para competir por la Presidencia en el 2000. Las dirigencias de los partidos emergentes, más allá de sus visibles diferencias, encuentran lógico y necesario sumar fuerzas a fin de no pulverizar el voto y asegurar su permanencia como partidos nacionales.
Aún no hay nada en firme, pero es evidente que una alianza de esa naturaleza será posible si se hacen a un lado todos los personalismos que impiden pensar en las propuestas que, en definitiva, le darán o no sustentación a una alianza genuina. Hay que abrir una nueva baraja sin cartas marcadas. Sería una locura repetir los mismos errores alrededor de la candidatura, que apenas se cometieron ayer. Discutir una opción electoral distinta a las que ya existen, sin demeritar a nadie, no es una simple suma o un concurso de popularidad: supone elegir una vía más racional y democrática para resolver los problemas, sin precipitaciones de ninguna especie.
La cuarta candidatura es una hipótesis responsable y viable, surgida directamente del pluralismo que caracteriza a la sociedad contemporánea: la coyuntura del 2000 es una oportunidad inmejorable para impulsar la convergencia en los hechos de una corriente política nacional que se distinga de otras formaciones por su manera de ver y pensar la realidad actual y el futuro de México.
Una nueva opción electoral --en coalición o no-- requiere de un candidato que pueda convertirse en representante de los anhelos e intereses de un sector de la sociedad civil (no sabemos su tamaño electoral) que está, digámoslo así, insatisfecho con las propuestas de las agrupaciones políticas de viejo cuño, con el gastado discurso de los políticos que nos tienen entrampados en la situación actual. Esta nueva opción ha de llevar al Congreso a un grupo de calidad, capaz de introducir en el exiguo debate parlamentario una actitud de compromiso con la verdad y la democracia.
El realismo político no debería eludir que una alternativa a los grandes partidos tiene sentido si se ofrece otra manera de pensar y hacer política, no una reiteración en tono mayor de lo mismo.
Y de eso se trata.
México está en situación de cambio, pero necesita fijar el rumbo y definir el puerto de arribo. Los avances democráticos, tan reales y, en algunos aspectos, muy dignos de orgullo, suelen opacarse en un ambiente político cargado de rudezas, polarización y malentendidos que nublan la competencia y comprometen la consolidación de la democracia. La normalización de los procedimientos electorales, que es una de las condiciones sustantivas para dar al pluralismo existente un peso real en la vida pública, no se ha visto acompañada, por decirlo así, de una reforma equivalente en las instituciones del Estado. La transición no concluye. Tal parece que los partidos prefieren la confrontación al diálogo y los pactos.
Una alternativa electoral con ese carácter nuevo tiene que ofrecer a las decenas de millones de pobres de México algo más que pobreza. No podemos seguir viviendo en la ``modernidad'' del país democrático cerrando los ojos ante la desigualdad, que es la causa general de la profunda irritación que está a flor de piel en la ciudadanía. Una alianza electoral que dé cabida amplia, real, a la sociedad civil tiene que poner en el primer plano de su atención los temas de la política social tratando en todo momento de vincular las legítimas preocupaciones de orden político general con una actitud de responsabilidad hacia la pobreza que hace temblar al edificio democrático.
Dar vida a una alianza sin oportunismo, supone pensar primero en los temas pendientes de México que en las personalidades o en el reparto de posiciones. El cambio que los mexicanos impulsamos requiere de métodos y dirigentes en consonancia con esas exigencias. La cuarta candidatura debe asociar juventud con experiencia, pero tiene que ofrecer una oportunidad real a la nueva generación que empuja por abrirse espacios.