ASTILLERO Ť Julio Hernández López

El problema del labastidismo es que no sabe cómo enfrentar una competencia real. Sus ideólogos, sus figuras, sus operadores, fueron educados en la escuela priísta de la simulación y las apariencias. Hombres y mujeres acostumbrados a mandar, a imponer, a exigir, han naufragado a la hora de hacer política, de negociar, de conciliar, de buscar acuerdos, de conseguir consensos.

Y en ese lento aprendizaje de las nuevas condiciones políticas del país, los labastidistas han privilegiado los modos antiguos y han permitido que Roberto Madrazo y Humberto Roque avancen, con dis- cursos llenos de crítica, ambos; con propaganda agresiva, en el caso del tabasqueño; con impensada lucidez, en algunos ejemplos del coahuilense.

Esas formas atrasadas de hacer política se han extendido por todo el país: ex gobernadores que dieron ejemplo de autoritarismo, rapacidad e insensibilidad, han sido habilitados como coordinadores regionales de la campaña del sinaloense; representantes típicos de la demagogia y el arribismo priístas son habilitados como heraldos de la democracia; funcionarios públicos estatales, plena e intencionalmente identificados con los gobernadores, son desprendidos de sus cargos para que se hagan cargo de la "operación" de la campaña oficialista y, sobre todo, de sus resultados electorales.

Madrazo, del negro al blanco

Enfrente, ese labastidismo tiene una peculiarmente exitosa mezcla de cinismo, audacia y manipulación. Roberto Madrazo ha logrado pasar de perseguido a perseguidor, de denunciado a denunciante, de atacado a atacante, de candidato a la cárcel a precandidato a la Presidencia. Experto en manipulaciones electorales, hoy es feroz defensor de la democracia; ejemplo de la apropiación personal de los dineros públicos, hoy es un encendido reclamante de honestidad en el manejo del erario; usuario magistral de los recursos públicos para impulsar sus proyectos políticos, ahora es el mártir crucificado por el sistema y sus esbirros.

El Roque de antes; el Roque de hoy

Otro elemento llamativo de esta tragicomedia de equívocos es el hoy sensato y equilibrado Humberto Roque Villanueva, que durante los años iniciales del gobierno zedillista fluctuó entre las bufonadas y el servilismo.

Cuando el doctor Zedillo lo impuso como coordinador de los diputados priístas, y luego como presidente nacional priista, Roque Villanueva no sólo no le encontraba defectos a su bondadoso jefe, sino que obedecía con los ojos cerrados las instrucciones recibidas y repetía, con absoluto descuido de su valía personal, del respeto que todo ser debe darse a sí mismo, las puyas, los juegos hirientes de palabras, las burlas a veces casi de carpa, que escuchaba en Los Pinos y que él reproducía en público para demostrar al entonces bondadoso superior que él se la jugaba a fondo, sin cuidar las formas, por el jefe que todavía tenía en sus alforjas muchas monedas políticas con las cuáles pagar los servicios recibidos.

Hoy, cuando el zedillismo está en declive, Roque ha afinado la voz, erguido la figura y lanzádose al ruedo con capote propio. Ni una palabra de autocrítica, ningún repaso honesto de las tristes circunstancias en las que se movió al ritmo de Los Pinos cuando pertenecía al círculo de los favoritos, cuando era el brody, cuando le era redituable ser el hombre de la roqueseñal.

Bartlett, de a muertito

Y de Manuel Bartlett, es difícil decir algo novedoso. Su figura política ha resistido el embate de las más disímbolas acusaciones, entre ellas, y de manera especial, las relacionadas con su presunta vinculación con el narcotráfico, y su responsabilidad en el asunto de la caída del sistema electoral en el 1988 del ascenso salinista al poder.

Pero además, Bartlett ha dejado caer intencionalmente su figura y su presencia como opositor real. Cuando era gobernador llegó a cimbrar el mundillo cupular priísta con sus declaraciones ácidas, profundas, contra el estilo político de los neo- liberales y los tecnócratas. Entonces se rumoraba que su aparición en el foro público formaba parte de un acuerdo con el presidente Zedillo, quien desde entonces estaría disfrutando el histórico espectáculo de la apertura priísta y de la ruptura de las reglas no escritas que habían estado vigentes durante décadas.

Ahora, apagado, secundario, retraído, Bartlett pareciese estar esperando tan sólo el momento de las negociaciones, de establecer el precio político necesario para convalidar el triunfo de Labastida Ochoa, para levantarle la mano al sinaloense y, de inmediato, tratar de convertirse en el sustituto crítico de Madrazo Pintado y en el presidente del priísmo que estaría ante dos opciones: o la unidad de todos los precandidatos actuales, listos para enfrentar y vencer a la oposición, o la ruptura madracista, que obligaría a un ejercicio de recomposición para el que desde ahora se apunta el ex gobernador poblano.

El nerviosismo de los labastidistas

Pero en el fondo, el gran problema es el mismo por el cual tanto se han descompuesto las cosas para el PRI en los meses recientes: los operadores, los ideólogos, los personajes del labastidismo, no saben actuar en escenarios de competencia real. Se ponen nerviosos, asumen poses de gran importancia, dictan órdenes contradictorias, se pelean por el botín antes de llegar a la puerta del banco y, en tales condiciones, los equívocos se multiplican, los errores son frecuentes, las previsiones son totalmente inciertas.

(Mientras la política real fluye bajo la superficie, deleitémonos con los productos elaborados para consumo colectivo y , entretenimiento insustancial: Fernando Gutiérrez Barrios diciendo que ya pronto entrará la contienda priísta en terrenos de menor confrontación; Roque jugando a deslindarse de Zedillo; Madrazo jugue- teando con la desaprobación de los mecanismos electorales preparados para el 7 de noviembre; Labastida poniendo cara de que ahora sí las cosas van en serio; Bartlett aguardando, como los pianistas de las cantinas del oeste, tras el teclado, en espera de que los dos vaqueros principales terminen de acribillarse...)

Astillas: El crimen organizado se ha movido de sus escenarios naturales y muy conocidos (Ciudad Juárez, Tijuana, Tamaulipas, Cancún) al Distrito Federal. Por ello son cada vez más frecuentes las escenas que antes veíamos distantes, en las ciudades que asumíamos como dominadas por las leyes del narcotráfico. La capital del país es hoy campo de batalla entre bandas. El consumo de estupefacientes se ha disparado, y con él la criminalidad y la crueldad en asaltos y robos callejeros o domiciliarios. El problema es que la estructura del poder público ha sido profundamente infiltrada por el dinero sucio. Por ello, no es posible resolver de raíz ese gravísimo mal. Es, en el fondo, un asunto correspondiente a la manera como se constituye el poder en nuestro país. Es decir, un asunto relacionado con la manera de elegir autoridades y el perfil de esos mandatarios. Lo demás, histerias, amarillismos, frivolidades, sólo son expresiones intrascendentes. Lo importante será sanear la vida pública. Elegir autoridades comprometidas con la honestidad. El 2000 es una gran oportunidad, acaso la última...

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