La Jornada martes 5 de octubre de 1999

Ugo Pipitone
Austria como metáfora

ANALICEMOS LAS ELECCIONES del domingo pasado.

Centro, derecha e izquierda encarnados en tres partidos que se mueven en un rango de preferencias electorales que van de un mínimo de 27 a un máximo de 33 por ciento: ésta es la situación actual de Austria. Un equilibrio casi perfecto entre fuerzas políticas que tal vez no expresan proyectos políticos acabados pero ciertamente visiones y actitudes distintas. En alguna forma, un resumen de la situación política europea y, tal vez, algo más que eso. Pero antes de intentar una apretada síntesis de estas "visiones y actitudes", añadamos el otro elemento esencial, el cuarto "partido": un abstencionismo de 25 por ciento. He ahí, entonces, la situación: cuatro fuerzas de las cuales una (los ciudadanos no votantes que están entre la apatía, la incultura ciudadana y el desconcierto) dispuesta, según los vientos dominantes, a quebrar el equilibrio a favor de alguna de las tres perspectivas políticas mencionadas.

En la derecha está la estrella naciente de un partido de antiguas, y ahora solapadas, simpatías pro nazis. Los rasgos dominantes son, aquí, la xenofobia, el populismo y un antiguo reflejo de decisionismo autoritario. En la izquierda está la estrella decadente de un partido socialdemócrata que después de treinta años en el gobierno, y luego de haber contribuido a crear condiciones de justicia y seguridad social entre las más altas del planeta, se encuentra hoy en un bache de propuestas que los electores castigan. Y, en tercer lugar, la estrella eterna de un centro cristiano cuya inspiración fundamental sigue siendo un conservadurismo discreto, moderadamente deseoso de una solidaridad social que no le cueste mucho a los electores y receloso de cualquier novedad que pueda alterar sus estilos de vida.

Resumamos los datos centrales: una izquierda que, despeinada por cambios mundiales que amenazan formas históricas de solidaridad, no acierta a establecer un equilibrio viable entre creación de riqueza y conservación de solidaridad. Y una derecha, que, frente al desconcierto social, cabalga el tigre paranoico de la xenofobia (todos los males vienen de afuera) y de un populismo con un inconfundible tufillo milagrero-reaccionario.

Y a uno resulta difícil evitar la comparación con Latinoamérica. Es obvio que aquí la situación es muy distinta: el sistema de partidos es más endeble, las preferencias electorales más irregulares y las tentaciones mesiánicas más fuertes. Aunque, en tiempos recientes, el mesianismo, como venta política de milagros, asuma en Europa una coloración conservadora, mientras en estas partes del mundo se presente a menudo bajo una coloración "revolucionaria". Haciendo a un lado el centrismo cristiano --que oscila entre el reformismo en el Cono Sur y el conservadurismo social en otras partes del subcontinente-- el hecho común entre los dos lados del océano es el desconcierto de la izquierda. Lo que en Europa tiende a producir formas de inmovilismo en las propuestas económicas y de malabarismos dialécticos en la "teoría", en América Latina tiende a tomar la forma de fugas hacia delante con modalidades que pueden ir de Hugo Chávez (el jefe iluminado) al populismo, hasta las demencias redentoras de asesinos con causa al estilo FARC y similares.

Conservando la mirada en estas partes del mundo, dos cosas parecerían ser relativamente obvias. La primera: una izquierda que, en lugar que construir proyectos viables de desarrollo equitativo, se repliega en el mesianismo (cualquiera que sea la fórmula: liderista, populista o guerrillera), casi siempre entrega la victoria electoral a los conservadores. La segunda: a escala planetaria, ahí donde el capitalismo ha resultado vivible ha sido por las luchas y las propuestas de reformadores progresistas, gracias a los cuales la enseñanza obligatoria, el sufragio universal, el derecho al aborto, las pensiones, etcétera, llegaron antes de lo que habrían llegado en la ola de una maduración civil que, la izquierda, casi siempre, ha anticipado.

Vivimos un tiempo de crisis del pensamiento y las prácticas reformadoras: en Europa, esta crisis se manifiesta como inmovilismo, en América Latina como retorno a arquetipos políticos derrotados, desde la guerrilla al populismo. Lo único seguro es que, mientras no se establezcan las condiciones históricas para formas de producción más eficaces que el capitalismo, una izquierda paralizada entre falta de ideas y mitos heroicos creará las condiciones para los éxitos electorales de la ultraderecha, como acaba de ocurrir en Austria, o para la santificación electoral de un capitalismo salvaje. Como ocurre en América Latina.