La Jornada martes 5 de octubre de 1999

Alberto Aziz Nassif
Instituciones, conflicto y mediación

EN LOS ULTIMOS TIEMPOS ha habido algunas experiencias de mediación en la vida pública del país, que nos llevan a formular algunas preguntas: Ƒel recurso de la mediación de entidades o mecanismos externos a las partes en un conflicto surge ante la debilidad e incapacidad de las instituciones, o se debe a su fortaleza y capacidad de innovación? ƑEl fracaso de estos mecanismos de mediación, que terminan por formar parte del problema que querían ayudar a solucionar, es una expresión de instituciones fuertes que no necesitan de esas instancias mediadoras o, por el contrario, expresa la imposibilidad de llegar a acuerdos y pactos por las mismas partes como un signo de debilidad?

Douglass C. North, premio Nobel de Economía 1993, afirma que las instituciones son las reglas del juego dentro de una sociedad. En tiempos de estabilidad, las instituciones --llámense partidos políticos, gobiernos, actores, movimientos o cualquier otra expresión organizada, que juega dentro de la vida pública del país con reglas aceptadas y reconocidas por las partes en conflicto-- no necesitan de mediaciones externas. En estos tiempos de incertidumbre mexicana observamos diversos casos de mediaciones no exitosas: fracasó el intento de hacer una alianza amplia de oposición y la mediación de un consejo ciudadano no generó un producto aceptable para todas las partes; la famosa propuesta de los maestros eméritos de la UNAM no ha logrado destrabar el conflicto, que lleva más de 160 días; antes, la Comisión Nacional de Intermediación para la paz en Chiapas tuvo que desaparecer porque se desgastó como mediadora, y la Comisión de Concordia y Pacificación del Poder Legislativo sigue vigente por ley, pero tiene grandes dificultades para avanzar en su tarea. Se puede argumentar que cada caso ha sido muy diverso, incluso se podría dividir entre espacios institucionales y espacios que se han salido de la institucionalidad formal. Aceptando que todos son casos distintos, se puede reconocer que, de alguna forma, también todos tienen un elemento en común: un espacio de intermediación como recurso extraordinario porque las partes no han logrado solucionar por sí mismas el conflicto.

Otro aspecto que acompaña a esta situación institucional es la poca capacidad para llegar a acuerdos sustantivos, pactar y construir consensos. En los años recientes son raros los expedientes que han sido producto de una negociación exitosa; uno de los últimos se logró en 1996 en torno a la reforma electoral, que ciudadanizó y fortaleció el Instituto Federal Electoral. En contraste, el fracaso de la negociación en Chiapas da cuenta de esa incapacidad para acordar y resolver uno de los conflictos más importantes y definitorios para el país. El caso Fobaproa puso a prueba la relación entre los Poderes (Ejecutivo y Legislativo) y la misma capacidad del Legislativo para acordar por consenso; al final se logró una mayoría (PRI y PAN) que sacó adelante este terrible esqueleto financiero, pero el desgaste del Poder Legislativo fue notorio y en la opinión pública quedó la impresión de que el problema no estaba resuelto y que sus consecuencias serían funestas para nuestro futuro económico.

Por lo pronto, resulta más o menos claro que las instituciones en México atraviesan por una época de cambios, en algunos casos marginales, y en otros, más de fondo. Este proceso ha sido reconocido como parte de una transición, inconclusa en mi opinión, porque sólo ha logrado establecer parcialmente algunas de las reglas del juego de un sistema democrático, como podría ser el espacio electoral, pero aún falta construir los rasgos de un régimen en donde el poder sea responsable para dar cuentas y reformas sustantivas que doten a nuestra democracia de una capacidad generadora de instituciones estables, que puedan procesar los conflictos. Alcanzar este objetivo, quizá indique que llegamos al fin de la etapa en que las instancias de mediación externas sean necesarias. Incluso, se podrá discutir ampliamente sobre la fortaleza o debilidad de las instituciones en México, pero, ciertamente, no se podrá ignorar que siguen sin resolución conflictos sustantivos, los cuales sólo se acumulan y ni se ve cómo podrán resolverse. Si la fortaleza institucional se mide por el logro de resultados y la generación de acuerdos, creo que, por lo pronto, el país no anda bien.