Hace tres años, el jurado del festival de San Sebastián ignoró las cualidades de Capitán Conan, de Bertrand Tavernier, uno de los títulos más sólidos de esa competencia, apenas otorgándole una mención a sus valores de producción. En esta ocasión, Tavernier volvió al festival donostiarra en calidad de presidente del jurado y para confirmar que la venganza es un plato que se sirve frío.
La repartición de los premios, ocurrida el pasado fin de semana, favoreció de manera contundente al cine francés y dejó en claro quién partió el fromage a la hora de las deliberaciones. Ahora bien, no se puede objetar ese triunfo pues los títulos galos sí se encontraban entre lo meritorio de la programación. Quizá la mayor sorpresa fue la Concha de Oro para C'est quoi la vie? (ƑQué es la vida?), de Francois Dupeyron, en lugar de La maladie de Sachs (La enfermedad de Sachs), de Michel Deville, que parecía una candidata más fuerte. El mismo Deville debió haberlo pensado así, pues no se veía muy emocionado al recibir las Conchas de Plata a la mejor dirección y el mejor guión. Sin duda, La maladie de Sachs es una película más elaborada sobre la humanista actitud de un médico provinciano, dedicado por completo al bienestar de sus pacientes, según se relata a través de un mosaico de voces interiores. Pero el aire bucólico y el optimismo New Age ante la adversidad, de C'est quoi la vie? convenció más al jurado.
Quizá la prueba más palpable del ánimo vengativo de Tavernier fue el nulo reconocimiento para Miss Julie, de Mike Figgis. Todos recordaban en San Sebastián que Figgis formó parte del jurado que ninguneó a Capitán Conan. Sólo así puede explicarse que se haya obviado el trabajo del actor británico Peter Mullen, un intenso ejercicio de rencor y rabia contenidas en favor del papel secundario del anciano Jacques Dufilho en C'est quoi la vie? El propio Tavernier se sintió obligado a explicar, sin que nadie se lo pidiera, que Dufilho es un veterano cuya larga carrera ya merecía un reconocimiento.
Los demás premios fueron una medida diplomática para quedar bien con el país anfitrión. Darle el premio a la mejor actriz a Aitana Sánchez-Gijón por fingir orgasmos como la duquesa de Alba en Volavérunt, de Bigas Luna, fue motivo de una exagerada indignación de la prensa española que, por otra parte, exigía un mayor reconocimiento a Cuando vuelvas a mi lado, el tedioso melodrama femenino de Gracia Querejeta, relegada a premios menores como el de mejor fotografía.
La decisión del otro jurado, el de los Nuevos Realizadores, para otorgar un premio económico bastante generoso, no invitó controversia alguna. La francesa (para no variar) Ressources humaines (Recursos humanos), ópera prima de Laurent Cantet, es superior incluso a las cintas de Dupeyron y Deville. Con un rigor que no permite ninguna desviación a su tema central, la película narra el conflicto desatado en una pequeña fábrica de provincia, cuando el hijo de uno de los obreros es contratado para un desempeño ejecutivo. El drama se desenvuelve en un orden de acontecimientos tan natural como implacable, concluyendo con una dura interrogante. La participación francesa en San Sebastián sirvió para restaurar la fe en el cine francés, tan alicaído en Venecia.
El estreno de la nueva sede del festival, el llamado Kursaal, tuvo reacciones encontradas. Desde luego, el cambio en una rutina que ya se había asentado por años provocó un inicial y comprensible despiste entre organizadores y asistentes, por igual. La arquitectura del lugar es discutible, no así sus ventajas prácticas. A pesar de su elegante sabor a viejo mundo, ni los salones del hotel María Cristina, ni las instalaciones del teatro Victoria Eugenia, cubrían ya las necesidades de un festival que ha sabido crecer y definir un estilo propio. San Sebastián está listo para el nuevo milenio.