LA POSIBILIDAD DE una alianza entre todos los partidos opositores (AO), para disputarle el poder al PRI, despertó fundadas expectativas entre la población. Un sólido 63 por ciento a favor de ella lo certifica, aun después de las dudas y los augurios interesados de su imposibilidad. Los partidos enviaron a negociar a un destacado grupo de sus militantes y ni así pudieron llegar a una propuesta viable. Llamaron a otros emergentes (CC) para que les dieran el empujón requerido y ello está terminando en un pleito adicional. Todo indica que se jugó con las expectativas ciudadanas y alguien deberá pagar por ello. Pero lo más grave es que, en realidad, se extravió una oportunidad para concretar la dilatada transición democrática en que la sociedad se ha embarcado desde hace ya varias décadas. Una vez más, una parte de las élites del país quedaron cortas de altura para copar con las atribuladas circunstancias presentes y con el futuro nacional.
Participar como sujeto activo y de calidad en los momentos cruciales que marcan la historia de las naciones no es gratuito, y sí conlleva penas y esfuerzos para cumplir con tan delicados mandatos. Ser negociador de la AO no implicaba asistir a divertidas juntas en casa del "famoso" Diego para luego narrarlas a un reportero de confianza o para convertirlas en anécdotas para ambientar las cenas de los iniciados. Tampoco eran para salir en la foto histórica y ocupar las primeras planas de los diarios; engrosar la clientela para sus despachos, ser llamados a programas televisivos o acudir como conferencista de mesas redondas. Se trataba de asegurar el cambio que amplias capas de la sociedad están demandando. Transformaciones profundas y difíciles de llevar a cabo y que no se atisban como promesas fundadas, seguras, a partir de los medios y los procedimientos tradicionales. El juego de partidos, tal y como se observa por ahora, no garantiza, a ninguno de ellos en particular, llegar al poder con la suficiente fuerza como para, desde ahí y por su propio peso, satisfacer las expectativas de darle al gobierno, al país y a la política, el nuevo perfil y la substancia que se solicitan. No se tendrá la esperada AO y ello constituye una desgracia y un rotundo fracaso para quienes debieron concretarla.
Una desgracia porque México requiere, con urgencia, de una pulcra y hasta avara utilización de sus ya mermados recursos. Se ha perdido mucho tiempo cuando ello era, precisamente, un factor escaso y clave para entrar en consonancia con los ritmos mundiales de avanzada. ƑCómo recuperar lo que se ha dilapidado en medio de tantas crisis evitables? ƑCómo inyectar dinamismo al escuálido crecimiento económico sufrido en los últimos 17 años? ƑDe qué manera se puede asegurar la convivencia pacífica entre los mexicanos? ƑCómo dar vigencia al Estado de derecho para vivir con la seguridad suficiente? ƑCómo vigorizar la cultura ciudadana para que se respeten los derechos humanos y la rendición de cuentas sea una práctica cotidiana que aniquile la impunidad? Y, lo más ansiado, Ƒde qué manera se reducirán las atroces e insultantes desigualdades para que no sigan aumentando y prolongándose por los años de los años? Estas son algunas de las preguntas que una AO bien podría responder, con fiable margen, de inmediato, y a corto plazo. Por lo visto, se deberá esperar para ello. Los partidos, en lo individual, no podrán estar a la altura de tales retos. En condiciones electorales de alto riesgo, competencia cerrada y debilidad institucional, la capacidad de formar un gobierno eficaz a partir de un solo partido ganador para que extienda tales garantías es, al menos, dudosa.
Por ello es también un rotundo fracaso la no concreción de la AO. Y lo es para los que tenían la consigna de dársela a una ciudadanía expectante. Para todos ellos, y para esos otros que, desde el mero principio le desearon mala fortuna, su actuación será enjuiciada como un craso error de juicio, de ramplonas aspiraciones, de incapacidades evidentes y de falso patriotismo. Nada menos que eso. Pero hay niveles de culpabilidad y el electorado lo irá dilucidando a golpes de análisis, crítica y simples conversaciones a lo largo de toda la campaña electoral. Fox no podrá justificar el por qué, yendo arriba en las encuestas, no se sometió a los dictados de las urnas. Cárdenas tendrá que certificar, con prístina actuación sus reales intenciones, así como las de sus cercanos asesores que no confiaban en la sinceridad de los panistas para formar una coalición de gobierno. Las burocracias del PAN y el PRD pasarán a ocupar su lugar en el juicio colectivo y, esta vez, no diluirán su mediocridad y pequeños intereses. Y, los demás proponentes, chicos o de rango principal, quedarán inscritos en el reparto de las sospechas ciudadanas. *
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