EN POCOS DIAS, el primero de octubre, se cumplirá medio siglo de la proclamación de la República Popular China. Y pocas tareas son más complejas desde el punto de vista histórico (y espinosas desde una perspectiva moral) que la de intentar un balance. Podríamos disolver esos 50 años en una historia milenaria, en la que toda pretensión de eternidad siempre terminó por disgregarse bajo catástrofes imprevistas: invasiones externas, crisis dinásticas y devastadoras sublevaciones sociales. Pero, sería una forma de eludir un problema incómodo. Y la cuestión consiste, precisamente, en la engorrosa convivencia de progreso económico y despotismo político.
La conciencia del observador podría descansar si el despotismo produjera siempre desastres económicos y el pluralismo ocasionara siempre progreso y bienestar. Por desgracia, no es así. O, por lo menos, no lo es en ese caso. La incomodidad intelectual puede ser superada en una clave de realpolitik, sosteniendo que el avance en las condiciones de vida de los 550 millones de chinos de 1949 no habría sido posible con democracia y pluralismo. En efecto, había dos obstáculos. Uno: China no tenía en su historia antecedente democrático alguno. Dos: frente al tamaño de los problemas heredados, el pluralismo político habría alimentado más el caos político que el desarrollo económico. Moraleja: la brutalidad y la violencia institucionales fueron costos históricos ineludibles.
En el otro extremo, y para liberarnos en otra forma de la incomodidad mencionada, podríamos acudir a una clave ideológica: el comunismo fue el gran error del siglo XX. En el caso de China, las cosas comenzaron a marchar por el camino correcto sólo a partir de 1978, cuando Deng Xiao Ping toma las riendas del país, introduciendo elementos de liberalización económica interna y de apertura externa.
En el primer caso, la represión y las violencias del comunismo son justificadas en nombre de la necesidad histórica. En el segundo, el comunismo aparece como una monstruosa equivocación. De una parte, un estalinismo que achaca a las limitaciones de las condiciones objetivas la brutalidad del partero que anuncia una historia nueva. De la otra, el ideólogo liberal para quien la historia es sólo un accidente en la marcha universal de la libertad y el mercado. Y encontrar una clave intermedia entre estas verdades canónicas sigue siendo una tarea endiabladamente compleja.
Sin embargo, en medio de esa convivencia de verdades excluyentes que es China, tal vez algo puede decirse con alguna confianza en su contenido de verdad. Intentemos un inventario. Primero: gracias al Partido Comunista Chino, el país encontró la fuerza y la voluntad para superar las impotencias de una república, nacida en 1911, corroída entre señores de la guerra locales y el expansionismo japonés. Segundo: a un costo humano que está lejos de haber sido evaluado, entre 1949 y 1976, el año de la muerte de Mao, el país creció a una tasa media anual de 5 por ciento. Tercero: la Revolución Cultural fue un fracaso porque asumió sobre sus espaldas una tarea histórica de dimensiones universales: conjuntar igualitarismo y libertad. Y el fanatismo ideológico será el síntoma de la conciencia reprimida de la enormidad de la empresa autoasignada. Cuarto: en las últimas dos décadas, la economía registra una tasa media anual de crecimiento de 10 por ciento. Un éxito económico anunciador de tensiones políticas futuras.
Sin querer justificar nada, el hecho sustantivo es que el autoritarismo político ha sido simultáneo con un crecimiento económico que ha beneficiado la gran mayoría de la población. Y si el país no entrara en un ciclo político de inestabilidad interna, es probable que, en el curso de la siguiente generación, su economía llegue a ser la más grande del mundo. Las consecuencias económicas, políticas y culturales de ese hecho histórico están, obviamente, más allá de toda posible evaluación desde el presente.
En la historia del mundo moderno, los países a la vanguardia del desarrollo económico tuvieron en sus cimientos culturales a Maquiavelo y Montesquieu (para razonar con el machete en mano). ƑQué ocurrirá cuando las principales fuerzas económicas del mundo (China y el resto de Asia oriental) tengan en sus bases culturales a Confucio, o sea, las ideas de responsabilidad colectiva y de respeto incondicional a la autoridad?