Carlos Marichal
El gran teatro del dinero

Cada fin de septiembre, la ciudad de Washington se convierte en la capital mundial de las finanzas, donde convergen más de tres mil banqueros y funcionarios de hacienda para celebrar una serie de reuniones que resultan cada vez menos creíbles. A pesar de los festejos de los sacerdotes del dinero, quienes indefectiblemente dan muestras de una gran solidaridad al interior de su propio gremio, los espectadores del teatro quedan desconcertados, tanto por lo repetitivo del libreto, como por lo desentonado de las voces de muchos actores que cantan loas cada vez más agudas al poder supremo de nuestra era: el dinero.

ƑCuales son las funciones de estos coloquios globalizados de financieros? El primero es, sin duda, la proyección internacional de un discurso que reafirma las principales líneas de la religión financiera contemporánea, que es la ortodoxia neoliberal. Claro que hay matices, que se observan en las discrepancias entre aquellos dos templos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) --epítome del monetarismo y de la disciplina fiscal-- y el Banco Mundial, organización hermana de la anterior, pero más atenta al reclamo de la justicia social y los proyectos de desarrollo. En segundo lugar, las reuniones reafirman alianzas simbólicas entre Estado y banca y, a nivel más concreto, entre ministros y banqueros, facilitando intercambios personales de la élite internacional del poder, para adaptar la expresión del sociólogo, C. Wright Mills. Aunque el foro septembrino de Washington es el más importante y viejo del mundo financiero, comienza a provocar incredulidad entre los espectadores del rito anual. El mensaje central transmitido por las agencias de prensa esta semana es similar al del pasado: los países del Tercer Mundo deben recortar su gasto público y, al mismo tiempo, facilitar los flujos internacionales de capitales, aun cuando contribuyan a un incremento de las deudas externas y/o propicien ataques especulativos contra las monedas nacionales. Este año, una nueva propuesta ha sido formulada por dos de los máximos sacerdotes de la reunión, Ricardo Hausmann, economista en jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, y Guillermo Calvo, asesor del FMI, quienes afirman que los países latinoamericanos deben entrar en una unión monetaria con Estados Unidos. Este es un globo de ensayo provocativo que distrae la atención sobre los problemas más graves del momento, pues es evidente que en el corto plazo la mayor potencia mundial no estará dispuesta a compartir la soberanía de su moneda.

En cambio, es especialmente revelador que asesores económicos, banqueros y ministros de finanzas eviten hablar en detalle de las grandes grietas e inmoralidades del sistema como son el lavado del dinero por narcotráfico y bancos, la evasión fiscal de los multimillonarios, la extorsión, la fuga de capitales y los beneficios extremadamente desiguales de la economía moderna. Hasta la fecha, por ejemplo, no se ha logrado que ninguno de los grandes bancos internacionales reconozca que obtiene enormes ganancias del tráfico de dólares drogados, a pesar de que se calcula que dichos flujos superan 500 mil millones de dichos billetes al año. En este sentido, está claro que la justicia globalizada todavía está muy lejos de ser suficientemente poderosa, eficiente y/o autónoma para poder doblegar alguno de los principales actores bancarios en el escenario mundial. Recuérdese si no, la influencia desplegada por el banco comercial más poderoso de los Estados Unidos, el Citibank, para demorar a la justicia suiza en la entrega de las investigaciones completas sobre el caso de las transacciones financieras del hermano de quien fuera quizás el más poderoso Presidente de México. En resumidas cuentas, la retórica del gran teatro financiero no contribuye a aclarar ni cómo se puede formular una legislación global para comenzar a regular a los grandes actores del dinero ni cual sería una estrategia realmente viable para mejorar la distribución del ingreso a nivel mundial, en vez de empeorar, como viene haciendo hace 20 años.