Ť La del sábado, una reunión de melómanos


Placer, lucidez y supremacía en el concierto de Arturo Sandoval

Ť El trompetista ofreció una velada de jazz de primer nivel

sandoval Pablo Espinosa Ť Calcinante la caligrafía, canoro su fraseo, pasmosa la velocidad, de asombro fascinante la claridad de sus líneas melódicas. Chorros, borbotones, ardientes cataratas de sonidos áureo y plúmbago emergen de la trompeta de Arturo Sandoval, en medio de una lujuria percusiva y el coro formidable de una banda dúctil, idónea para el íntimo decoro, la magnificencia de uno de los mejores trompetistas del planeta.

La noche del sábado ocurrió en Polanco una gran sesión de jazz y música cubana. Proveniente de su nueva patria, Miami (Ƒcuántas patrias une Estados Unidos?), el que fue uno de los productos de la revolución cubana, orgullo de la izquierda setentera, ídolo de la melomanía sin fecha, ahijado del gurú don Dizzy Gillespie, sufrido anhelante de una visa que le fue negada durante años en su Amérrica adoptiva por haber pertenecido algún día al Partido Comunista de Cuba, el extraordinario alientista, artesanal multinstrumentista, ese formidable músico llamado Arturo Sandoval nos obsequió una velada de jazz de primer nivel, una fiesta de sonidos, un derroche de talento, una cátedra de jazz y rumba y reggae y son montuno y balada y bolero y trompeta y flugelhorn y sinte y piano y timbales e improvisación vocal estilo Bobby McFerrin, instrumentos todos éstos con los que el maestrísimo Sandoval hizo del mármol plastilina, de la arcilla concha nácar, del sentido de la música una manera de entender el mundo: Placer, ludicidad, bonhomía. La vida es juego y los juegos... música son. Polvo eres y en música te convertirás.

En el Hard Rock (Café) Live ųese local inadecuado para oír música pero absolutamente apto para que el esnobismo despliegue sus alcances en la palabra de moda para el tiempo libre, antroų reunióse no la manada habitual de pirruros, sino un público que a leguas se le veía en la frente esa contraseña secreta de identidad de la melomanía. Los entendidos recordaban al muchacho Arturo Sandoval cuando con los muchachos Paquito D'Rivera, Chucho y Oscar Valdés, Enrique Plá, Armando Cuervo, Jorge Alfonso El Niño, Carlos Emilio Morales, Carlos Aberob y Carlos del Puerto, los mismísimos Irakere, nos hicieron felices muchas noches cuando sus conciertos, allá, a finales de los setenta, fueron apoteosis tan sublimes que se pueden resumir, sin nostalgia, en una frase que alguien entre el público en la Arena México y entre el colectivo éxtasis les gritó a los músicos en el intersticio de esos silencios imposibles, de apenas fracciones de segundo, que se hacen cuando una multitud en clímax escucha música y delira, grita, desgañita y orgasmea: "šNunca se mueran!''. El resto aprobó y promulgóse.

Antenoche en la ciudad de México, Su Eminencia Arturo Sandoval refrendó, con la demostración de su valía artística, sus capacidades musicales infinitas, su supremacía y valor, la hondura de una música de raíces consanguíneas.

Qué noche. Cuantísimo talento Sandoval. Qué chingonería de música su música. Y en la estratósfera de una sucesión de escalas agudísimas, el lujo de una improvisación jazzística en la punta del caracol dorado de su trompeta escalofriante. Qué músico. Salve, Sandoval.