La Jornada Semanal, 26 de septiembre de 1999
Ella asegura que nunca reescribe o revisa. Su primera novela, El dios de las pequeñas cosas, obtuvo en 1997 el máximo honor en el mundo literario angloparlante: el Premio Booker; se ha publicado en más de veinte países, ha alcanzado el primer lugar en la lista de bestsellers del Sunday Times en Londres y llegó muy alto en la lista del New York Times. Le ha reportado utilidades por un millón de dólares hasta ahora y le ha merecido la atención de los medios internacionales debido a las acusaciones por obscenidad que se le han hecho en su natal India por la sensual descripción de un acto de amor entre un hombre y una mujer de castas diferentes, con la que cierra la novela. Y por encima de todo esto, es buena. Realmente buena. Una verdadera chingona. Tan buena, de hecho, que John Updike, al hacer la reseña de El dios de las pequeñas cosas para el New Yorker, compara su intrigante debut al de Tiger Woods.
Ella es Arundhati Roy, y es notablemente menuda -mide poco más de metro y medio de estatura- a pesar de sus zapatos negros de plataforma y su nueva personalidad de tigresa. Una explosión de cabello rizado enmarca su cara, que muestra unos enormes ojos casi infantiles y unas mejillas que sobresalen cuando habla o se ríe. Tiene alrededor de treinta y cinco años y se crió en Kerala, el estado indio marxista en que se escenifica El dios de las pequeñas cosas. Su novela es el relato vertiginoso de unos gemelos -hombre y mujer-, Estha y Rahel, y las tragedias de su familia; la historia gira en torno a la muerte de su prima indobritánica Sophie Mol, de nueve años, de visita en la India por sus vacaciones.
Hija de una cristiana siria, divorciada, que administraba una plantación de té (tal como el personaje de Ammu en la novela), Roy no asistió a la escuela hasta los diez años. ``Era el conejillo de indias de mi madre y fui su primera alumna.'' Siendo adolescente, Roy continuó sus estudios en un internado del sur de la India y terminó en la Escuela de Planeación y Arquitectura de Delhi. Ahora, tras mantenerse varios años como instructora de aeróbics en Nueva Delhi, se ha convertido en novelista de fama mundial. Le perdonamos que no haya revisado o reescrito El dios de las pequeñas cosas. Gracias a Dios que no lo hizo. ¿Dónde estaría el mundo sin ese despliegue de dones naturales para el símil y la metáfora, para el ritmo y la lírica? ¿Sin su vertiginoso microcosmos de la India moderna? ¿Sin esa expresión de anhelo y gozo, honesta y salvajemente creativa (sus juegos de palabras volverían loco a William Safire y a cualquier usuario de diccionarios que se respete)? No imaginamos un mundo sin El dios de las pequeñas cosas. Preguntémosle a Roy acerca del mundo donde sí existe.
Todos los ojos están puestos en la India ahora que acaba de celebrarse el cincuenta aniversario de su independencia. Al mismo tiempo, todos los ojos están puestos en usted y su novela. La gente de todo el mundo se pregunta qué significa ser indio y novelista hoy en día. ¿Pueden los lectores encontrar la respuesta a estas preguntas en El dios de las pequeñas cosas?
-Mire usted, yo creo que un relato es como la superficie del agua: uno puede tomar de allí lo que quiera. En su volubilidad está su fuerza. Pero me molesta esa idea, esa insistencia. ¿Qué quieren decir cuando preguntan: ``¿Qué significa ser indio? ¿Qué es la India? ¿Quién es indio?'' ¿Acaso nos preguntamos con la misma frecuencia qué significa ser estadunidense o británico? No creo que esta pregunta tenga necesariamente una respuesta. Además, yo no me planteo las cosas en estos términos. Me parece que tal vez la pregunta que deberíamos hacernos es ¿qué significa ser humano?
Ni siquiera estoy de acuerdo con la necesidad de definir a nuestro país. ¡Porque el tema es mucho más amplio! ¿Cómo puede uno definir a la India? No hay en ella una única lengua, una sola cultura. No hay una sola religión, una sola forma de vida. Es totalmente imposible encerrarla en una línea y decir: ``esto es la India'' o ``esto es lo que significa ser indio''. Todo el mundo está buscando simplificaciones. Pero no es así de fácil. Yo no creo que una buena película o un buen libro puedan comunicar lo que significa ser indio. Desde luego, todos los escritores de ficción tratan de darle sentido a su mundo. Eso es lo que yo hago. Sin embargo, hay cosas que no hago, como por ejemplo afirmar que tales o cuales cosas influyeron en mi libro. Y tampoco ``defenderé'' nunca mi obra. Cuando escribo, dejo mis armas en el suelo y le entrego el libro al lector.
-Hablando de influencias y defensas, su obra ha sido comparada con la de Salman Rushdie. Y actualmente enfrenta usted acusaciones por obscenidad en su país debido al erótico final de El dios de las pequeñas cosas. Esa controversia evoca -aunque en forma menos severa- la fatwa (sentencia de muerte) contra Salman Rushdie.
-Creo que la comparación con Rushdie es un gesto perezoso. En caso de duda, si un escritor es indio, hay que compararlo con Salman porque él es el más conocido escritor indio. Decir que esto me entristece un poco daría la impresión de que no lo tengo en un concepto muy alto, y no es así. El es un escritor brillante. Pienso que cuando surge un nuevo escritor, a los críticos les resulta difícil porque hay que pegarle una etiqueta. Y Salman es la etiqueta más obvia en mi caso. Pero después los lectores empiezan a aceptar sin mayor cuestionamiento la etiqueta y eso no es justo.
-Esas comparaciones surgen de la necesidad de crear una analogía, una metáfora para que los lectores entiendan el trabajo de un autor desconocido...
-Entiendo esa necesidad. Pero no entiendo que los lectores den por hecho que los escritores indios somos ``realistas mágicos'' y de pronto yo me vea convertida en ``realista mágica'' sólo porque Salman Rushdie u otros escritores indios lo son. En ocasiones la gente puede formarse una idea falsa debido a esas etiquetas. Por ejemplo, cuando Baby Kochamma fantasea o Rahel observa algo cuando era niña o Ammu sueña, no soy yo, la autora, quien crea el ``realismo mágico''. No: lo que yo hago es describir los personajes y su experiencia. Lo que el lector está leyendo son las propias experiencias del personaje. Estas imágenes las comunican los personajes. No soy yo quien invoca la magia. ¡A decir verdad, es realismo lo que estoy escribiendo!
Y no sólo me comparan con Rushdie. También con García Márquez, Joyce... y Faulkner, siempre con Faulkner. Con él es con quien más me comparan. Pero nunca lo he leído, así que sobre él no puedo decir nada. Sin embargo, he leído a algunos otros escritores del sur de los Estados Unidos, como Mark Twain y Harper S. Lee, y pienso que tal vez lo que tengo en común con ellos es la fusión o intromisión del paisaje en la literatura. Esta comparación no es tan gratuita, pues resulta natural que los escritores que viven fuera de las zonas urbanas compartan un entorno no construido por el hombre y que se ve afectado por los vientos, los ríos y la lluvia. Pienso que aquí las relaciones y las divisiones entre los hombres son más brutales y directas que en las ciudades, donde todo está oculto tras las paredes y tras una chapa de refinamiento urbano.
-Las acusaciones por obscenidad que le hizo el abogado privado Sabu Thomas surgieron en Kerala, la misma región india que usted describe en su libro. ¿A esto se refiere cuando dice que ``las divisiones entre los hombres son más brutales y directas'' en las zonas no urbanas? ¿Y cómo ha contrarrestado la polémica recepción a su libro en el lugar mismo que lo inspiró?
-Cuando acababan de hacerme la acusación me sentí muy enojada. En realidad, el primer individuo que me acusó de obscenidad lo hizo cuando yo estaba en mi primera gira por los Estados Unidos en junio, y nadie me habló de eso porque no querían contrariarme durante la gira. Ahora me doy cuenta de que la literatura está hecha de esto. Esta es la arena de la literatura. Y para mí es más importante exponer eso en mi territorio. Hacer mi defensa de la literatura y la libertad de expresión. Para mí es mucho más importante hacer eso que ir a fiestas literarias o giras. Esa es la verdadera pelea, lo que está en juego. Ese es mi territorio, sin importar lo que él esté tratando de hacer, lo que esté tratando de decir en contra de mi libro. No me asusta, me considero capaz de manejar este asunto y de hacerme justicia a mí misma. Voy a marcar mi territorio. De hecho, la semana pasada apelé al tribunal superior y decidieron turnar el caso a un tribunal inferior. Es un asunto penal, ¿sabe?, y en la India, aun cuando haya sido un ciudadano privado quien me acusó, el caso se convierte en un asunto del ``Estado'' contra ``mí''. Es tan injusto... La persona que me está acusando de obscenidad sólo fotocopió las últimas tres páginas de mi libro y las presentó al tribunal. La prensa local ha tratado el asunto en forma parcial; mi madre, que vive en Kerala, oye acerca de la controversia y no puede disfrutar del éxito internacional del libro. Ha sido muy desgastante. Pero uno no puede escapar de la irradiación de su propia escritura.
-Cuando empecé a leer El dios de las pequeñas cosas me tardé un poco en entender quién era el protagonista, y después sentí que era el lugar: la India, Kerala.
-La búsqueda es interesante, esa búsqueda de un personaje principal. No hay razón para que haya sólo uno. De hecho, siento que el centro son todos: Ammu, Baby Kochamma, Velutha, Estha, Rahel... todos ellos son el núcleo.
-¿Cómo reacciona ante las entrevistas en que se tacha a sus juegos de palabras de ``rebuscados'' o ``autoconscientes''?
-La lengua es algo en lo que no pienso. En absoluto. Mi escritura no es autoconsciente en absoluto. No reescribo. En todo este libro cambié sólo dos páginas. Casi nunca vuelvo a escribir una oración. Así es como pienso. Escribir una novela fue un proceso muy intuitivo para mí. Y placentero. Mucho más placentero que escribir guiones. Disfruto mucho más al describir un río que al escribir: ``Toma de un río.''
Pero, ¿sabe?, siempre he creído que entre los mejores escritores hay escritores egoístas y escritores generosos. Los primeros le dejan a uno el recuerdo de su libro. Los segundos, el recuerdo del mundo que evocaron. Evocar un mundo, lograr comunicárselo a alguien, es como escribirle una carta a un ser querido. Es una línea muy tenue. Para mí, los libros son regalos. Cuando leo un libro, lo acepto como el regalo de un autor. Cuando escribí este libro lo presenté como un regalo. El lector podrá hacer con él lo que quiera.
-Esta es su primera novela. ¿Cómo empezó a escribirla? ¿Cuál fue el proceso? ¿Cómo fue avanzando hasta terminarlo?
-Si alguien me hubiera dicho que así es como escribiría una novela, no le habría creído. La escribí a partir de una secuencia. No empecé con el primer capítulo ni terminé con el último. En realidad empecé a escribirlaÊcon una sola imagen en mente: el Plymouth azul cielo con los gemelos dentro y una marcha de marxistas rodeándolos. A partir de allí surgió todo. El lenguaje empezó a entretejerse solo, oración por oración.
-¿Cómo llegó a la secuencia final que se convirtió en la novela en su forma acabada?
-Así sucedieron las cosas. Por ejemplo, cuando empecé a escribirlo, no sabía que la acción del libro ocurriría exactamente en un día. Siempre estuve cambiando del pasado al presente. De pronto me di cuenta de que en algunas escenas los niños ya habían crecido y en otras aún no. Avancé enfocando las escenas en diferentes momentos, que se refractaban a través del tiempo. Momentos reconstruidos: Estha arreglándose su copete a la Elvis, Estha y Rahel haciendo burbujas de saliva, Ammu y Velutha haciendo el amor. Me daba cuenta de que esos momentos, y otros parecidos en la vida, significan más que ellos mismos, más que la forma en que fueron experimentados como simples minutos: son la sustancia de la felicidad humana.
-Según la semblanza que aparece en la cuarta de forros del libro, usted ``se formó como arquitecta y es autora de dos guiones para cine''. Y de acuerdo con otras reseñas publicadas, es instructora de aeróbics. ¿Por qué y cómo decidió escribir una novela?
-Desde que era muy pequeña, supe dentro de mí que quería ser escritora. Nunca pensé que tendría la capacidad de hacerlo, y tampoco tuve las oportunidades financieras. Pero un día empecé a escribir para el cine; así se inició mi carrera de escritora. Y sin embargo, cuando estaba estudiando arquitectura o dando clases de aeróbics, también estas actividades me llenaban por completo. Sin importar la actividad, pasada o presente, siempre me dejo absorber por ella. Y eso fue lo que sucedió con El dios de las pequeñas cosas. Trabajé durante mucho tiempo y, finalmente, cuando ahorré lo suficiente para tomarme un tiempo libre y aventurarme a escribir una novela -que ocupó cuatro años y medio de mi vida- pude concentrarme en ella por completo y disfrutarla en verdad. Me sentía tan comprometida con la arquitectura como con la escritura de esta novela y viceversa. Nunca me dediqué únicamente a soñar en convertirme en escritora y a lamentarme por mi situación de ese momento. Mi secreto estaba en negarme a vivir como víctima. El fracaso -aunque no debería usar esta palabra, sino más bien la ``falta de éxito''- nunca me asustó. Aunque este libro nunca se hubiera vendido o no hubiera llamado la atención, seguiría siendo el mismo libro. Este libro es lo que es. En cada etapa de mi vida decidí lo que podía hacer y lo hice.
Ningún editor o escritor tiene una fórmula para saber qué es lo que se venderá y por qué, aunque todos la estén buscando. La gente me pregunta si me he sentido presionada y también si repetiré el éxito de El dios de las pequeñas cosas. Espero sinceramente que no. Quiero seguir cambiando, creciendo. No acepto las presiones. No creo que deba escribir otro libro sólo porque ahora soy ``escritora''. Ni creo que nadie deba escribir a menos que tenga algo que decir. Si no es así, más vale cerrar la boca.
-¿Así que no está trabajando en otro libro?
-No, no por el momento. Estoy totalmente libre. En este momento es importante para mí aceptar mi propia paz; no tengo idea de lo que tendré que hacer después. Ni me importa. No siento que deba ``seguir el camino''. No creo en las reglas. Uno de los peores libros que he leído es El arte de escribir novelas. No hago reseñas aunque ahora me lo piden. No quiero analizar demasiado las cosas. Nunca pensé que todo esto ocurriría. En mi opinión, el principal valor de El dios de las pequeñas cosas está en que la gente de todo el mundo se ha conectado con este libro, que de algún modo está tocando una fibra humana.
Tomado de Salon