La Jornada Semanal, 26 de septiembre de 1999
En la Galería Nina Menocal se presenta actualmente ``Al azahar'', quinta exposición individual que, con puntualidad anual, el pintor cubano Ulises González (La Habana, 1963) realiza en este espacio. El trabajo de Ulises ha suscitado interés en México desde su llegada en 1991. Es en nuestro país donde se consolida su lenguaje pictórico y su iconografía se trastoca en forma definitiva, bajo el influjo de nuestra cultura popular y la imaginería religiosa que aprehende en Guadalajara, donde reside actualmente. Desde su primera exposición individual en esa ciudad (``Retablos'', Galería Alejandro Gallo, 1992) se pueden percibir ciertas constantes formales y conceptuales que han sido el núcleo de su creación plástica desde su génesis y que, con el tiempo, han ido madurando hasta conformar una obra de carácter plenamente personal y un estilo claramente reconocible, hecho nada fácil en esta época de bombardeo de imágenes.
La pintura de Ulises, esencialmente intimista, es fina expresión de los matices de su alma. Su temática hace referencia, en todo momento, a sus tribulaciones existenciales, a su constante búsqueda de identidad espiritual y sus reflexiones sentimentales. En un lenguaje posmoderno de sintaxis casi minimalista, la obra de Ulises nos habla de amor y desamor, erotismo y misticismo, gozo y sufrimiento, desgarramiento y ternura... Sentimientos hilvanados por el sutil filamento de la nostalgia, sensación presente en toda su creación.
Ulises trabaja generalmente en series temáticas que se han ido concatenando unas con otras mediante ciertos eslabones conceptuales perpetuados a lo largo de todos estos años. Como elementos iconográficos persistentes aparecen las flores -antes eran rosas, ahora son azahares-, los listones, los corazones, las naranjas, la sangre encendida que sacude al espectador. Su factura es siempre rigurosa, lo mismo cuando recurre a pinceladas libres y gestuales, que cuando se sirve de trazos suaves y contenidos. En su obra anterior incorporaba comúnmente elementos extrapictóricos al lienzo o a los marcos, llegando en ocasiones a crear el efecto de picto-esculturas; ahora se percibe un proceso de depuración que ha dotado a sus cuadros de una mayor ligereza, donde su propio lenguaje fluye más mesurado, velado por una diáfana precisión. Aún así sus pinturas conservan cierta teatralidad, una especie de hálito barroco que se genera por la voluptuosidad de las formas y los pronunciados golpes de luminosidad, aun en esta serie casi monocromática donde predominan los blancos y grises matizados por la tenue luz lunar.
El tema central de su pintura reciente es la relación carnal y mística entre la pareja, simbólicamente representada por sus inmensas naranjas ``humanizadas''. A través de ellas juega con la metáfora de la media naranja en alusión a la pareja ``ideal''. Así, nos presenta en lienzos cuadrados, de mediano formato, unas enormes y voluptuosas naranjas partidas por la mitad, cuyo centro es invariablemente un corazón palpitante, en ocasiones derramando espesos chorros de sangre. Siguiendo una semántica plenamente contemporánea, Ulises juega hábilmente con las palabras y entrevera significados y metáforas en sus títulos e imágenes. ``Al azahar'' tiene que ver con la representación literal de la flor de la naranja, presente en los lienzos en apiñados cúmulos y frágiles bouquets, o bien plasmadas al desgaire en el espacio, subrayando el toque ``cursi'' (y en ocasiones, kitsch) que deliberadamente imprime a su trabajo. Un listón negro enlazado entre las delicadas flores, así como la sangre escurriendo del corazón de las naranjas, trastocan el aparente ámbito de serenidad de sus blancas y luminosas pinturas, creando una sensación mórbida y perturbadora.
Otra innovación en su trabajo reciente es su incursión en la instalación. Aquí presenta su obra titulada Trampas de la suerte, constituida por siete piezas tejidas con soga plateada, a semejanza de las trampas de cestería que utilizan los pescadores primitivos en algunas regiones. Estas penden del techo a diferentes alturas, en un cuarto totalmente blanco, con la iluminación precisa para crear juegos de luces y brillos metálicos que hacen de este conjunto una obra altamente poética, metáfora que utiliza Ulises como un intento por ``pescar'' la suerte y atrapar lo imposible, lo inasible.
En la charla que sostuvimos al recorrer esta exposición, Ulises habló de su pasión por la poesía, en especial por la obra de su coterránea Dulce María Loynaz, cuyos poemas, a decir del artista, han suscitado imágenes y evocaciones que creo percibir en su pintura. Como la lírica pura de Loynaz, la pintura de Ulises, límpida y aérea, revela cierta antítesis entre un hermetismo y una oscuridad intrínsecos y una luminosidad que encierra emociones y sensaciones cotidianas, con el afán de expresar el ritmo pendular entre el amor y el desamor, la ausencia y la presencia, la añoranza de los orígenes: ``Una isla es/ una ausencia de agua rodeada/ de agua: Una ausencia de/ amor rodeada de/ amorÉ'' (Dulce María Loynaz, ``Geografía'' en Versos, 1920-1938.)