El tercer hombre
y Graham Greene
Rubén Moheno
Entre 1941 y 1944 el escritor británico Graham Greene colaboró en el servicio de inteligencia inglés bajo las órdenes de Kim Philby, con quien tuvo una permanente amistad. En 1951 los sistemas de información identificaron a Philby como un informante del Kremlin. El tercer hombre, como le llamaban, escapó a Moscú en 1963, donde fue recibido con honores. ƑPhilby cometió una traición? Greene definió: ''El servía a una causa, no a sí mismo''. Finalmente, apunta el escritor británico, ''el espionaje es un juego tan abstracto como el ajedrez... El juego alcanza tal nivel de sofisticación que pierde de vista sus valores morales''
no podría preguntarse por qué un expediente tan considerable sobre un escritor inglés en los servicios secretos estadunidenses. Tal vez se deba a que Greene fue longevo (nació el 2 de octubre de 1904 y falleció el 3 de abril de 1991), para beneficio de la literatura del siglo XX, y que a sus 21 años militó en el Partido Comunista inglés durante cinco semanas, pero ese fue sólo un dato que destapó él para combatir al macartismo, aunque agravó sus problemas de visado en EU.
En cualquier caso, ese expediente debió registrar que de 1941 a 1944 trabajó en la sección quinta (contrainteligencia) del MI6 (servicio secreto de información, también conocido como SIS), siempre bajo las órdenes de Kim Philby. Y que Philby, cuyo expediente ha de ser aún más extenso e incompleto, fue un alto funcionario del SIS que durante décadas realizó labores encubiertas para la Unión Soviética, antes de escapar a Moscú en 1963.
Alguien habló alguna vez accidentalmente a Greene de su trabajo "en el MI5" (cuya estructura operativa provenía de una rama especial de detectives de Scotland Yard, operaba en suelo británico, y era rival del MI6), y él respondió aclaratorio: "Usted me insulta, yo jamás espiaría a mis compatriotas."
El tipo de contraespionaje practicado por el MI5 consistía primariamente en escuchar comunicaciones, hacer archivos, buscar filtraciones, y analizar la historia de las personas que manejaran información vital. De hecho, Scotland Yard se opuso a que el SIS reclutara a Greene; ellos guardaban su ficha por "difamación" a la actriz infantil estadounidense Shirley Temple.
En 1941 Philby era responsable del trabajo de contrainteligencia en la península Ibérica. Greene atendía los asuntos de Portugal, más allá de su extensión geográfica. Fue encargado de combatir el contrabando de cartas y diamantes en Georgetown, Sierra Leona, en vecindad con las colonias francesas adictas al pacto de Vichy.
De regreso a Londres, Greene tomó a su cargo todas las operaciones en Portugal. Su trabajo fue brillante y entre él y Philby se dio la amistad. Amistad de la que no se retractó ni cuando Philby debió escapar a Moscú, donde recibió condecoraciones y el grado de coronel en la KGB. Más aún, fue precisamente Greene quien escribió el prólogo para el libro de Philby, My Silent War, en 1968.
La sección quinta realizaba operaciones en el extranjero por medio de agentes, en la extensión más compleja y misteriosa de ese oficio. Un trabajo de esa índole sólo puede sostenerse mediante una dirección central sumamente efectiva, que sigue cada caso al minuto y al detalle exacto. Sólo así podrá juzgar sobre asuntos tan delicados como la selección del momento en que un agente enemigo se ha vuelto tan dependiente, que si se le alimenta con información "envenenada" se verá forzado a seguir aceptándola hasta destruirlo.
La debilidad de un agente radica en que no puede rechazar información real, incluso si es obvio que ésta procede de un agente del otro lado. Deberá beber el cáliz envenenado: el hombre puede ser un brillante agente de contraespionaje o un traidor perfectamente genuino. El espía debe aceptar lo que se le dé.
Philby sabía conducir las tareas en forma magistral: combinaba un meticuloso manejo del detalle con un toque de estilo. El terreno que pisaban tenía sus peligros: en Lisboa había unos 2 mil agentes enemigos (Greene elaboró un Quién es quién de ellos), la Policía Internacional y de Defensa del Estado era pro nazi, y la policía española había sido reorganizada por el jefe de la SS, Heinrich Himmler.
El objetivo fundamental de la guerra psicológica (así como la que hoy florece en México de manera inusitada, en la UNAM y otros puntos de fricción) es sembrar desconfianza entre los aliados del bando enemigo. Greene habló de ese mundo como el cuento de hadas moderno; hay que tomarlo en serio, y sin embargo, se basa en pura fantasía. Dos de sus novelas surgieron de su propia experiencia: Nuestro hombre en La Habana (1958) y El factor humano (1978).
La causa de un espía
En 1944, cuando la guerra estaba prácticamente ganada, Greene renunció al MI6 en el mismo instante en que Philby le ofrecía un ascenso. Todo el equipo ascendía, y Philby pasó a dirigir la sección quinta y las operaciones contra la Unión Soviética. La renuncia de Greene dio pie a varias especulaciones. El dijo muchas veces que estaba aburrido del trabajo de oficina y deseaba volver a ser escritor de tiempo completo. El SIS prohibía incluso llevar un diario personal. En el prólogo al libro de Philby lo anota de esta forma.
Si este libro requiriese un subtítulo, yo sugeriría: El espía como artesano. Nadie pudo tener mejor jefe que Kim Philby cuando estaba a cargo del área ibérica de la sección V. [...] Renuncié en vez de aceptar una promoción, que era una pequeña pieza en la maquinaria de su intriga. Yo lo atribuí entonces a un afán personal de poder, la única característica de Philby que juzgué desagradable. Me alegro de haberme equivocado. El servía a una causa, no a sí mismo, y por eso regresa mi vieja simpatía por él, al recordar a toda la subsección relajándose algunas horas con abundante bebida (heavy drinking) bajo su liderazgo, y el encuentro posterior con una pinta en las noches de vigilancia del fuego en el pub situado tras St James Street.
Durante la Segunda Guerra, la Oficina de Servicios Estratégicos estadounidense (OSS, de donde surgió la CIA en 1947) y el SIS británico estrecharon lazos y conjuntaron sus tareas. Los primeros tenían que aprovechar la experiencia de los europeos en esas artes, que han solido acompañar a las propiamente bélicas desde tiempos inmemoriales.
Los ingleses habían consolidado prestigio en las actividades de inteligencia, particularmente en su sector naval. En la primera guerra capturaron el código alemán de claves, y en 1917 interceptaron el telegrama del ministro de Relaciones Exteriores alemán, Arthur Zimmerman, donde se ofrecía a México la devolución de los territorios perdidos ante Estados Unidos a cambio de ayuda si ese país entraba en la guerra. Para 1941 ya habían capturado dos máquinas alemanas de códigos, conocidas como Enigma, y construyeron su propio modelo para irrumpir en la criptografía de las comunicaciones del enemigo; factor que jugó un papel concreto muy importante en la contienda en el Atlántico. Más aún, fueron ellos quienes advirtieron del ataque japonés a Pearl Harbor, pero el director de la FBI, J. Edgar Hoover, guardó el informe en un cajón.
En 1945 un hombre con acento ruso penetró a la embajada británica en Estambul y pidió hablar con un diplomático de alto rango. Dijo llamarse Volkov, pertenecer a la NKVD (luego KGB) y tener una propuesta a cambio de un salvoconducto a Chipre y una cifra exacta, 27 mil 500 libras. Ofrecía direcciones y descripciones de los edificios de la NKVD en Moscú, con detalles de las alarmas contra robos; número de las placas de los autos de la NKVD; una lista de agentes soviéticos en Turquía, junto con sus medios de comunicación y, finalmente, como si fuera algo sin importancia, nombres de agentes que trabajaban para los rusos en el gobierno de Londres: dos en el Foreign Office y un funcionario de contrainteligencia, presumiblemente Philby. El diplomático que lo entrevistaba se comunicó a Londres, y después de una considerable demora (21 días) llegó a Estambul el propio Kim Philby. Más tarde él señaló que ese fue un momento verdaderamente difícil.
A Volkov no se le vio más. Un avión ruso aterrizó en Estambul fuera de programa, un auto se le aproximó antes que la torre de control reaccionara, unos hombres subieron un bulto vendado a bordo y el avión despegó. El bulto vendado era, muy probablemente, el infortunado Volkov.
En el prólogo de Greene la imagen de Philby muestra el factor humano:
''Traicionó a su país''; sí, tal vez lo hizo, Ƒpero quién de nosotros no ha cometido traición hacia algo o hacia alguien más importante que un país? A los ojos de Philby, él trabajaba para dar forma a las cosas, de tal modo que su propio país se beneficiara. En cualquier caso, los juicios morales están particularmente fuera de lugar en el espionaje.
El idealismo de la traición
En 1949, ya en plena Guerra Fría, Philby fue primer secretario de la embajada inglesa en Washington, y agente de enlace entre el SIS y la CIA. Los dos organismos mantenían una relación "muy especial" y un extraordinario intercambio de información. Philby estaba ubicado en el meollo del asunto: trataba con el director de la CIA y con los rangos inferiores, conocía sus planes, les informaba de las actividades del SIS, y sabía lo que ellos sabían sobre las operaciones soviéticas. Al tomar tragos por ahí podía averiguar todo lo que quisiera. Así lo indica el comentario de un alto funcionario de la CIA, ya retirado: "ƑCuánto sabía Philby? El límite era el cielo." Cuando se supo la verdadera naturaleza del trabajo de Philby, la CIA no tuvo más remedio que sonreír, y seguir por otro rumbo.
En 1950 se dio una operación coordinada entre el SIS, la CIA y los albaneses en el exilio, adictos al rey Zog, para establecer un enclave de resistencia anticomunista en una región central de Albania conocida como Mati. Los hombres desembarcaron por mar, también fueron lanzados por paracaídas y perdieron cerca de 300: "Los rusos parecían saber de dónde venían las guerrillas", dijo un sobreviviente. El representante del SIS en la operación era Philby.
Greene comenta:
"Los mandó a la muerte", es el tipo de frase de archivo que se ha usado contra Philby o Blake. Así lo hace cualquier comandante militar, pero al menos la carne de cañón de la guerra del espionaje se compone de puros voluntarios. Uno no puede llorar razonablemente por el destino del desertor Volkov, quien traicionaba su país por motivos tal vez menos idealistas que Philby.
En 1951, la FBI, la CIA y el MI5 descubrieron que dos ingleses del Foreign Office, Guy Burguess y Donald Maclean (condiscípulos de Philby en Cambridge), habían hecho trabajo encubierto para los soviéticos. Maclean había sido primer secretario de la embajada inglesa en Washington, y agente de enlace en la Comisión Atómica, en la que tuvo acceso irrestricto a todo tipo de información nuclear de Estados Unidos, Inglaterra y Canadá. Cuando estaban a punto de echarles el guante, Maclean y Burguess escaparon a Moscú (avisados por Philby), y los estadounidenses y el MI5 dedujeron la existencia de un "tercer hombre" que les advirtió del peligro.
La CIA, la FBI y el MI5 señalaron a Philby como el tercer hombre, en homenaje más o menos involuntario a la película de Greene. Los servicios de inteligencia, el parlamento inglés, el Departamento de Estado y la prensa, todos, manejaron el término tercer hombre.
En último análisis, un espía no tiene otra protección que la fe de sus amigos, quienes deben creer que permanece leal hasta el final, sin importar cuán lejos haya ido con el enemigo. Es una actividad en la que muy rara vez se presentan "pruebas" que incriminen al culpable o que lo exoneren. Philby fue juzgado a puerta cerrada y el SIS lo apoyó sin reservas. Salió adelante, presentó su renuncia y se dedicó al periodismo para The Observer y The Economist. Otros dicen que siguió con su labor silenciosa en el SIS o -en palabras de John le Carré- en su "perverso puritanismo".
Un juego sin valores
En Inglaterra Philby dejó en todos el recuerdo de "un tipo común y agradable (especialmente para las mujeres), sin ningún interés en la política". Bebía bastante y mostraba una sonrisa vaga en las fiestas. Años después, alguien recordó un detalle singular en la forma de beber de Philby: podía suspender la bebida cuando quería. Un periodista que estaba con él en Kuwait, una plaza seca, vio a Philby totalmente despreocupado por la ausencia de alcohol. No era un alcohólico con desórdenes de conducta, como los burnt-out cases, Burguess y Maclean.
El problema vino cuando un segundo Volkov (Anatol Golitsin) "escogió la libertad". Entonces Philby tuvo que abandonar su escenario periodístico en Beirut y partir a Moscú, donde muchos años después murió en paz.
En una ocasión Greene señaló:
El que un espía de la KGB "se convierta", por ejemplo, nunca me sorprendería, porque la profesión puede volverse un tipo de juego tan abstracto como el ajedrez: el espía toma más interés en los mecanismos de su vocación que en su objetivo final, la defensa de su país. El "juego" (un juego serio) alcanza tal nivel de sofisticación, que pierde de vista sus valores morales.
Se ha señalado que la verdadera tarea de Philby como agente soviético fue resistir por todos los medios cualquier actitud en los ingleses que favoreciera algún entendimiento con Alemania, sino hacer seguir adelante hasta la destrucción de ésta, porque Moscú no deseaba una paz aparte.
Greene afirmó que un espía al que se permite continuar su trabajo sin interferencias es bastante menos peligroso que uno que se captura. Argumentó que los pocos años de avance atómico que ganó la Unión Soviética fue un precio menor, contra el quebranto de las relaciones anglo estadunidenses que sobrevino al destape de Philby, porque Occidente no estaba preparado para otro ataque atómico unilateral después del trauma de Hiroshima:
Cuán acertado estaba el SIS en defender a Philby y qué equivocado el MI5 en presionarlo para que se expusiera. Occidente sufrió más por esta lucha que por su espionaje.
Greene juzgaba que de haber llegado Philby al puesto C (jefe del SIS), como muchos pensaban, habría tenido menos oportunidades de saber algo importante en vez de aumentarlas:
Ningún detalle sobre tuercas y tornillos, sólo las vacías minutas de las grandes juntas. Tarde o temprano la KGB habría dado el pitazo al MI5, seguido de la exitosa fuga de C y de la carcajada del mundo.
* * *
Cuando su biógrafo, Norman Sherry, preguntó a Greene qué habría hecho de haber sabido que Philby era espía soviético, él contestó: ''Como amigo, le habría dado 24 horas para que partiera y luego lo habría reportado''.
Greene escribe en su autobiografía:
Hay algunas cosas que me gustan en El agente confidencial (1939); por ejemplo, el predicamento de un agente con escrúpulos en quien su propio partido no confía, y quien se da cuenta de que su partido está en lo correcto al no confiar en él. Un escritor que sea católico no puede evitar cierta simpatía por cualquier fe que sea sostenida con sinceridad, y me sentí complacido cuando más de veinte años después Kim Philby citó esta novela para explicar su actitud ante el estalinismo.
Greene veía a Philby como uno de esos cristianos que no perdieron la fe durante los peores momentos de la Inquisición, confiados en que llegarían tiempos mejores.
Ellos dos intercambiaron correspondencia -Philby le envió incluso una postal desde La Habana- y para cumplir el mutuo deseo de encontrarse frente a una mesa con tragos, como en los viejos tiempos, Greene visitó a Philby en Moscú.
No sobra decir que la CIA y la FBI han guardado rencor permanente, hasta la fecha, hacia todo lo relacionado con el tercer hombre.
En cuanto a Greene, habría que tomar con pinzas ciertos trabajos "biográficos" y de crítica literaria -más bien ''extraliteraria''-, que suelen encubrir otros propósitos contra él y sus obras maestras. En México hay publicaciones recientes en tal sentido. No en balde uno de los mejores ensayos críticos sobre el escritor lleva por título: Graham Greene. El peligroso filo de las cosas: donde se encuentran el arte y la política. b
Me divertí con un artículo reciente de la prensa acerca de la glasnost en la CIA estadunidense. En 1984 maniobré para obtener mi expediente de Libertad de Información por parte de la FBI. En las 46 páginas de material que me enviaron, casi 16 páginas estaban tachadas con espesa tinta negra. De cualquier modo, pude vender el documento a Sotheby's en una buena suma.
Este año, al pensar que podía haber hallado una nueva forma de pensión, hice la solicitud para una versión puesta al día, pero desafortunadamente la respuesta vino a mí de la CIA. No hay nuevo material para usar en el documento que me enviaron; de hecho, el material anterior estaba diluido extrañamente.
Sin embargo, ahora me siento orgulloso de poseer una carta firmada por el Informador y Coordinador de Información de la CIA ("no negamos ni confirmamos la existencia de tales registros") y refieren a una dama de la CIA (nombre indicado) quien es Oficial de Reseña de Información para el Directorio de Inteligencia.
Lástima, esto difícilmente es material para una venta en Sotheby's y el refrendo de mi pensión.
The Times. 22 de septiembre de 1989
(Traducción de Rubén Moheno)
u Se puede decir que Greene fue reclutado en el MI6 por su hermana menor, Elizabeth. Ella trabajó en el servicio secreto durante la guerra, y su esposo, Rodney Dennys, fue un alto funcionario del SIS. En la última etapa de su vida, Elizabeth manejó la correspondencia del escritor