FORO DE LA CINETECA
Solo contra todos
Viaje al final de la noche. La expresión de la misantropía, el odio y el rencor social que determinan y corroen lentamente a un ser humano ha tenido manifestaciones vigorosas en la literatura francesa, en la novela Gilles, de Drieu de la Rochelle, o en las novelas de Louis Ferdinand Celine. En cine es memorable el ''detesto a los pobres", que profiere exasperado Jean Gabin en una cinta de Renoir. Solo contra todos (Seul contre tous), el primer largometraje del argentino radicado en Francia, Gaspar Noé, recurre insistentemente a un lenguaje de la virulencia y a todo un repertorio de incorrecciones políticas, para expresar los miedos y las frustraciones de su personaje central, un carnicero cincuentón y sin trabajo, al borde la indigencia.
Jean Chevalier (Philippe Nahon) es un ex presidiario que purgó una condena por haber agredido brutalmente a un inmigrante, al que erróneamente culpó de haber violado a su hija autista. Hay otras explicaciones de su conducta. Su padre comunista padeció el hostigamiento nazi y su propia infancia transcurrió en un ambiente de recelo y rencor social. Al inicio de la cinta, Chevalier vive con una amante despótica que espera un hijo suyo, y con su suegra. Detesta a las dos, al punto de intentar hacer abortar a su compañera con golpes y patadas. Harto del mundo y de la vida, pero sobre todo de la decadencia social que advierte en torno suyo, Jean emprende, en delirio paranoico, una cruzada (estrictamente verbal) contra lo que considera podredumbre, contra los árabes y las mujeres, los homosexuales y los burgueses, contra quienes han pisoteado el honor francés, contra quienes reniegan de los valores de la tradición. Es el retrato del fascista ordinario, y en el contexto en que se sitúa la cinta ųFrancia, 1980ų, el reflejo apenas disimulado del político ramplón de ultraderecha, Jean Marie Le Pen, líder del Frente Nacional y racista confeso.
Solo contra todos registra en su largo monólogo en off un proceso de descomposición individual: la desesperación del protagonista, su sordo reclamo de afecto y comprensión, y el increíble capital de odio que es capaz de lanzar a la sociedad. De este modo, Noé intenta capturar la esencia del recelo xenófobo en Francia, la desconfianza ante lo extraño, lo poco familiar, aquello que amenaza ųcon su presencia o cercaníaų, las certidumbres nacionalistas, y ubica esta intolerancia en un medio proletario. Captura el resentimiento social y el hartazgo que en las elecciones de los ochenta condujo a muchos comunistas a votar por un líder de la ultraderecha. No manifiesta el tipo de misantropía cómica, pintoresca, de una cinta como Tatie Danielle, de Etienne Chatiliez, ni tampoco el horror que deviene al final mensaje humanista. Lo que propone Noé es algo más complejo y fascinante: la búsqueda que emprende el protagonista, en inacabables exabruptos de violencia verbal, de una plenitud afectiva a lado del único ser que le mantiene en vida, su hija con discapacidad mental.
Gaspar Noé, reconocido anteriormente por su mediometraje Carne (1991), primer tratamiento de esta misma historia, revela una portentosa fuerza expresiva, maneja la ficción con tintes documentales y hasta panfletarios (secuencia de los créditos), combina humor negro y ternura de modo siempre sorprendente, como lo logra Scorsese al describir una trayectoria similar, la de Travis Bickle (Robert de Niro), en Taxi driver (1976). Gaspar Noé consigue además crear una tensión muy fuerte, entre la realidad y la ficción, entre la experiencia vivida y una realidad soñada; mantiene una ambigüedad y una sensación de malestar continuo, y propone un final abierto, de falsa serenidad, totalmente subversivo.
Ť Carlos Bonfil Ť