Si algún lector recuerda aún mi artículo anterior sobre la imposibilidad de que los cerdos vuelen y que el capitalismo sea un régimen reformable y eterno, le ruego que considere que éste intenta empezar a responder la pregunta implícita en aquél: ƑExiste una alternativa? Por supuesto, sólo pretendo dar algunos elementos de la misma para concretar la que, con Ernest Bloch, considero una utopía posible (o sea algo que podría realizarse si se hiciesen algunos cambios fundamentales en la relación de fuerza entre las clases y, por lo tanto, tanto en las conciencias como entre los pueblos).
A mi juicio, la clave para el cambio de sistema está en la fusión de una fuerte voluntad de acción política con un mínimo de conciencia. Ello permitiría ejercer la democracia, cambiando así a la vez la conciencia de los sujetos y la relación de fuerza local y, por lo tanto, la relación de fuerzas internacional. En una palabra, esa clave reside en un proceso resultante tanto de la práctica, con su valor de ejemplo, como de una mayor comprensión teórica no sólo de los problemas que se deben enfrentar sino también de cómo empezar a hacerlo. Si, por ejemplo, como sucede en Italia, se creasen Bancos de Horas de Trabajo (o sea un intercambio directo de servicios entre la gente, sin intervención del Estado y mediante la autorganización territorial), no sólo se elevaría el nivel de vida local sino que también se reforzaría el tejido social, la comprensión del otro, la conciencia solidaria, el antirracismo, la democracia. Y eso permitiría entonces un mejor control popular sobre el aparato estatal, combatir el clientelismo y el apoliticismo, discutir e identificar las necesidades y prioridades de cada localidad, elaborar programas y encontrar los medios para llevarlos a cabo, ofrecer ese ejemplo a otras regiones. Una alianza entre profesionales, estudiantes y poblaciones pobres permitiría, a su vez, descubrir recursos locales, producir ahorros, resolver problemas inmediatos, encarar otros a más largo plazo con mayor conciencia y organización, etcétera. Por su parte, la autogestión y la colaboración entre grupos e individuos diversos, independientemente del aparato del Estado pero construyendo las bases de una red paraestatal para exigirle y presionarlo, permitiría aprender, en la acción, las bases de la democracia y la tolerancia e identificar mejor los enemigos y los amigos a la vez que conseguir resultados concretos.
La autonomía y la autogestión se basan sobre el hecho de que la mundialización ha quitado fuerza y consenso al aparato estatal, mientras, al mismo tiempo, ha dejado como único refugio de la democracia la base territorial y la conciencia política y civil adquirida por las generaciones que sufren el efecto del neoliberalismo pero no se han formado con éste. En efecto, quien ha tenido trabajo y luego lo ha perdido tiene más ideas sobre la acción colectiva que aquel que está solo y no tiene experiencias organizativas anteriores. Pero la autonomía y la autogestión antes que nada deben arrojar resultados concretos, aunque sea parciales, para provocar un deseo de imitación en otras localidades similares o vecinas; o sea que deben construir por lo menos una base democrática sólida que permita esperar --siempre combatiendo-- la superación de los otros problemas no resueltos y postergar así conscientemente la satisfacción de las necesidades hasta la construcción de una relación de fuerzas más favorable y en una escala ampliada. Porque no puede haber ni autonomía ni autogestión en una sola localidad y, si bien "lo pequeño es bello", para sobrevivir lo que es pequeño tiene que crecer y extender su radio de acción.
La autogestión puede partir de la recuperación cooperativa de una fuente de trabajo y de la creación subsiguiente de una red solidaria de compradores y proveedores, construyendo así alianzas y aparatos de distribución. O puede nacer de un proyecto de crédito cooperativo sobre una base ampliada y en acuerdo con bancos solidarios cooperativos de otros países, o de la alianza financiera entre organizaciones de masas (sindicatos democráticos, por ejemplo) para hacer proyectos comunes (de formación, educativos, editoriales) o de acuerdos de trueque de trabajo por servicio o de productos, o de mil otras iniciativas que dependen de las condiciones locales. Lo importante es que, a la vez, ella da soluciones concretas a problemas económicos, independencia del Estado, autoconfianza y una experiencia de democracia. Sobre esta relación también habrá que volver en el futuro.