Realismo político. Dentro de pocos días, el próximo jueves 30 de septiembre, el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México (STUNAM) presentará al rector Francisco Barnés de Castro un pliego petitorio sobre aumento salarial y prestaciones económicas. Con ritual puntualidad, la agrupación que vela por los académicos, administrativos y manuales de la más importante casa de estudios del país entrega año con año una lista de exigencias, y la Constitución lo acepta, lo reconoce y lo garantiza, porque las relaciones obrero-patronales aún forman parte de un mecanismo de equilibrio que regula, o modera, o disminuye -o por lo menos intenta hacer contrapeso a- los excesos del capital en contra de los actores sociales más débiles.
Este año todo será distinto. Según pronósticos de observadores neutros (si los hay), el STUNAM levantará su pliego petitorio, Barnés y socios (y cómplices) lo darán por recibido y nada harán por responder a petición alguna. El 30 de octubre, un mes después, vencerá el plazo perentorio asentado en el documento, y el sindicato se verá obligado, una de dos, a estallar la huelga, o en el peor de los casos a firmar un nuevo contrato colectivo sin haber obtenido mejora alguna. Mientras la huelga estudiantil persista, la amenaza de huelga de los trabajadores será risible: hasta ahora todos han cobrado su sueldo. Si resuelven poner sus propias banderas rojinegras, nada cambiará para ellos, excepto algo: dejarán de tener un salario.
La segunda parte del plan del ``gobierno'' está a punto de entrar en acción.
Cómo acabar con la UNAM. Milenio, una publicación semanaria estrechamente ligada a las oficinas de Zedillo, publicó el domingo una entrevista con el ex embajador de México en Francia, ex secretario de Gobernación, ex procurador general y ex rector de la UNAM, Jorge Carpizo McGregor. En esas declaraciones el metavocero de Los Pinos tira línea. Por ejemplo: ``Si el rector renunciara, simplemente el nombramiento de un nuevo rector sería un verdadero infierno''. Días más tarde, en El Universal, un alto funcionario ligado a Barnés repite, estrictamente, lo mismo: ``La renuncia del rector complicaría mucho más las cosas''. Carpizo, en consecuencia, está dirigiendo, una vez más, la postura oficial del régimen frente a un movimiento estudiantil que es también, como el de 1986, que él suscitó, contra el neoliberalismo.
¿Qué dice Carpizo acerca de la UNAM en la misma revista? Hay que hacer ``una reforma parecida a la de la Sorbona. Es decir, que de lo que hoy es la UNAM se formen ocho o diez instituciones (É) que tengan carácter público y autónomo, libertad de cátedra, deslinde entre lo académico y lo político, amplias auscultaciones para designar a las autoridades, ingreso del personal académico mediante procedimientos académicos, y que (asistan) jóvenes que tengan capacidad para estudiar (así como) voluntad, independientemente de su situación económica''.
Tal es el proyecto: dividir a la UNAM en 8 o 10 secciones (desmantelando, por supuesto, al STUNAM); implantar vigorosos filtros para eliminar a todos los académicos de formación marxista y seleccionar estudiantes afines. En pocas palabras, lo que se quiere es imponer el modelo educativo de la enseñanza privada, que se basa en la doctrina de la calidad y considera al marxismo como una reliquia filosófica. El propio Carpizo formuló estas ideas neoliberales en su encíclica Fortaleza y debilidad de la UNAM, que desató la huelga estudiantil de 1987. ¿No hablaba entonces de ``excelencia académica''? Hoy, en todos los rubros de la vida, ésa de la excelencia (colmo de la calidad) es la divisa de Fox y el destino que el régimen pretende para México.
Izquierda contra izquierda. Nada ha favorecido tanto a los planes del neoliberalismo en la Universidad Nacional Autónoma de México como la prolongación indefinida de la huelga. Nada, simultáneamente, ha lastimado más a la izquierda. Guillermo Sheridan, espléndida inteligencia conservadora, ha dado en el blanco al garabatear la caricatura de la izquierda universitaria subdividiéndola en decenas de siglas. Se equivoca, sin embargo, cuando frivoliza sus planteamientos. Dentro o fuera de la universidad, dentro o fuera de la ley, dentro o fuera de la política, la izquierda mexicana sabe verdades elementales.
Sabe que en estos dos millones de kilómetros cuadrados situados entre dos mares hay 80 millones de pobres que esta noche no cenarán y mañana tampoco probarán desayuno, a menos que ocurra un milagro. Pero la izquierda sabe también que el régimen del PRI endeudó al país por más de un billón de pesos para salvar la corrupta incompetencia de unos cuantos banqueros que no le prestan a nadie porque están muy ocupados en quitarnos todo. Sabe la izquierda que Labastida, Madrazo, Bartlett, el patiño Roque y el inconvincente Fox Quesada, derrochan millones de dólares para alcanzar el poder -léase el control constitucional de las policías, el Ejército y los impuestos- y perpetuar el programa económico del neoliberalismo.
¿Cuál es el programa económico del neoliberalismo? Los estados nacionales ya no existen, excepto como grandes cuarteles de policías y soldados que no están sino para ejecutar las órdenes del FMI, el Banco Mundial y sus agencias en cada rumbo. Y porque los estados nacionales ya no existen, las antiguas burguesías nacionales se ``globalizan'': mediante los gobiernos y los bancos saquean al máximo a las antiguas clases medias y a las antiguas clases obreras, y colocan todo ese dinero en el mercado internacional. Para elevar el monto de sus participaciones en el mercado internacional, rematan los recursos de los antiguos estados (México es ejemplo elocuente de ello). Para garantizar que los nuevos dueños de los recursos nacionales disfruten, de veras, en sus nuevos dominios, las minorías globalizadas emplean a policías y Ejército, y arrasan con grupos lingüísticos y vecinos incómodos. Todo eso lo sabe la izquierda y contra ello lucha.
Sin embargo, de repente y desde la izquierda misma, una fuerza irrumpe en el escenario nacional y despliega toda su capacidad operativa para desprestigiar, antes que a nadie, a la izquierda. Y lo hace con argumentos gratos a la derecha. ¿Por qué?
Los enemigos de la ultra. Todo lo que molesta a la ultra de la UNAM, sospechosamente, es todo lo que molesta al PRI y al ``gobierno'' de Zedillo: las corrientes democráticas del movimiento estudiantil, el PRD en su conjunto, el gobierno democrático del Distrito Federal, los maestros eméritos que trazan el camino hacia una salida posible y, a últimas fechas, La Jornada.
El autodenominado ``heroico (sic) Comité de Huelga de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales'', grupo de choque personal de Alejandro Echevarría, El Mosh, comenzó sus actividades públicas, en vísperas de la huelga, amenazando a los estudiantes que simpatizaban con las corrientes democráticas de aquella escuela. En nombre de una supuesta pureza revolucionaria, estos porros fundamentalistas alejaron a miles de jóvenes que se habían incorporado al movimiento. Probada la eficacia de esta conducta esencialmente antidemocrática, extendieron su acción, junto con otros grupos integristas, y consiguieron poner en fuga a miles de jóvenes más en muchas otras escuelas. Ahora, al referirse a ellos, hablan de los ``autoexiliados'', y lo hacen en tono de burla, imitando a Albores Guillén cuando alude a los miles de zapatistas desplazados de sus comunidades.
Después de expulsar al grueso del estudiantado, procedieron a descalificar al PRD sumándose a la campaña sistemática del régimen contra la segunda fuerza electoral del país y favoreciendo los intereses de la derecha -PRI y PAN- de cara a la contienda del próximo 2 de julio.
Luego, la ultra se lanzó de lleno contra la figura de Cuauhtémoc Cárdenas, al que acusan de ``represor'' con los mismos argumentos que usan organizaciones filopriístas como Antorcha Popular, por ejemplo. Así, mientras Cárdenas era golpeado en el radio, la televisión y la prensa adicta al régimen por ``estar instigando'' la violencia en la UNAM, la ultra cerraba la pinza destruyendo la imagen de Cuauhtémoc entre los jóvenes. Hoy, después de acusar a los maestros eméritos de ser cómplices de Barnés, Zedillo y Gobernación, los comandos de El Mosh la emprenden contra La Jornada en lo general y contra Carmen Lira, Carlos Monsiváis y Hermann Bellinghausen particularmente. Los tres, como es fama pública, son unos neoliberales recalcitrantes.
Como en Chiapas. Para justificar la intervención del Ejército en Chiapas, desde 1995 el ``gobierno'' federal implantó una serie de grupos paramilitares, con indígenas reclutados por el PRI, y desvirtuar la justa lucha del EZLN alegando una guerra civil ``entre'' indígenas. Ahora el modelo se repite en la UNAM: lo que pudo haber sido una hermosa huelga activa o creativa, que en el fondo habría ayudado a fortalecer la imagen pública de la izquierda, gracias a la ultra se ha transformado en la peor carta de presentación de la izquierda. Y el escenario está preparado para que, a medida que avance la visible descomposición del movimiento, en el instante que mejor convenga a los intereses electorales del régimen, entre en la UNAM la fuerza pública.
Pero en opinión de quienes viven esto de cerca, el régimen lo que menos desea es ``rescatar'' la UNAM. Para llevar a cabo los siete puntos del plan esbozado por Carpizo, lo que se requiere es que la huelga no termine jamás y todo caiga por su propio peso. No podemos olvidar que la universidad es como un tren -y no el que imaginó Lenin- al que todos los años suben miles de pasajeros para trasladarse a un pretendido destino económico y social. Por la acción fundamental de la ultra, en el movimiento estudiantil, y por la tozudez complementaria de la ultra en la rectoría, ese tren tiene ya dos semestres de retraso. Quienes hoy cursan el tercero de preparatoria se verán forzados a esperar todo un año o buscar otras opciones educativas. Y quienes estaban a punto de culminar su licenciatura deberán posponer, un año más, todos sus proyectos posuniversitarios.
Una obra maestra. Ha sido tan perniciosa la actividad de la ultra que, hoy por hoy, el movimiento estudiantil padece una debilidad extrema. Y como el conflicto no tiene otra salida que la celebración de un congreso universitario en el que se puedan discutir las demandas de los huelguistas, el resultado que se avizora, inevitablemente, será del todo favorable a los planteamientos de la derecha académica, la fuerza más poderosa y extendida de la UNAM, desde siempre.
La sociedad civil, dentro y fuera de la Universidad Nacional, ha sido ejemplarmente respetuosa de las instancias de organización y debate que los jóvenes se dieron, construyendo tanto sus asambleas de escuela como el máximo foro de representación democrática que es el CGH. Esto ha sido una demostración más de la profunda madurez cívica de la sociedad, pese a los desplantes cacerolistas de la derecha académica, auspiciados por Francisco Labastida Ochoa y el grupo político de Carpizo.
Sin embargo, transcurridos cinco meses y cinco días desde que la huelga estalló, en el CGH no participa sino menos de uno por ciento de la comunidad universitaria, por lo que su representatividad es nula. Para frenar el plan de Carpizo -que es el del ``gobierno'' federal, de los empresarios de Coparmex y de El Mosh y sus grupos de choque a fin de cuentas-, las corrientes democráticas del movimiento estudiantil están obligadas a regresar a la huelga, retomar el control de las asambleas e impedir que los daños visibles, y los riesgos previsibles, se profundicen a tal grado que la destrucción de la UNAM, hoy inminente, sea absolutamente inevitable. Ojalá esta página llegue hasta las montañas del sureste, donde uno de los más entusiastas apoyadores de la huelga, un hombre que fuma pipa y echa porras a los jóvenes en abstracto, por desgracia, parece no estar entendiendo nada de nada.