Ť FORO DE LA CINETECA

Pi, el orden del caos

La obsesión científica de un matemático judío, Max Cohen (Sean Gullette), es el tema igualmente obsesivo de Pi, el orden del caos, del estadunidense Darren Aronofsky. El joven neoyorquino Max vive atrincherado en un minúsculo departamento en Chinatown; lo rodean varias computadoras, una de ellas Euclides, arroja claves numéricas secretas que confirman algunas de sus suposiciones sobre el orden de las cosas en el mundo. Primera hipótesis de Max: las matemáticas son el lenguaje de la naturaleza. Segunda hipótesis: todo lo que nos rodea puede ser representado y comprendido mediante números. Tercera: si tomamos los números de cualquier sistema, lo que surge de inmediato es un patrón, una norma. Este tipo de patrones abundan en la naturaleza. Incluso detrás de los números que maneja la Bolsa de Valores. Max parte en busca de esa lógica absoluta que podría facilitar el control de mercados y seres humanos. Una variación metafísica de La trampa (The spanish prisoner), de David Mamet, donde un joven matemático, Joe Ross, creaba una fórmula especial (el ''Proceso") capaz de modificar la balanza de pagos de una nación y de afectar el orden financiero mundial. En Pi, el orden..., Aronofsky no insiste en el manejo del thriller ni tampoco sugiere codicia ni otro tipo de apetencia materialista en su protagonista central, el cual carece por lo demás de vida afectiva o sexual, o de cualquier apego a las cosas terrenales. Sólo le obsesiona el poder demostrar la validez de sus hipótesis.

Aronofsky filma este proceso mental de Max en blanco y negro, con fotografía de alto contraste, muy a la manera de David Lynch en su mediometraje Cabeza borrada (Eraserhead, 1976), y muestra escenas fantásticas, semioníricas, en el interior del Metro de neoyorquino, en el vagón donde un anciano desaparece intempestivamente después de cantar I only have eyes for you, o en el andén donde Max descubre un cerebro fresco sobre el suelo, cuyas circunvoluciones le fascinan y le sugieren reflexiones nuevas. El delirio se vuelve total cuando interviene la búsqueda de una cifra de 216 dígitos como clave interpretativa de la Torá judía, una clave esperada por siglos. Max se vuelve a sus propios ojos una suerte de nuevo Mesías. Max, el Elegido. Al protagonista lo asedian entonces por doquier: la casera que lo detesta; el maestro que lo regaña; villanos de Wall Street comandados por una arpía, Marcy Dawson; y un compañero judío, Lenny Meyer, que lo involucra en una confabulación religiosa. A Max lo asedia también su propio cerebro mediante jaquecas impresionantes que lo llevan a raparse y a buscar la forma de eliminar un supuesto implante electrónico en el interior de su cabeza.

Este cuento de angustia y delirio, actualización cibernética de viejas parábolas sobre el poder corruptor de la ciencia, semeja más una comedia que la rigurosa reflexión que pide a Max su maestro. Lo cómico aquí es la pretensión de profundidad y trascendencia en un personaje que semeja una mezcla de John Turturro y Roberto Begnini, sin ser jamás inquietante; o la verborrea seudocientífica, o el nivel de abstracción que propone diez enigmas en cada secuencia, o la solemnidad del rabino que pretende encerrar el porvenir de la humanidad en una clave numérica. La claridad e interés de esta cinta están ųcomo se dice de la bellezaų en los ojos de quienes la contemplan. A la manera de Max Cohen, su personaje central, Pi, el orden del caos, puede ser algo genial o una total impostura. En todo caso, tiene elementos suficientes para ser ambas cosas a la vez.

 

Ť Carlos Bonfil Ť