La Jornada sábado 25 de septiembre de 1999

Miguel Concha
Deuda externa y Jubileo del año 2000

La celebración jubilar del año 2000 ha añadido en el mundo occidental a la crisis recurrente de la deuda externa, con todas sus secuelas amenazantes para el sistema financiero internacional, y trágicas para la mayor parte de la humanidad, un elemento cultural, e incluso religioso, quizás fortuito, pero de gran significado ideológico y aglutinador, que ha vuelto a plantear sobre la mesa el terrible problema del endeudamiento de los países pobres para el futuro armónico del mundo. Con su carga utópica y emotiva de comienzo de una nueva época, de un nuevo ciclo, de una nueva etapa, de una nueva vida, por lo menos desde el año 1996 viene movilizando de manera cada vez más organizada y masiva, en muchos países, tanto del norte como del sur, a innumerables organizaciones de la sociedad civil que demandan con creatividad, por razones económicas, morales y humanitarias, la condonación total o parcial, con condiciones o sin ellas, de la deuda externa de los pueblos pobres del planeta. A este esfuerzo plural se han venido sumando muchas iglesias con sus propias motivaciones éticas y judeocristianas, desde el Vaticano y los obispos católicos romanos latinoamericanos, hasta el Consejo Mundial de Iglesias y muchas ONG cristianas o de inspiración de este credo.

Por ello, con toda razón, nuestro diario La Jornada, fiel a su vocación de informar sobre las principales causas populares y sociales, dio a conocer de manera relevante en los pasados días, la acción emprendida por un grupo importante de académicos, líderes sociales y músicos famosos del mundo, pidiéndole al papa Juan Pablo II su mediación con el Banco Mundial y el Grupo de los 7, con el fin de condonar la deuda de los países pobres. En esta semana se informó también, que en el marco del Jubileo del año 2000, al que convocó el propio Juan Pablo II en 1994, y tomando en cuenta que sólo el pago de los intereses es de tal magnitud que limita el desarrollo de las personas y de los pueblos, la Conferencia del Episcopado Mexicano inició una campaña de recolección de firmas, para solicitar a autoridades nacionales e internacionales la condonación total o parcial de las deudas de los países pobres y su reconversión en proyectos de desarrollo social. Lo mismo hicieron a partir del primero de mayo de este año los superiores y superioras mayores de los religiosos católicos, al concluir su 36 asamblea en Orizaba, como oportunamente se comentó aquí.

Como factor de estímulo, quizás valga la pena comentar que entre el 26 y el 28 de abril de este año tuvo lugar en Río de Janeiro el Tribunal de la Deuda Externa, convocado por la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, el Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas, la Coordinadora Ecuménica de Servicios, y organizaciones de particular peso como la Central de los Movimientos Populares y el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), con el objetivo de juzgar el caso brasileño y reforzar la campaña para el Jubileo del 2000.

En su veredicto, formulado al final con un formato jurídico, el Tribunal condenó el proceso de endeudamiento, y responsabilizó de éste a las élites dominantes, culpándolas igualmente por haber abdicado de un proyecto propio de desarrollo. El tribunal consideró, asimismo, a la deuda que favoreció esencialmente a esas minorías en detrimento de la mayoría de la población, como agresora de la soberanía nacional, injusta e insostenible desde la perspectiva ética, jurídica y política. Por ello propone la unión de todos los pueblos en favor de una cancelación irrestricta y general de las deudas externas de los países con bajos ingresos y más endeudados, así como la participación activa de la sociedad civil para promover una auditoría a la deuda pública externa (que la redefina) y la moratoria de la misma, a la par que romper con los acuerdos suscritos con el FMI. Sugiere además definir una política de desarrollo centrada en los intereses de las personas y de la sociedad; un estricto control de cambio para frenar la especulación y reestimular la inversión productiva; al mismo tiempo que la renacionalización y democratización de las empresas estratégicas. ¿Será posible que estas conclusiones de nuestras hermanas y hermanos brasileños nos sugieran algo a nosotros los mexicanos, para nuestras propias campañas populares y sociales?