El reciente paso de Salomé, hija de Herodías, princesa de Judea, por Bellas Artes, tuvo momentos muy atractivos, propuestas no del todo logradas, buen nivel musical y un solo defecto grave. Por desgracia, ese defecto grave fue Salomé. Una vez que la soprano Karen Huffstodt volvió a casa con la voz quebrada y la reputación mermada, se convocó a Dinah Bryant para cantar las tres sesiones restantes de la magistral ópera de Strauss. La verdad es que no le fue muy bien en esta empresa. Llamada de última hora a sustituir a su colega, Dinah Bryant hizo la maleta con tanta prisa que olvidó empacar un par de cosas: la lujuria y la locura, sin las cuales es imposible hacer una Salomé mínimamente creíble.
Si a ello se añade que a la nueva soprano le endilgaron un casto y monacal vestuario, el resultado era predecible: una Salomé que parecía estar interpretando una cantata de Bach o un oratorio de Hndel. Justo es decirlo, después de una primera función vocalmente insegura, Dinah Bryant cantó una segunda función con mayor volumen, presencia, intención y equilibrio. Pero la demencia decadente que es indispensable para una buena Salomé nunca se materializó.
Así, lo interesante en términos teatrales (y también vocales) estuvo en los otros tres miembros del cuarteto protagónico. Quade Winter hizo un Herodes apropiadamente beodo, untuoso, procaz y alucinado, con un buen sentido del timing para los dos o tres gags que forman el aderezo cómico de esta tragedia. La contundente mezzosoprano Barbara Dever, sin excesos histriónicos, le dio buen peso musical y escénico a su Herodías, marcando con discreción su propia dosis de locura y su evidente complicidad con su impulsiva hija. El barítono Greer Grimsley (quien hace un par de años hizo un estupendo Kurwenal en la memorable Tristán e Isolda en Bellas Artes) dio a su Jokanaan una interesante mezcla de dignidad y vulnerabilidad. A Grimsley le correspondieron algunos de los momentos teatrales más atractivos creados por Arturo Ripstein y Rafael Cauduro, respectivamente director escénico y escenógrafo de esta Salomé.
Los momentos en que Jokanaan surge de la cisterna y vuelve a ella fueron de un enorme impacto visual, como también lo fueron los gestos con los que el profeta rechaza las sucesivas insinuaciones de Salomé. Tales gestos debieron tener su espejo (uno de muchos espejos en esta puesta) en el posterior hostigamiento de Salomé por Herodes, pero la protagonista nunca los resolvió.
En general, fue muy interesante observar el austero y depurado manejo escénico de Ripstein, basado en el intercambio y movimiento de diversos arreglos geométricos, sobre todo triangulares, que fueron un buen soporte a la dramaturgia interna del texto de Wilde. Otros momentos teatrales dignos de mención: la abstracción de un banquete a todo lujo oriental en una solitaria manzana sobre una mesa, Jokanaan autocrucificado en su modesto sayal, o la Salomé-bailarina que coloca su propia cabeza en la charola de plata (cortesía del buen trabajo coreográfico de Marco Antonio Silva), como una terrible prefiguración de lo que ha de venir.
De nuevo, un loable trabajo de Guido Maria Guida al frente de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, a la que en años recientes ha llevado a niveles interpretativos muy estimables, sobre todo dados los antecedentes más próximos. Lástima que ustedes, lectores, no hayan podido escuchar la breve pero fascinante disertación de Guida sobre el papel que juega en Salomé la combinación del leitmotiv con la tonalidad cambiante o, para decirlo en otros términos, cómo utiliza Strauss la leitharmonie o armonía conductora. Ese profundo conocimiento de la partitura se hizo evidente en el foso y la orquesta colaboró en buenos términos con lo que ocurrió en el escenario.
Aquellos que mostraron desconcierto ante el trabajo escenográfico de Rafael Cauduro se sintieron quizá decepcionados por la austeridad plástica del entorno teatral, que sugería un inquietante ambiente atemporal de tintes a veces surrealistas. Quienes hayan querido ver en la ominosa cisterna coronada con su propia tapa un enorme símbolo fálico, quizá comprendieron con mayor profundidad el alcance de las pulsiones de Salomé hacia el reticente habitante de la cloaca. Lo cierto es que en la imagen del cartel con que se anunció esta ópera, Cauduro ha creado una de las Salomés más terribles e inquietantes de que tengo memoria. Lástima que la Salomé de carne, hueso y voz nunca llegó a parecérsele.