La Universidad Nacional no podrá volver a ser la misma después del movimiento estudiantil de 1999, y México tampoco. La huelga en la UNAM no sólo ha puesto en evidencia a las instituciones nacionales y ha afectado la vida de cientos de miles de mexicanos, sino que ha constituido un dardo que ha ido de manera directa a la sociedad civil.
1. Las instituciones universitarias salen en primer término con un grave deterioro del conflicto y ése es un efecto que no ha medido el gobierno al prolongarlo de manera irresponsable. ¿Qué autoridad moral puede tener hoy el rector Francisco Barnés, que se sigue burlando de la comunidad universitaria y después de cinco meses no está planteando más que una misma alternativa: o se aceptan sus medidas para desmantelar a la UNAM o él la mantiene cerrada, negándose a un diálogo público y en serio con el CGH?
2. A lo largo de estas semanas se fueron delineando dos seudoestrategias ``institucionales'' para enfrentar el conflicto sin conceder nada a los estudiantes: a) la del rector, que desde un principio no tuvo más obsesión que la recuperación militar de las instalaciones, y b) la del PRD, que suponía que ``los moderados'' podrían controlar al CGH y entregar la huelga. Hasta ahora ambas han fracasado. La primera, porque la sociedad civil ha frenado al gobierno, y la segunda porque el PRD no tiene en la UNAM la fuerza que pretendían sus dirigentes estudiantiles.
3. El rector Barnés asumió desde un principio una seudoestrategia ``de fuerza'' que al cabo de los meses lo llevó a un fracaso absoluto. Al rehusar una negociación en serio con los estudiantes se encerró en una alternativa sin salida: la de tener que optar entre la intervención armada o presentar su renuncia, de tal manera que, al fracasar en su intento de que el gobierno le recuperara las instalaciones, fue forzado por la Secretaría de Gobernación a reiniciar una aparente vía de diálogo (Milenio 107), con la expectativa, una vez más, de que los ``moderados'' puedan ayudarle a levantar la huelga: de que el PRD funja como puente.
4. A nadie extraña por eso la actitud del Consejo Universitario en su sesión del jueves 23, de mantener una serie de condiciones inaceptables para el diálogo con los estudiantes con la burda intención de seguirlos acusando de intransigentes para allanarle el camino a los ``moderados''. El desplegado de las autoridades publicado en La Jornada (23 de septiembre), pretendiendo que los estudiantes no quieren dialogar ``con nadie'' (p. 44), y en el que se miente abiertamente sobre los acontecimientos, confirma esa burda ``estrategia'' que sólo deshonra una vez más a la Rectoría.
5. El movimiento estudiantil terminó por exhibir así al PRD, que evidenció no tener como prioridad defender a las universidades públicas del país, como lo muestran en la UNAM los cuadros perredistas, que se comprometieron primero a evitar la huelga y ahora aparecen empeñados en lograr que el CGH la levante a cambio de foros en las escuelas o de un Congreso no resolutivo, lo cual constituye una burla al movimiento estudiantil. Los testimonios de cómo el PRD ha seguido ``puenteando'' para ayudar no a la Universidad, sino a la Rectoría y al régimen, no pueden ya ocultarse, como lo han dado a conocer varios medios (Milenio 107), y constituyen un elemento que ha vuelto más difícil la salida al conflicto.
6. El sexenio ``de Ernesto Zedillo'' se termina así con un atentado sin precedentes del gobierno a la cultura nacional. El principal responsable de que la Universidad haya estado cerrada desde abril y cerca de 300 mil estudiantes estén perdiendo diariamente sus clases es el rector Francisco Barnés, quien se ha negado a dialogar con el CGH y durante cinco meses se ha dedicado a dilapidar los recursos de la UNAM en una campaña difamatoria contra los estudiantes, pretendiendo que son ellos los intransigentes, pero no se puede desconocer que atrás de esta política de cerrazón ha estado siempre el gobierno. Ernesto Zedillo y Francisco Labastida, quienes lo impusieron en la rectoría, no pueden ocultar su injerencia determinante en las decisiones para desmantelar a la UNAM y mantenerla cerrada y habrán de afrontar por ello una responsabilidad histórica.
7. El movimiento estudiantil ha desnudado las formas de gobierno de la universidad, poniendo de relieve que ésta carece de autonomía, entendida como la capacidad de gobernarse a sí misma. El rector no es ya hoy día el representante de la comunidad al exterior sino un personero del Ejecutivo (o de su sucesor designado) y el ejecutor de sus políticas, y la pasividad de amplios sectores de la comunidad no hace más que avalar esta situación. El hecho de que Barnés haya estado planteando como condición para presentar su renuncia que ésta le sea recibida, no por la Junta de Gobierno sino por Ernesto Zedillo en Los Pinos (Milenio 107) constituye una afrenta para los universitarios.
8. Ante la gravedad de la situación una pregunta se impone: ¿no hay una fuerza en la comunidad de la UNAM que pueda obligar a la rectoría a establecer un diálogo serio con le CGH y a terminar con tanta simulación?.
9. El movimiento estudiantil está desnudando al sistema político mexicano, pero al mismo tiempo está haciendo un aporte significativo a la democratización de México. Al desarrollar nuevas formas de resistencia frente a los abusos del poder y reafirmar el principio de que los cambios deben venir de las bases de las propias comunidades y no de las cúpulas del gobierno o de los partidos políticos, defiende un principio central para edificar un país libre y democrático.
10. Cuando Enrique Krauze afirma que por culpa de los estudiantes, que para él serían ``los últimos nihilistas'', la UNAM está separada del ``proceso democrático'' que se vive (Letras Libres 8) se equivoca radicalmente: no hay proceso de transición alguno y el régimen no va a la democracia, como él supone, sino a una recomposición de los mecanismos del poder. Las luchas de resistencia de los campesinos indígenas de Chiapas, de los trabajadores independientes o de los estudiantes de la UNAM son, por el contrario, los verdaderos signos del cambio.