Adolfo Sánchez Rebolledo
Fox, el cruzado
Vicente Fox no podía quedarse atrás de su paisano Medina -el panista más discutido de las últimas semanas- y echó mano de un estandarte con la Virgen para darle un revés a sus adversarios. En eso de mezclar política y religión, el guanajuatense es mucho más rudimentario y silvestre que los panistas viejos o los maestros de la Iglesia, pero no por ello menos eficaz.
Fox no tiene problema de conciencia en esta ``guerra de las imágenes'' publicitarias en que se han convertido las campañas. Y aunque el hecho de mostrarse en público usando símbolos religiosos suscite críticas diversas entre los prelados católicos, lo cierto es que Fox prosigue en este punto, por los mismos medios electrónicos, la tarea que con tanto éxito llevó a cabo la jerarquía durante la reciente visita papal: igualar a la Virgen con los demás símbolos patrios. Dicho de otra manera: politizando la religión. Un obispo reclama por ahí la soberbia de Fox el cruzado; otro minimiza el desplante, pero muchos más callan. Y es que en el fondo de sus almas se alegran por el campanazo, pues lo ubican como parte del inconcluso capítulo de la ``libertad religiosa'' que la Iglesia saca a relucir siempre que puede. Por eso, a Fox se le sanciona, si acaso, con una advertencia por imprudente, pero, ¿quién de ellos pondría en leve duda que la mexicanidad no se identifica con ningún símbolo religioso, por muchos que éstos tengan un genuino y siempre respetable valor histórico?
Por esas y otras implicaciones legales, es un error ver en este incidente únicamente la expresión excesiva pero circunstancial o aislable de una actitud incontinente, sin reconocer la señal conservadora que Fox sostiene y representa el día de hoy. Fox midió muy bien el momento, el lugar, la escenografía para enviar un mensaje a la derecha y a todo el país, justo cuando las ilusiones aliancistas, como era previsible, se estaban quebrando haciendo más urgente la necesidad de cerrar las propias filas. El panismo quiere que se le tome como un partido de centro, pero Fox sabe bien que sus raíces crecen en la tierra del catolicismo menos renovador, por decirlo así. El hace su juego, el mismo que siempre ha jugado, por eso sorprende poco. La pregunta, en todo caso, es ¿por qué no reaccionaron adecuadamente sus presuntos socios electorales dando al hecho su real importancia y dejando en suspenso las conversaciones entre los notables?
La oficina de Gobernación que vela por el cumplimiento de la ley y algún jacobino perdido que por ahí queda le cayeron encima, pero nada pasó en realidad. Fox con cara de yo no fui juró que la imagen era el regalo amoroso de sus hijos para la devoción familiar; que nadie como Fox, dicho siempre en tercera persona, respeta el laicismo mexicano y, en fin, que él, el Fox verdadero, no es todavía el padre Hidalgo en campaña electoral y a otra-cosa-mariposa. Puras palabras.
Fox dio marcha atrás a regañadientes, es cierto, pero el incidente una vez más puso de manifiesto las tentaciones mesiánicas del candidato. Si el mismo que se ostenta como pilar de la legalidad se permite tales actos de rebeldía es porque confía en que los gestos nimios de hoy pueden convertirse en las simbólicas banderas del mañana. El admirador de Lech Walesa cree en el valor del viejo vínculo entre política y religión, sobre todo en una época de milenarismo, vacío ideológico y frustración moral.
Pero nada de esto es casualidad. Suele olvidarse que Fox no se reconoce en la historia que aceptan con orgullo la mayoría de los mexicanos que también son devotos de la guadalupana. Bajo el discurso superficialón y modernizante, aspira a recrear por otros caminos la gesta de los mártires del catolicismo antiliberal que le sirven, dicho por él, como ejemplo vital en el largo camino de la rectificación histórica. Y ese señor puede llegar a Los Pinos al cruzar el milenio.