Marco Rascón
Prohibido olvidar

México es tierra de terremotos, huracanes y volcanes, y la desgracia se politiza con la rapidez de las llamas, porque es un país donde hasta la naturaleza comete injusticias y recarga sus excesos sobre los más débiles. Las listas de muertos se hacen con las víctimas previas de la corrupción en la industria constructora, los fraudes con terrenos en colonias proletarias ubicadas en arroyos, pantanos y barrancas o por el clientelismo político, como sucedió en Acapulco tras el huracán Paulina. Tras cada desastre natural, salen a relucir los negocios nauseabundos del priísmo y todas las porquerías de su régimen político.

Es por la injusticia que el terremoto del 19 de septiembre de 1985, se convirtió en uno de los acontecimientos sociales y políticos más importantes de los últimos 30 años, pues ahí empezó a gestarse la nueva conciencia democrática que movió al país

En 1985, la tragedia nos acercó a la democracia y reconstruyó el optimismo. Las calles se convirtieron en propiedad de los peatones y no sólo de los automóviles. La velocidad en la ciudad se hizo el tiempo de las personas y no de sus egoísmos; surgieron del dolor, la conciencia del derecho de los trabajadores y las obreras que murieron bajo los escombros de Fray Servando y las colonias del centro; nacieron el Sindicato de Costureras 19 de Septiembre e innumerables organizaciones de amas de casa, vecinos, defensores del voto, del medio ambiente, organizadores del abasto y la protección civil.

El gobierno pretendió oficializarlo e institucionalizarlo todo para matarlo. Era urgente frenar los movimientos sujetándolos a su esquema. Las nuevas políticas de seguridad nacional incluyeron y estudiaron el esquema del 19 de septiembre, y por eso, frente a los nuevos desastres naturales la nueva doctrina de Protección Civil se orientó al control político de las formas de organización espontánea para combatirlas. Más que salvar vidas, la ``protección civil'' del gobierno federal se convirtió en planes de contrainsurgencia popular, teniendo como propósito despolitizar y desarticular todas las formas de organización social de los damnificados, como se puede apreciar en cada zona de desastre por inundación, huracán, terremoto y volcanes. Bajo la bandera del apoliticismo, el gobierno manipula para exclusividad de él y de su partido la organización social, la cual termina por debilidad abandonada a su suerte, una vez que deja de ser noticia.

En 1985 no pudieron hacer eso y por ello el 19 de septiembre es una fecha de lucha y de memoria por los caídos. Los que murieron ese día están en la cuenta de los que murieron por la democracia, pues son parte de una memoria colectiva que nació desde entonces con un compromiso por el cambio social y por la justicia.

El terremoto impactó al mismo PRI desde la cúpula hasta la base, generándose los desprendimientos sociales y políticos que tres años después, al sumarse toda la fuerza contenida, cimbrarían al régimen priísta camino al neoliberalismo, con la derrota de Carlos Salinas en la ciudad de México. La ciudad tenía el corazón a la izquierda y se demostró.

Una sociedad fuerte, un poder popular organizando las calles, los campesinos, las gestiones, la expropiación de predios, la reconstrucción de vecindades, fue el golpe más severo a las prácticas corporativas; esa fue la fuerza fundamental de la Coordinadora Unica de Damnificados (CUD) y la gran obra de la reconstrucción en medio de la severidad de las políticas de austeridad. De esa raíz se crearon las condiciones para el triunfo cardenista en 1988; la resistencia al salinismo y las luchas democráticas por el gobierno propio, que culminaron con la elección directa del primer jefe de Gobierno en 1997.

Es por esa razón que desde abajo, desde los barrios, las vecindades, los campamentos de damnificados hoy endémicos de la crisis, los movimientos y las organizaciones populares, se expide un decreto contra el olvido, estableciendo que queda prohibido olvidar, pues la memoria es fundamental para decidir el presente y el futuro.